¿Qué es el aforismo?
La
etimología nos dice que el aforismo
es una palabra de origen griego derivada del verbo aphorizein que significa definir o separar; en su origen fue una
forma de escritura concisa con fines prácticos utilizada por los médicos para
prescribir, recetar, formular o, simplemente, sugerir reglas de conducta para
sus pacientes. Luego, al multiplicarse su uso, dejó de tener un significado
preciso y se fue volviendo una palabra ambigua que da cuenta de una tradición
de formas de escritura breves que ha tenido repercusión en la literatura, en la
filosofía, en la teología. También tiene una señalada permanencia en la cultura
popular que plasma, sobre todo en la tradición oral, máximas, dichos, refranes.
El aforismo, en consecuencia, es una palabra que habita los diccionarios de
cada lengua, los diccionarios de poética y de filosofía.
Ante
tal variedad de usos, es imposible hablar del aforismo como una categoría
unitaria; debe hablarse, más bien, de aforismos poéticos, filosóficos,
sapienciales, populares, según los enunciantes y sus intenciones comunicativas.
El poeta o escritor literario lo hace para crear un efecto estético; los
filósofos quieren comunicar sus meditaciones en torno a temas centrales de la
filosofía; la escritura bíblica acudió al aforismo como instrumento pedagógico;
el habla popular comunica muchas veces así su concepción del mundo.
Ahora
bien, los diccionarios concuerdan en decirnos que el aforismo es un texto
breve, agudo y reflexivo. La brevedad, aunque no sepamos muy bien precisar qué
tan breve puede ser, parece ser el primer rasgo inmediato que lo determina.
Mucho más difícil determinar la agudeza de un aforismo, aquí es donde muy seguramente
el lector desempeña un papel importante en la valoración del aforismo. Y a eso
se le agrega que es un texto reflexivo, es decir, que muestra el resultado de
una meditación en torno a algo. La brevedad, la agudeza y la reflexión nos
revelan unos vínculos muy estrechos entre poesía y pensamiento, entre lo
estético y lo filosófico. El aforismo parece hecho, entonces, de concisión y
penetración; es la capacidad de decir mucho con poco y a eso lo podríamos
llamar capacidad de condensación.
Algunas
definiciones nos dicen que el aforismo es un texto independiente. Aquí estoy en
desacuerdo. El aforismo no es un texto aislado, unitario, autónomo. Los autores
de aforismos no son autores de un aforismo en particular. Nosotros sabemos que
Pascal, Schopenhauer, Nietzsche, Gómez Dávila y tantos otros fueron autores de
aforismos que hablan acerca de asuntos relacionados con la vida, la muerte, la
amistad, el amor y muchos otros temas. Es cierto que podemos tomar un aforismo
y repetirlo como una insignia, podemos recordarlo a menudo porque nos gustó, porque
nos sirve de apoyo en alguna argumentación. He comprendido que todo aforismo
pertenece a un conjunto, hace parte de una unidad temática. Eso quiere decir
que los autores de aforismos construyeron o intentaron construir una reflexión
acerca de algo con el apoyo de varios aforismos. En consecuencia, la
fragmentación de los aforismos es una apariencia que un lector atento tendrá
que desvanecer. Debajo de esa apariencia caótica hay unas recurrencias, unas
reiteraciones que se asemejan a la exploración o al tanteo. El autor de
aforismos está elaborando pensamiento en torno a ciertos asuntos y el lector
tendrá que descifrar qué aforismos corresponden con tales o cuales asuntos. Por supuesto, los autores de aforismos están lejos de
construir densos sistemas de reflexión, pero tampoco suministran unos textos
desprovistos de relación entre sí.
Eso
sí, un aforismo es una reflexión inconclusa, incompleta, es apenas un
fragmento. Sin embargo, es una breve pieza de pensamiento que la antecede un
proceso de elaboración. El aforismo no es espontáneo, no es un chispazo; es más
bien el resultado de una meditación que va depurándose. Revela que hay una
pasión o, mejor, una obsesión por resolver algo, por dar respuesta a algo o por
poner en tela de juicio algo. Por tal razón, el aforismo o, mejor, la creación
de aforismos podemos examinarla como un síntoma cultural, como indicio de la
sensibilidad intelectual de una época. Deberíamos, entonces, preguntarnos, ¿qué
hace posible o qué hace necesaria la reflexión aforística?; ¿por qué ha habido
épocas de auge de las formas de escritura breves? Los aforismos nos revelan una
situación particular de su autor, una discusión colectiva y la elección muy
consciente de un modo de participar en esa discusión. En definitiva, eso que
algunos llaman el contexto comunicativo o discursivo nos puede ayudar a
descifrar el origen, la motivación y la intención del aforismo.
Cuando
el aforismo es una elaborada enunciación de un desacuerdo o rechazo a un
lenguaje dominante, es muy posible que el aforismo derive en afirmaciones
paradojales, afirmaciones que llevan un sentido contrario, subversivo con
respecto a los lemas cuasi oficiales de una época. Esa pugnacidad hace posible
que se desarrolle el recurso argumentativo de la paradoja, como lo hizo Oscar
Wilde ante el ambiente represivo de las costumbres en la Gran Bretaña. El
aforismo se vuelve una frase que enfrenta los lugares comunes de la opinión y
muestran la posibilidad, así sea muy marginal, de opinar de un modo opuesto.
Pero, bien, en general el aforismo es un destello argumentativo que revela que
una idea de razón o de racionalidad prevaleciente puede ser enjuiciada. El
tránsito del siglo XIX al siglo XX fue, por ejemplo, un momento crítico para
los cánones establecidos acerca de la verdad científica, de la belleza y del
bien; el enjuiciamiento de esos sentidos que dominaron el siglo XIX tuvieron
una amplia difusión mediante aforismos. Ese tránsito, esa mutación de la forma
y del contenido en el ejercicio del raciocinio es algo que merece ser estudiado
a profundidad.
El
aforismo, visto como una huella, es testimonio de la existencia de una voluntad
de comunicar el pensamiento dentro de un registro formal muy comprimido. Para
algunos estudiosos, la escritura aforística puede ser un arte, una actitud
hacia la vida, una manera de entender la filosofía. Cada autor es un misterioso
creador de aforismos y a la hora de hallar sus propias definiciones nos
tropezamos con un elusivo y sugestivo universo metafórico. Me explico, es muy
difícil que un escritor de aforismos nos suministre una definición tajante; al
contrario, sus definiciones de aforismo estarán aderezadas por algún símil. De
tal modo que un aforismo será visto como “una migaja” de pensamiento o como una
piedra lanzada a un estanque. Otros dirán que es un golpe seco de martillo.
Cada quien podría darle su propio sentido a la aventura de escribir aforismos.