Se fue García Márquez
Por: Juan Guillermo Gómez García
Se fue García Márquez. Mentalmente, se había ido hacía
un par de años, sumido en esa nebulosa del reblandecimiento que lo aquejaba.
Como ciudadano, lo habíamos perdido el día en que almorzó con César Gaviria,
por allá en 1992. Pero como autor de La Hojarasca , El Coronel no tiene quien le
escriba, La mamá Grande, Cien años de soledad, El Otoño del patriarca, El General en su laberinto sigue vivo, al menos, por unas cuantas décadas
más, hasta que los lectores del futuro tengan que emplear los artilugios de la
filología para tener que comprender el denso humor, la ironía corrosiva, las
secretas lecciones de época que nos son a nosotros tan caras, tan hermosas, tan
humanas. Pero ya será la momia el que les hable y tendremos a gabólogos como se tiene hoy a
cervantistas.
Es el destino de las letras: envejecer y caer en manos
de expertos que les rindan culto como el cajero a los billetes que no son suyos
y el sepulturero a las tumbas de muertos que no conocieron. Pero mientras
envejece la obra literaria de García Márquez, precisamos volver a leerla,
volver a discutirla, volver a disfrutarla, a envidiarla, salir inconforme de
todo: de nuestra mancillada patria, de los horrores de sus escritores, de la
impotencia que siempre nos ha distinguido. Pero aparte de esta relectura de
Semana Santa, que marca su inhumación, estará la de Pascua.
Luego, en la próxima era de hielo cultural que se
aproxima a pasos agigantados, millones de sus ejemplares tendrán su infamante
destino. Al hacer limpieza de estantes de librerías públicas, se sacrificarán
muchos de ellos cargados de polvo y hongos y ya sin lectores previsibles.
Alguien, con todo, se perderá en las aventuras cíclicas del coronel
Aureliano Buendía. Algunos querrán desposar con Fernanda del Carpio, y que les
aproveche. Yo me desveló por la viuda de Montiel, que puede ser la viuda de
Carlos Castaño.
Ángel Rama nos enseñó a apreciar el sentido de la labor
genética de prensa en El Universal de
Cartagena y El Heraldo de
Barranquilla para la definición de la vocación de García Márquez; Ernesto
Volkening, a valorar la sobriedad lingüística de su obra temprana, El coronel no tiene quien le escriba,
que peligraba ya en El Otoño… (luego
vino el desbarrancadero con Crónica de
una muerte anunciada y esa novela que parece imitar a sus malos imitadores
y está como escrita por Isabel Allende, El
amor en los tiempos del cólera); Don Klein, con su bibliografía
descriptiva, a destacar la universalidad de sus lectores (incluimos las
precisiones regañonas de Gustavo Ramírez); Rafael Gutiérrez Girardot, a
redimensionar el humor como armas críticas y de corrosión y el arte magistral de
la caricatura histórica (Miguel Antonio Caro es Fernanda del Carpio); o Jacques
Gilard, que “datió” –con un cartesianismo casi vanidoso-, pero no comprendió al
García Márquez de miembro del Grupo de Barrranquilla…
Como advierte Gilberto Loaiza, es mucho lo que debemos a
hacer, investigar. Por empezar, a adquirir sus libros en las bibliotecas
universitarias.
Hay un documento -porque tiene las características de
fuente histórica- que escribió García Márquez hacia 1988, para El País de España y que debe
acompañarnos al tratar de descifrar el laberinto de nuestra violencia de los últimos
veinte y cinco años. Se tituló: "¿Qué pasa en Colombia?". Es una
crónica de su visita al Magdalena Medio, en compañía del presidente Omar
Torrijos, sobre la situación de orden público hacia 1980. Turbay Ayala mostraba
complacido a su homólogo panameño, las esperanzas que tenía en pacificar la
zona con los grupos paramilitares que promocionaba su gobierno. La observación
de Torrijos: "El remedio es más malo que la enfermedad".
El buen lector de García Márquez será el que olvide sus
metáforas.
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