NUESTRO DÉBIL LIBERALISMO
Este
año se ha conmemorado, en algunas partes e instituciones de Colombia, los 150
años de la Constitución de Rionegro (1863), considerada como uno de los hitos
discursivos más imponentes de lo que fue, en el siglo XIX colombiano, el
liberalismo radical. La constitución política de 1863 refrendó, es cierto, un
momento triunfante del liberalismo pero también fue expresión de sus
enfrentamientos internos y de sus dificultades para convertirse en paradigma
del proyecto de construcción de nación. Enfrentó a los elementos civiles y militares
de ese partido; enfrentó a la élite concentrada en el llamado Olimpo radical,
temerosa de cualquier contacto con los sectores populares, y los caudillos
regionales acostumbrados a negociar en sus comarcas con grupos plebeyos.
Colombia
ha sido un país más conservador que liberal, no solamente por sus filiaciones
partidistas, sino por sus actitudes ante la vida, por su modo de situarse en la
vida pública en temas sustanciales como la separación entre la Iglesia y
Estado, como las libertades de expresión, asociación y movilización, como el
lugar otorgado al Estado en el sistema de educación en todos sus niveles. Lo han
dicho varios con fundamento: Colombia es un país con una modernidad muy endeble
y muy reciente, ciertos rasgos de racionalidad y secularización apenas han ido
apareciendo en la vida colectiva, y con dificultad, desde la segunda mitad del
siglo XX hasta nuestros días. Es un país que apenas ahora se está sacudiendo
del monopolio religioso católico en todas las esferas de la existencia.
El
liberalismo y el conservatismo colombianos discutieron en el siglo XIX en torno
al lugar de la tradición en el naciente sistema político republicano.
Discutieron acerca de la preponderancia pública de la Iglesia católica, acerca
de la importancia que se les debía conceder o no a la religión, la lengua y la
moral. Los conservadores estuvieron a
favor del lugar central de la Iglesia católica en el nuevo orden, por imponer
las normas de una lengua, que era uno de los vínculos más ostensibles con el
legado cultural español, y por hacer prevalecer una moral proveniente del
sistema de creencias y valores del catolicismo. Los liberales -y sólo algunos
de ellos- mientras tanto, intentaron relativizar la importancia pública de la
Iglesia católica, promovieron algunas innovaciones en las normas y usos de la
lengua y hasta quisieron minimizar el legado cultural proveniente España y,
también, promovieron una moral universal; pero todo esto lo hicieron muy
tímidamente.
Los
liberales, principalmente la facción radical, prefirieron replegarse en un
reformismo por lo alto y depositaron todos sus esfuerzos en la creación de un sistema
de instrucción pública. Así pretendieron fabricar una ciudadanía moderna que,
probablemente, fuera el cimiento de un electorado afín al partido liberal. Pero
esos liberales radicales fueron voceros de unas reformas que ellos mismos, en
el ámbito privado, nunca practicaron. El radicalismo de la élite liberal
colombiana fue más bien verbal, pero muy pocos de ellos tuvieron comportamientos de hombres laicos.
El
radicalismo del liberalismo colombiano tampoco produjo obras fundamentales del
pensamiento colombiano. La segunda mitad del siglo XIX colombiano estuvo
dominada, intelectualmente, por la creación y consolidación de un consistente
pensamiento conservador; entre 1849 y 1864 nacieron los principales periódicos
conservadores, entre ellos algunos muy exitosos en sus ventas y con buen
número de abonados anuales: El Catolicismo
(1849), El Mosaico (1857), La Caridad (1864). En los decenios de
1860 y 1870 tuvo génesis las obras fundamentales del conservatismo colombiano escritas
por los principales publicistas del catolicismo: Manuel Maria Madiedo, La
ciencia social o el socialismo filosófico. Derivación de las grandes armonías
morales del cristianismo, 1863; José Manuel
Groot, Historia eclesiástica y civil de la Nueva
Granada, 1869; José María Vergara y Vergara, Historia de la literatura de la Nueva
Granada, 1867; Sergio Arboleda, La
república en la América española, 1869; Miguel Antonio Caro, Estudio sobre
el utilitarismo, 1869; José Joaquín Borda, Historia
de la Compañía de Jesús, 1872. Y, claro, en 1867, la novela María, emblema del catolicismo
triunfante y escrita por un supuesto radical, Jorge Isaacs.
Ante un vigoroso
conservatismo tuvimos un raquítico liberalismo. Para el decenio de 1870, muchas
de las figuras del radicalismo estaban preparando sus retractaciones públicas,
preludio del triunfo del proyecto de nación católica que luego fue refrendado
por la Constitución de 1886. El liberalismo radical tuvo mejores expresiones en
los medios populares y aldeanos, en prácticas cotidianas del matrimonio civil,
en luchas frontales con la autoridad de los curas párrocos. Por lo alto,
nuestro liberalismo fue poco radical y poco democrático. Por eso no sorprende
que un triste corolario de la historia del radicalismo colombiano fuera el
asesinato de Rafael Uribe Uribe, en 1914, a manos de dos artesanos
decepcionados con su dirigencia política.
En
la conmemoración organizada por la Universidad Externado de Colombia, nacida
del espíritu radical de fines del siglo XIX, se percibe una equívoca
comprensión de lo que fue el radicalismo colombiano. En el listado de nombres
que evocaba el actual rector de esa universidad, en una entrevista reciente, olvidó, por ejemplo, a Manuel
Ancízar, quizás uno de los pocos exponentes de un genuino radicalismo, de los
pocos que pasó de su lecho de muerte a la tumba sin ceremonial religioso
alguno. Y, en cambio, recordaba un grupo de nombres que poca huella dejaron de
lo que era y sigue siendo en esencia ser liberal: ser laico.
Este
es un país tan conservador que hasta nuestro poco y débil liberalismo nos
parece demasiado. Por eso somos lo que somos en estos inicios del siglo XXI, un
país con una modernidad muy frágil.