Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

domingo, 19 de abril de 2015

Pintado en la Pared No.122:El libro de Thomas Piketty


El libro escrito por el economista francés Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, ha tenido una difusión excepcional. Por lo menos en América Latina el autor y su obra han tenido un generoso despliegue, quizás con la ayuda de la relativamente rápida traducción al español por el Fondo de Cultura Económica. Una razón inmediata, entre otras, puede explicar el interés que ha suscitado la obra; el asunto que trata, la distribución de la riqueza en el mundo, es un tema sensible. Algo más: es posible que intelectuales y políticos busquen, además de explicaciones, ventanas de solución a un problema distintivo de la historia del capitalismo.

Por ahora comparto algunos atributos del libro de Piketty dignos de ser destacados:

Uno. El libro es resultado de una investigación colectiva y transnacional que vincula equipos de científicos sociales que le dieron importancia a la dimensión histórica de las economías en lugares distintos del planeta. En la mejor tradición de las ciencias sociales francesas, trata de proporcionar una visión totalizante de un problema; aunque la obra termina muy concentrada en la información que le proporcionan los archivos franceses, británicos y norteamericanos. Aun así, el análisis es convincente.

Dos. Es una inteligente conversación entre las ciencias sociales. Piketty sacude la econometría y, en vez de concentrarse en la apariencia objetiva de las matemáticas, se apoya en los testimonios brindados por novelistas, sociólogos e historiadores. A eso se agrega que el científico francés propone otras categorías conceptuales que desbordan fórmulas e interpretaciones que han sido lugar común de la ciencia económica. Por ejemplo, su definición de capital humano es discutible, claro, pero interesante.

Tres. El libro es una forma moderna de distopía del mundo contemporáneo. Es más diagnóstico de las desigualdades socio-económicas que propuesta de soluciones. Además, como tentativa de visión general es incompleta; los países de América latina fueron débilmente examinados en su libro, aunque hay un par de menciones muy básicas del caso colombiano. Lo que afirma no alcanza para comprender plenamente el caso nuestro, así que lo que agreguemos como moraleja es más una ocurrencia de nuestra cosecha.

La parte más angosta de este libro es, precisamente, la enunciación de soluciones o salidas posibles. La mirada al porvenir es muy limitada; pero lo que alcanza a decir puede ser inspirador para movilizarse y organizarse en pos de una forma de relación entre el Estado y la sociedad en que no se exacerbe la desigualdad. “Modernizar el Estado social, y no desmantelarlo”, alcanza a sugerir el joven investigador francés.


Para terminar, en un pasaje de El nombre de la rosa, novela de Umberto Eco, dice que en París suelen estar muy seguros de sus errores. Es probable que Piketty sea aún representante de esa presuntuosa certeza de los franceses. El paisaje que evoca El capital en el siglo XXI hace pensar que la desigualdad es condición inherente del capitalismo en cualquier parte del mundo. Quizás ni hace falta que lo digan con tanto número, la vida lo dice.

lunes, 6 de abril de 2015

Pintado en la Pared No. 121-LA MUERTE DE CARLOS GAVIRIA DÍAZ


El pasado 31 de marzo murió, en Colombia, el abogado y profesor universitario Carlos Gaviria Díaz, quien en sus últimos años fue un dirigente muy activo de la izquierda colombiana y hasta llegó a ser el candidato presidencial que mayor votación obtuvo en nombre de las organizaciones izquierdistas colombianas, cuando se enfrentó en 2006 a la reelección de Álvaro Uribe Vélez. Fue presidente, entre 2006 y 2009, del Polo Democrático, movimiento de oposición democrática y civilista durante los ocho años de dominio uribista. No será fácil clasificar a Gaviria Díaz, porque fue, más que un dirigente político, un guía intelectual en un momento de reorganización de las muy diversas tendencias de la izquierda en nuestro país. Hasta sus rivales políticos (no creo que haya tenido enemigos) reconocen en él a un maestro, a un hombre capacitado para la deliberación pública en tono pausado, argumentativo y humilde. 


La vida pública del maestro Gaviria Díaz plasmó unos valores que la izquierda colombiana debería cultivar, sobre todo en este álgido tránsito hacia una sociedad del post-conflicto armado. Él personificó la civilidad, las buenas maneras en la discusión pública. Proveniente de la academia universitaria y con larga trayectoria como magistrado de la Corte Constitucional, Gaviria Díaz fue modelo de discusión basada en argumentos y sin el afán de imponer sus juicios. Si era necesario admitirle razones al interlocutor, lo hacía sin reservas. En medio de odios viscerales y de una tradición armada en la lucha política, Gaviria Díaz logró demostrar la eficacia y hasta la estética de la deliberación fundada en elementos racionales. Una izquierda de ideas, alejada de los machismos revolucionarios, eso alcanzó a enunciar el maestro.  


La integridad en la vida pública, la honestidad a toda prueba fue otro rasgo que distinguió al extinto dirigente. La figura de Gaviria Díaz no fue arrastrada por la debacle de la izquierda que ha gobernado en los últimos años en la Alcaldía de Bogotá, hoy con ex-alcalde encarcelado incluido. Mucho menos pretencioso que otros, dio varias veces un paso al costado para no ser obstáculo de las ínfulas de quienes aún creen en los caudillismos de izquierda. Eso habla muy bien de otro atributo suyo: la humildad, que tanta falta hace entre los políticos colombianos y, en especial, en algunos de nuestros dirigentes de izquierda.


Gaviria Díaz, incluso antes de su definida militancia en la izquierda colombiana, fue un intelectual que abanderó una legislación moderna a favor de libertades individuales. Como muchos lo han reconocido, estuvo entre los primeros que hablaron en Colombia de temas tan controvertidos como el aborto, la eutanasia y los derechos de los homosexuales. El reconocimiento de grupos sociales y étnicos, que antes habían estado marginados de las reflexiones de nuestra clase política, contó con el apoyo de las agudas reflexiones, las ponencias y las sentencias de quien fue presidente de la Corte Constitucional en Colombia desde 1996 hasta 2001. Por supuesto, sus posturas en temas tan híspidos provocaron agrias controversias en un país todavía muy mojigato. 


A propósito, su otro rasgo ostensible y que bien debería ser un elemento distintivo de la izquierda latinoamericana, fue la proclamación de su espíritu incrédulo. Gaviria Díaz no solamente propendió por prácticas de un auténtico Estado laico, sino que también dio muestras de ser un individuo liberado de los dogmas religiosos y, particularmente, del pesado fardo del catolicismo. Mientras en otras partes la izquierda ha sido incapaz de hacer deslindes con el populismo católico, la figura de Gaviria Díaz expresó continuamente sin tapujos sus bien adoptadas convicciones de hombre agnóstico.


Se ha ido un hombre que puede y debe ser paradigma de una izquierda civil, civilista, libertaria y laica que tanto hace falta en el porvenir político inmediato de Colombia.Gloria eterna a Carlos Gaviria Díaz, como exclamaron sus camaradas en un postrero homenaje.

Seguidores