Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

jueves, 5 de diciembre de 2024

Pintado en la Pared No. 330

 

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA, R.I.P.

 

El Fondo de Cultura Económica (FCE) fue por mucho tiempo el principal centro de irradiación del pensamiento de las ciencias humanas en América latina. La vida intelectual latinoamericana del siglo XX no podría entenderse sin el grupo esclarecido de editores, traductores y escritores que le dieron autoridad a una editorial que nos conectó con el legado del pensamiento occidental. Los intelectuales refugiados españoles que llegaron a México hallaron en la actividad editorial un modo de comunicarse con Europa. Hicieron posible la circulación por los países latinoamericanos de las obras de Wilhelm Dilthey, Karl Marx, Ernst Cassirer, Martin Heidegger y tantos otros. Desde el decenio 1940 hasta inicios de la década de 1980, fue el FCE el núcleo de la conversación acerca de las novedades en las ciencias humanas. Por allí pasaron y dejaron impronta Daniel Cosio Villegas, Eugenio Imaz, Wenceslao Roces, José Gaos, todos ellos situados en México. A partir de ese país, y luego con filiales en Argentina y Chile, el FCE construyó un paradigma de comunicación editorial. En el decenio de 1990, el FCE nos ayudó a leer muchos de los resultados de investigaciones de alto nivel especialmente en Historia, Sociología y Antropología y en esa misma década comenzó la conquista del público infantil.

El prestigioso fondo editorial comenzó a marchitarse con el nuevo milenio. Su crecimiento en filiales en varios países de América latina, e incluso en España, parecía un efecto natural de su prodigiosa expansión. Muchos intelectuales de esta parte del Atlántico soñamos alguna vez tener un título propio publicado por una editorial tan reconocida; suponíamos que había un núcleo riguroso de evaluadores y editores que les podían dar realce a nuestras tesis doctorales. Colombia fue, con cierta tardanza y quizás hasta con desconfianza, una de las últimas filiales del FCE. Por mucho tiempo, Colombia no fue ni productor ni lector de muchos de los títulos que pasaban por México, Chile o Argentina. Pero cuando fue filial, creímos que Colombia iba a quedar por fin integrado en el engranaje de la investigación de alta calidad en las ciencias humanas latinoamericanas.

Pero no sucedió así, no está sucediendo así y, sospechamos que ya no será así. El Fondo de Cultura Económica, en Colombia, no le ha servido para nada a nuestra comunidad científica. Según lo que ha venido publicando últimamente y según lo que no ha deseado publicar nos lleva a suponer que no es la calidad de los productos intelectuales lo que se impone como criterio de valoración de aquello que puede ser publicado o no por la filial colombiana de ese fondo editorial. Las denuncias sobre despilfarro de dineros, sobre el favorecimiento a un círculo muy estrecho y muy dudoso de escritores nos permite pensar que el FCE extravió su camino.

Es una lástima, es una oportunidad perdida para Colombia y para muchos investigadores, jóvenes y viejos, que confiábamos en la transparencia de los juicios editoriales y de quienes fungen como directoras o directores de un fondo editorial que tuvo una respetable trayectoria. También es una oportunidad perdida para el mismo FCE, su credibilidad es ahora muy cuestionable, será muy difícil creer que nuestros amigos mexicanos rectifiquen, corrijan y vuelvan al sendero de lo que había sido una rigurosa empresa de comunicación editorial para América latina.

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