Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

sábado, 14 de mayo de 2016

Pintado en la Pared No. 140


La investigación en ciencias humanas y sociales

Parece drástico prometerle al científico social un mundo amargo de desprecio. Ni sus colegas ni el público general lo verán como un héroe; al contrario, será un elemento raro que crea disonancia, incomodidad. Su situación no habla mal de él, habla mal de dos cosas: de la índole de su universo disciplinar y de la índole de la sociedad en que es ciudadano. El universo disciplinar está hecho de legados, tradiciones, reglas, autoridades más o menos bien establecidas, más o menos respetables. Gracias a eso existe algún grado de institucionalidad, autores clásicos, premisas fundadoras; gracias eso existen las universidades y ciertas carreras universitarias con sus ritos y sus relativos honores; pero ese universo disciplinar también está sometido a fuerzas externas muy poderosas; a las prioridades del poder, a la competencia simbólica diaria que vuelve más importantes y distinguidos ciertos saberes. Un sociólogo o un filósofo o un historiador no pueden competir fácilmente con la autoridad del economista, del médico, del ingeniero. Aunque las experiencias contemporáneas señalan el derrumbe de muchos ídolos, unos todavía tienen el aura sagrada que les sirve para marcar la diferencia. En las mismas universidades, los médicos, los ingenieros, los abogados conservan mayor margen de poder y participan con mejores cuotas de la administración universitaria que otras profesiones. En casi todas partes, las ciencias humanas son incómodas, poco rentables y dependen de la compasión de los congéneres. Y cuando ni siquiera existe compasión, las cosas empeoran.
Ante esos desafíos, el científico social necesita construir su propio mundo, con hermetismo. Todos los días camina a la defensiva, intenta exhibir su importancia, negada hasta por los más cercanos. La autoestima está en continua negociación y se debate en una permanente e ineficaz feria de las vanidades. Pero muchas veces no percibe que toda esa gesticulación, además de fatigante, es la mejor prueba de su derrota en la vida social. Auditorios escasos, colegas envidiosos, oficinas precarias hacen parte de las precarias condiciones que ayudan a construir su trayectoria. Hundido en peleas mezquinas entre colegas, lo poco que puede producir se sitúa en un mercado cultural muy reducido, en una órbita de comunicación poco nutritiva.

Siendo así, ¿de dónde puede venir la fuerza que impulse a un científico social a llevar una vida intelectualmente productiva, a participar de procesos formativos de nuevas generaciones de investigadores, a construir una comunidad de saber? Volvamos a decirlo: de la capacidad para crear su propio mundo, de su capacidad de abstracción. Sustraerse de las hostilidades del entorno. Pero, ahora bien, qué significa construir su propio mundo hasta que podamos, decir, que ha construido un mundo propio.  

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