Venezuela:
¿cuál revolución?, ¿cuál futuro?
Venezuela
no es asunto indiferente para nosotros los colombianos. Nuestros orígenes
republicanos son compartidos y nuestras historias se entrelazan en muchos
puntos. En los últimos veinte años, la vida pública venezolana ha sido
particularmente agitada; han sucedido muchas cosas y no ha pasado nada, podría
ser buen resumen de dos décadas de intensa movilización interna. Partidos
políticos tradicionales en declive y desaparición, emergencia de nuevos agentes
políticos, ascenso de un proyecto político de apariencia revolucionaria con
algunas simpatías izquierdistas, consolidación de un caudillo en medio de
refriegas constantes con la oposición política, sociedad dividida y
continuamente enfrentada, golpes de estado de diverso cuño, economía volátil,
discusión pública permanente preñada de un lenguaje político providencialista.
Una situación conspirativa permanente que volvió costumbre la crispación
colectiva. Oficialismo y oposición se enredaron en un enfrentamiento cotidiano
muy hirsuto que sólo ha provocado resentimientos y dolores difíciles de
restablecer.
Desde antes de la muerte del coronel Hugo Chávez, la mentada revolución bolivariana no podía ocultar sus erosiones y ahora puede decirse que es una experiencia fallida. Los elementos que componen su fracaso pueden resumirse así:
La
revolución bolivariana no logró zafar a Venezuela de la dependencia exclusiva
de la producción y venta de petróleo.
La revolución bolivariana no construyó una institucionalidad que trascienda sobre el culto a la personalidad. Todo lo contrario, la revolución bolivariana acentuó un lenguaje político basado en el carisma de un individuo. A eso le agregó una retahíla providencialista y católica alrededor de la muerte del líder.
Chávez
y su revolución no lograron establecer las bases de una democracia social y
política que evitara los enfrentamientos violentos y constantes con una
oposición política cada vez más recalcitrante. En vez de apelar a un lenguaje
de conciliación, prefirió exacerbar la división clasista de la sociedad
venezolana.
Chávez y su revolución no fueron consecuentes con un proyecto político nacionalista; sus mensajes anti-norteamericanos y en contra de la injerencia de los gobiernos vecinos, contrastaron con la permisividad para dejar que el gobierno cubano influyera en asuntos neurálgicos del Estado, tales como el control de los sistemas de salud y de notariado.
Chávez y su revolución no pudieron modernizar ni la policía ni el ejército; la creación de grupos particulares armados, afines al gobierno, contribuyó a desbocar la criminalidad y a perder el control sobre el monopolio legítimo de las armas. Caracas es hoy una de las ciudades del mundo con la más alta tasa de homicidios, y eso demuestra que el chavismo no pudo garantizarle al ciudadano común y corriente la protección de su vida y de sus bienes.
La revolución bolivariana no ha sido garantía de libertades civiles; el desborde autoritario borra sus triunfos, ya cuestionados, por la vía electoral.
Esto
es lo más visible e inmediato que puede asomar en un balance. La revolución
bolivariana es hoy algo muy desteñido y sólo puede servir, en el continente, de
ejemplo de lo que pudo ser y no fue.
¿Qué
ha ganado Venezuela en las dos últimas décadas? Lo que se ve en las calles y lo
que se escucha en los discursos señalan un profundo retroceso en la vida
pública. Todos, ahora, en Venezuela, están perdiendo. Y están perdiendo,
principalmente, la posibilidad de construir un futuro menos hostil para todos. Su
futuro depende, hoy, no solamente de quienes todavía detentan el poder a nombre
de una revolución cuestionada desde diversos flancos. Depende también de la
capacidad de conversación de muy diversos sectores políticos, de la capacidad
para buscar acuerdos. El oficialismo debió admitir, hace rato, que su
legitimidad es muy precaria y que sus triunfos han sido pírricos y la oposición
debió, hace rato, percatarse de que podía sugerir un momento de transición sin
que eso significara claudicación. De unos y otros depende que el futuro
cercano, con cualquier desenlace, no se torne más sangriento.
Profesor Loaiza, creo que hay más aristas a tener en cuenta, aristas que pueden explicar la ausencia de iniciativas conciliatorias, en ambos lados, o incluso el desmedro de la seguridad o la calidad de vida en Venezuela, más allá de las fallas del régimen o de la ausencia del líder carismático: http://www.theguardian.com/commentisfree/2014/feb/18/venezuela-protests-us-support-regime-change-mistake
ResponderEliminarnacionalismo no significa enserrarse en un domo.
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ResponderEliminarMuy interesante. No ha sido fácil decir estas cosas sin decirlas desde los intereses de la derecha o sin los sentimentalismos de una izquierda que se va a quedar sin ver realizado su reino de este mundo. A mi siempre me ha parecido, además, que ese movimiento chavista tenía mucho de las practicas y de los discursos de los nacionalismos del contexto de la primera mitad del siglo XX, como el providencialismo y el culto a la personalidad del líder; pero también las concentraciones civicomilitares y la identidad de ciertos uniformes, boinas, brazaletes, juventudes bolivarianas, etc. Siempre me ha parecido chavismo más cercano a ese fascismo que tanto le imputan a gritos a todo el que no este con ellos.
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