Una medalla para Marichú
(o la triste suerte de la secretaria de la
Federación Colombiana de Atletismo)
En estos días de indignación por el
maltrato a las mujeres recuerdo a una mujer que, quienes saben de atletismo en
Colombia, la deben conocer. No es una atleta, no compite en grandes eventos, no
se ha ganado ni una medalla de cuero, no aparece siquiera en los discursos de
agradecimiento. No es favorita para ir a los próximos juegos olímpicos, ni
siquiera es favorita para unas vacaciones bien remuneradas. Su trabajo, por
casi veinte años, como secretaria de la federación colombiana de atletismo, se
ha distinguido por ser silencioso, excesivo y muy mal remunerado. Se trata de María
de Jesús Orozco, conocida cariñosamente como Marichú.
Ella ha corrido a su manera, llevando
y trayendo pasaportes, consiguiéndoles visas a los atletas de alto rendimiento,
a los directivos, a los árbitros, a los técnicos y a cualquier “lagarto” atravesado. Ella ha corrido varias carreras de
obstáculos para sobrevivir con un sueldo que apenas pellizca los dos salarios mínimos;
ella está disponible domingos, festivos y nocturnos para preparar competencias,
inscribir atletas, premiarlos, vestirlos, llevarlos a las embajadas, a los
hoteles, a los aeropuertos. Marichú es
la que sabe de los peores y mejores registros de los atletas, de sus
enfermedades, de sus indisciplinas, de sus logros, de sus sufrimientos. Marichú lleva veinte años preparando
maratones en Bogota, asesorando competencias en Cali y Medellín. Lleva veinte años
aguantando jefes arbitrarios, parásitos politiqueros que se pasean por el mundo
a nombre del deporte nacional.
Lo que ha logrado Marichú como “premio”, hasta ahora, es que su jefe quiera echarla de cualquier
manera porque ya es una mujer vieja, cansada y enferma. Lo que ha logrado Marichú en sus carreras en nombre de la federación
colombiana de atletismo es que pase más tiempo en los hospitales que en la
oficina o en su casa. Se le acumularon las enfermedades provocadas por
sobrecarga laboral y amenazas para botarla como si no mereciera nada. Marichú visita por lo menos tres veces
al año la antigua clínica San Pedro Claver, en Bogotá, y allí le ha ganado
varias maratones a la muerte. En este instante, mientras escribo esto, Marichú trata de salir de la clínica, después
de una semana de nueva postración; pero no le pudieron dar de alta porque la federación
colombiana de atletismo no se ha puesto al día en las cuotas de seguridad
social; bueno, eso debía hacerlo la misma Marichú,
pero era imposible que lo hiciera mientras estaba postrada llena de agujas y
sondas en el hospital.
Siempre que veo una carrera con
nuestros atletas, recuerdo que detrás de ellos, muy escondida y olvidada, hay
una secretaria que les ayudó a estar ahí, listos, en la raya de partida hacia
la gloria o el fracaso.
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