Pintado en la pared, No. 26
Hace veinte años, un 27 de marzo, murió el historiador Germán Colmenares, considerado el mejor historiador colombiano de la segunda mitad del siglo XX. Su vasta obra es, en apariencia, cada vez más lejana pero sigue siendo un paradigma –quizás el principal- en la formación universitaria actual; su obra es ejemplo de exhaustividad, de extensión, de intensidad, de variedad, de ductilidad. Su unidad original proviene de la historiografía económica, pero luego se agregaron variantes audaces, exploraciones incompletas, sugerencias teóricas y metodológicas de todo tipo. Sus preocupaciones temáticas atravesaron el periodo colonial, los siglos XIX y XX. Incursionó en la historia cultural, en la historia política y dotó de consistencia la reflexión teórica y metodológica sobre la ciencia historiográfica. Por supuesto, su obra es desigual, hay deficiencias, vacíos, ligerezas, como puede sucederle a cualquier ser humano, como puede suceder con cualquier producción intelectual que sufre un proceso y como tenía que suceder en alguien cuya existencia se truncó relativamente temprano. El mismo, cuentan algunos, estaba siempre dispuesto a reescribir sus libros porque los consideraba imperfectos.
Las nuevas generaciones de historiadores pueden medir su influjo con base en el resultado tangible de su obra, poco o nada pueden decir de su personalidad. A la hora del examen, esa ignorancia es una ventaja. La primera evidencia de su obra es que se trató del acumulado sistemático de un individuo consagrado a un oficio; de alguien que tuvo un proyecto intelectual y que lo sostuvo y lo nutrió con persistencia. La obra historiográfica de German Colmenares pertenece a un clima moral muy particular en el contexto de la vida universitaria colombiana. ¿Qué condiciones, qué factores garantizaron la existencia de un historiador de esas características? Las posibles respuestas podrían ser una manera indirecta de condenar cómo trabajamos – o no trabajamos- los historiadores colombianos actualmente; en todo caso, él sigue siendo el modelo del historiador profesional, consagrado a afrontar retos y a innovar en el oficio. En el prólogo que escribió en Las convenciones contra la cultura, dejó esta caracterización de su tiempo cultural:
“América latina ha mantenido obstinadamente un monólogo cuyo tema invariable ha sido el pensamiento europeo. Mi propia Universidad del Valle, en Cali, ha alimentado durante años mis perplejidades al recibir y propagar casi instantáneamente los más sofisticados productos del pensamiento europeo, particularmente las elaboraciones de la rive gauche.”
Hoy, la historiografía colombiana se consolida como una disciplina científica y reúne ya varias generaciones que han nutrido áreas de estudio que antes eran desconocidas. El universo es plural y en ocasiones parece caótico, sin brújula. Sin embargo, a pesar de las relativizaciones, siempre necesarias, la obra de Germán Colmenares sigue siendo punto de referencia o de debate.
Si hay algo, entre muchas cosas, que merezca una exaltación en la parábola intelectual de este autor, es, sin duda, el carácter cosmopolita de su formación y cómo las influencias, lecturas y conversaciones de variado origen irrigaron su obra. Sus investigaciones fueron el resultado y la determinante de relaciones muy amplias con redes internacionales de conocimiento histórico. Su investigación y su escritura estuvieron vinculadas con procesos de comunicación, con autores y escuelas historiográficas; su formación de historiador implicó atravesar varias veces el Atlántico, leer y escribir en otras lenguas que es, claro, otra manera de viajar. Aunque estuvo más cerca del influjo historiográfico francés, y en especial de su maestro Fernand Braudel, Colmenares también dialogó con las corrientes historiográficas anglosajonas. La elasticidad temática de sus libros es buena prueba de lo que el historiador contemporáneo en Colombia podría ser: un individuo escéptico, creador, ecléctico y transgresor; que camina por los bordes disciplinarios, que atraviesa campos vecinos y no tan cercanos; que se aventura en búsquedas con el deseo de aprender algo.
Algunos de sus libros pueden estar superados por la evolución de nuestra historiografía. Partidos políticos y clases sociales (1968), la tesis con que se graduó como abogado, establece una relación muy simple entre clases sociales y formaciones partidistas. Sus ensayos sobre literatura del siglo XIX, especialmente aquel sobre la novela Manuela, es superficial y errático. Sin embargo, los ensayos reunidos en Las convenciones contra la cultura (1986), siguen siendo, en nuestra opinión, claves para contribuir a descifrar la mentalidad del personal político del siglo XIX y las estrategias discursivas de legitimación de una elite en el proceso de construcción de la nación. Otra obra sugerente, por inconclusa y por audaz, fue su intento de interpretación de la obra del dibujante Ricardo Rendón.
En Colmenares hubo disposición por un fluido diálogo entre las ciencias humanas; ese diálogo que es el resultado inevitable de preguntas cuyas respuestas hay que buscarlas en varios lugares. Hay maneras básicas de rendirle un nuevo homenaje a este historiador: haciendo prosperar esos diálogos entre las disciplinas; preparando una reedición de su Obra completa que supla los vacíos e inconsistencias de la edición de 1997. Y, por supuesto, leerlo sigue siendo paso obligado en la formación de un historiador contemporáneo en Colombia.
