FONDO
DE CULTURA ECONÓMICA, R.I.P.
El Fondo de Cultura
Económica (FCE) fue por mucho tiempo el principal centro de irradiación del
pensamiento de las ciencias humanas en América latina. La vida intelectual
latinoamericana del siglo XX no podría entenderse sin el grupo esclarecido de
editores, traductores y escritores que le dieron autoridad a una editorial que
nos conectó con el legado del pensamiento occidental. Los intelectuales
refugiados españoles que llegaron a México hallaron en la actividad editorial
un modo de comunicarse con Europa. Hicieron posible la circulación por los
países latinoamericanos de las obras de Wilhelm Dilthey, Karl Marx, Ernst
Cassirer, Martin Heidegger y tantos otros. Desde el decenio 1940 hasta inicios
de la década de 1980, fue el FCE el núcleo de la
conversación acerca de las novedades en las ciencias humanas. Por allí pasaron
y dejaron impronta Daniel Cosio Villegas, Eugenio Imaz, Wenceslao Roces, José
Gaos, todos ellos situados en México. A partir de ese país, y luego con
filiales en Argentina y Chile, el FCE construyó un paradigma de comunicación
editorial. En el decenio de 1990, el FCE nos ayudó a leer muchos de los
resultados de investigaciones de alto nivel especialmente en Historia,
Sociología y Antropología y en esa misma década comenzó la conquista del
público infantil.
El prestigioso fondo
editorial comenzó a marchitarse con el nuevo milenio. Su crecimiento en filiales
en varios países de América latina, e incluso en España, parecía un efecto
natural de su prodigiosa expansión. Muchos intelectuales de esta parte del Atlántico soñamos alguna vez tener un título propio publicado por una editorial tan reconocida;
suponíamos que había un núcleo riguroso de evaluadores y editores que les podían
dar realce a nuestras tesis doctorales. Colombia fue, con cierta tardanza y
quizás hasta con desconfianza, una de las últimas filiales del FCE. Por mucho
tiempo, Colombia no fue ni productor ni lector de muchos de los títulos que
pasaban por México, Chile o Argentina. Pero cuando fue filial, creímos que
Colombia iba a quedar por fin integrado en el engranaje de la investigación de
alta calidad en las ciencias humanas latinoamericanas.
Pero no sucedió así, no
está sucediendo así y, sospechamos que ya no será así. El Fondo de Cultura
Económica, en Colombia, no le ha servido para nada a nuestra comunidad
científica. Según lo que ha venido publicando últimamente y según lo que no ha
deseado publicar nos lleva a suponer que no es la calidad de los productos
intelectuales lo que se impone como criterio de valoración de aquello que puede
ser publicado o no por la filial colombiana de ese fondo editorial. Las
denuncias sobre despilfarro de dineros, sobre el favorecimiento a un círculo
muy estrecho y muy dudoso de escritores nos permite pensar que el FCE extravió
su camino.
Es una lástima, es una oportunidad
perdida para Colombia y para muchos investigadores, jóvenes y viejos, que
confiábamos en la transparencia de los juicios editoriales y de quienes fungen
como directoras o directores de un fondo editorial que tuvo una respetable trayectoria.
También es una oportunidad perdida para el mismo FCE, su credibilidad es ahora muy cuestionable, será muy difícil creer que nuestros amigos
mexicanos rectifiquen, corrijan y vuelvan al sendero de lo que había sido una
rigurosa empresa de comunicación editorial para América latina.