¿Y
la educación colombiana?
Es muy difícil creer en los propósitos anunciados por el presidente Juan Manuel Santos en el tema de la educación para su segundo mandato presidencial. En su reelección, el presidente de Colombia ha ofrecido una avanzada por una educación de calidad. Sin embargo, los pasos que ha dado en los inicios de su segundo mandato no avizoran nada nuevo ni bueno. Primero, los nombramientos que ha hecho en el Ministerio de Educación, en la dirección de Colciencias y de Planeación Nacional, la continuidad de la cuestionada y cuestionable ministra de Cultura, hacen pensar que no sucederá nada importante; peor, ese grupo de funcionarios no es garantía de cosas buenas y serias. Segundo, no se conoce aún medidas que vayan en directa consonancia con el cacareo de buenos propósitos; ya es hora de saber si Colciencias va a seguir siendo una empobrecida unidad administrativa que tiene poca incidencia en el fomento de la investigación en Colombia o si va a ser revitalizada no solamente en su presupuesto anual, sino además en su capacidad de orientación en los criterios de calidad. La sociedad colombiana y, particularmente, su comunidad científica necesita una definición de criterios, premisas claras que signifiquen respeto a las diversas formas de investigar y de crear conocimiento, algo que esa entidad no ha podido lograr hacer bien hasta hoy. Tercero, es muy mala señal que todo el gabinete ministerial del presidente Santos provenga de las universidades privadas; es una manera oblicua de decirle al país que las universidades del Estado no sirven o no son bienvenidas para tomar decisiones trascendentales en el gobierno de la sociedad.
Un gobierno que hable
en serio en el tema de la educación no debería estar pensando, como sucede
ahora, en debilitar aún más el salario de los profesores de las universidades
públicas; un gobierno que quiera cambios fundamentales en la educación debería
convertir los actuales ministerios de Educación y de Cultura en uno solo dotado
del presupuesto necesario para garantizar mejoras salariales ostensibles para
los profesores colombianos en cualquier nivel. Un gobierno que hable seriamente
de la ciencia y la investigación elegiría, en la dirección de Colciencias, a un
académico con trayectoria que sea capaz de crear modificaciones sustanciales en
la estructura administrativa de esa entidad, de tal modo que haya áreas del
conocimiento con sistemas de fomento y evaluación lo suficientemente claros y
propios, y no esos esquemas colonizados de selección y clasificación de grupos,
de proyectos, de publicaciones que nada tienen que ver con los desarrollos
intrínsecos de nuestras formas de hacer ciencia y de crear conocimiento. Un
gobierno preocupado seriamente por la educación de sus ciudadanos, ya debería
haber restablecido la enseñanza de la historia como asignatura obligatoria en
la formación primaria y secundaria.
En fin, los problemas
de la educación en Colombia son muchos y de muy diversa índole como para
tomarlos a la ligera y como para creer que serán resueltos con una renovación
del decorado ministerial o con la enunciación de lemas cuya superficialidad es
evidente. Si este presidente Santos habla en serio, tiene que actuar en serio y
dar pasos inéditos. Hasta ahora lo que ha hecho es convencernos de su
estulticia compartida por quienes le sirven de corifeos.
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