Gilberto LOAIZA CANO
Cali, marzo de 2010
Hace veinte años, un 27 de marzo, murió el historiador Germán Colmenares, considerado el mejor historiador colombiano de la segunda mitad del siglo XX. Su vasta obra es, en apariencia, cada vez más lejana pero sigue siendo un paradigma –quizás el principal- en la formación universitaria actual; su obra es ejemplo de exhaustividad, de extensión, de intensidad, de variedad, de ductilidad. Su unidad original proviene de la historiografía económica, pero luego se agregaron variantes audaces, exploraciones incompletas, sugerencias teóricas y metodológicas de todo tipo. Sus preocupaciones temáticas atravesaron el periodo colonial, los siglos XIX y XX. Incursionó en la historia cultural, en la historia política y dotó de consistencia la reflexión teórica y metodológica sobre la ciencia historiográfica. Por supuesto, su obra es desigual, hay deficiencias, vacíos, ligerezas, como puede sucederle a cualquier ser humano, como puede suceder con cualquier producción intelectual que sufre un proceso y como tenía que suceder en alguien cuya existencia se truncó relativamente temprano. El mismo, cuentan algunos, estaba siempre dispuesto a reescribir sus libros porque los consideraba imperfectos.
Las nuevas generaciones de historiadores pueden medir su influjo con base en el resultado tangible de su obra, poco o nada pueden decir de su personalidad. A la hora del examen, esa ignorancia es una ventaja. La primera evidencia de su obra es que se trató del acumulado sistemático de un individuo consagrado a un oficio; de alguien que tuvo un proyecto intelectual y que lo sostuvo y lo nutrió con persistencia. La obra historiográfica de German Colmenares pertenece a un clima moral muy particular en el contexto de la vida universitaria colombiana. ¿Qué condiciones, qué factores garantizaron la existencia de un historiador de esas características? Las posibles respuestas podrían ser una manera indirecta de condenar cómo trabajamos – o no trabajamos- los historiadores colombianos actualmente; en todo caso, él sigue siendo el modelo del historiador profesional, consagrado a afrontar retos y a innovar en el oficio. En el prólogo que escribió en Las convenciones contra la cultura, dejó esta caracterización de su tiempo cultural:
“América latina ha mantenido obstinadamente un monólogo cuyo tema invariable ha sido el pensamiento europeo. Mi propia Universidad del Valle, en Cali, ha alimentado durante años mis perplejidades al recibir y propagar casi instantáneamente los más sofisticados productos del pensamiento europeo, particularmente las elaboraciones de la rive gauche.”
Hoy, la historiografía colombiana se consolida como una disciplina científica y reúne ya varias generaciones que han nutrido áreas de estudio que antes eran desconocidas. El universo es plural y en ocasiones parece caótico, sin brújula. Sin embargo, a pesar de las relativizaciones, siempre necesarias, la obra de Germán Colmenares sigue siendo punto de referencia o de debate.
Si hay algo, entre muchas cosas, que merezca una exaltación en la parábola intelectual de este autor, es, sin duda, el carácter cosmopolita de su formación y cómo las influencias, lecturas y conversaciones de variado origen irrigaron su obra. Sus investigaciones fueron el resultado y la determinante de relaciones muy amplias con redes internacionales de conocimiento histórico. Su investigación y su escritura estuvieron vinculadas con procesos de comunicación, con autores y escuelas historiográficas; su formación de historiador implicó atravesar varias veces el Atlántico, leer y escribir en otras lenguas que es, claro, otra manera de viajar. Aunque estuvo más cerca del influjo historiográfico francés, y en especial de su maestro Fernand Braudel, Colmenares también dialogó con las corrientes historiográficas anglosajonas. La elasticidad temática de sus libros es buena prueba de lo que el historiador contemporáneo en Colombia podría ser: un individuo escéptico, creador, ecléctico y transgresor; que camina por los bordes disciplinarios, que atraviesa campos vecinos y no tan cercanos; que se aventura en búsquedas con el deseo de aprender algo.
Algunos de sus libros pueden estar superados por la evolución de nuestra historiografía. Partidos políticos y clases sociales (1968), la tesis con que se graduó como abogado, establece una relación muy simple entre clases sociales y formaciones partidistas. Sus ensayos sobre literatura del siglo XIX, especialmente aquel sobre la novela Manuela, es superficial y errático. Sin embargo, los ensayos reunidos en Las convenciones contra la cultura (1986), siguen siendo, en nuestra opinión, claves para contribuir a descifrar la mentalidad del personal político del siglo XIX y las estrategias discursivas de legitimación de una elite en el proceso de construcción de la nación. Otra obra sugerente, por inconclusa y por audaz, fue su intento de interpretación de la obra del dibujante Ricardo Rendón.
En Colmenares hubo disposición por un fluido diálogo entre las ciencias humanas; ese diálogo que es el resultado inevitable de preguntas cuyas respuestas hay que buscarlas en varios lugares. Hay maneras básicas de rendirle un nuevo homenaje a este historiador: haciendo prosperar esos diálogos entre las disciplinas; preparando una reedición de su Obra completa que supla los vacíos e inconsistencias de la edición de 1997. Y, por supuesto, leerlo sigue siendo paso obligado en la formación de un historiador contemporáneo en Colombia.
Gilberto LOAIZA CANO
Cali, marzo de 2010
Excelente perfil de la obra de Germán Colmenares. Juan Diego
ResponderEliminaresta es la mas clara definiciòn de usted:
ResponderEliminarel historiador contemporáneo en Colombia podría ser: un individuo escéptico, creador, ecléctico y transgresor; que camina por los bordes disciplinarios, que atraviesa campos vecinos y no tan cercanos; que se aventura en búsquedas con el deseo de aprender algo.
muy buen escrito.....
Me preguntaba si uno debe tener un modelo a seguir cuando quiere escribir sobre Historia... ¿usted como autor de este blog qué piensa al respecto?
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