“México no nos
pertenece”
“México
no nos pertenece”, le dice a uno el taxista luego de su análisis adobado de
anécdotas; pero esa percepción de la vida pública reciente de México no es
solitaria; con diversas modulaciones, la gente mexicana llega a conclusiones
semejantes: “Este México no es nuestro, se lo han robado”; “esto viene desde
Miguel de la Madrid”; “a los muchachos los están matando por eso, el hecho de
ser joven es un delito”. Leyendo los periódicos, escuchando la radio, viendo
los debates televisivos, conversando en la calle con algunos mexicanos, puede
uno llegar a algunas conclusiones acerca de este triste episodio de los 43
estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa.
Primero,
el gobierno de Enrique Peña Nieto ya debe saber, desde mucho antes de estos
días de diciembre, qué les sucedió a esos estudiantes, por qué y quiénes lo
hicieron; pero no se atreve a decirlo porque, probablemente, hay implicaciones
muy graves para autoridades de su propio gobierno o para instituciones del
Estado.
Segundo,
la situación de derechos humanos en México es muy grave y se extiende más allá
y más atrás del caso de Ayotzinapa. Hay más fosas comunes, hay más
desapariciones forzadas y, sobre todo, hay más casos sin respuesta
gubernamental y sin condenas. Según algunos expertos, la cifra de personas desaparecidas
rebasa los 20 mil casos. En definitiva, la impunidad está escribiendo en México
una historia ominosa desde hace varios lustros. Ante esto, el Estado se ve
incapaz y, a la vez, cómplice.
Tercero,
hay unos periodistas dedicados a torcer el rumbo del clamor colectivo. Se
empeñan, noche tras noche, en demostrar que lo grave no es lo sucedido en
Ayotzinapa ni los demás casos de masacres y desapariciones que se arruman sin
respuesta vigorosa de las instituciones del Estado. Para ellos, lo realmente
grave e indignante son las continuas marchas callejeras de las gentes que
reclaman justicia y los casos, muy aislados, de vandalismo durante esas marchas
(que suelen ser magnificados en los noticieros y los comentarios). Se han
empecinado en cambiar la escala de valores. Lo cierto es que la gente no estaría
marchando y protestando si el gobierno mexicano diera pruebas irrebatibles de
impartir justicia contra los autores materiales e intelectuales de las masacres
y desapariciones forzadas en todo el país.
Cuarto,
hay una percepción colectiva de la pérdida del rumbo. “El país se nos está
derrumbando”, decía un académico en un debate televisivo. El rumbo se ha
perdido tanto a la izquierda como a la derecha. Los partidos políticos han
perdido vínculo con la sociedad civil; su credibilidad es mínima y son
señalados, en diversos grados y por diversas razones, de complicidad en los
múltiples hechos violentos que acongojan a los mexicanos.
Para
terminar (sin ser lo último): hay una terrible fractura social y étnica en
México. En los andenes de México D.F. hay mendigos cuya lengua nativa es el
náhuatl; los peores empleos son para los indígenas; sus territorios han estado
en peligro por las reformas de los últimos gobiernos y Peña Nieto ha dado una
estocada a favor de la inversión extranjera que puede apropiarse fácilmente de
predios en el campo mexicano. Lorenzo Meyer escribía en el periódico Reforma que de nada sirve que 15
afortunadas familias mexicanas aparezcan entre las más ricas del mundo según la
revista Forbes, mientras el 37.1% de
los mexicanos vive en la pobreza y el 14.2% en la indigencia. A México le
han estado haciendo una contrarrevolución. Y eso está doliendo profundamente,
hay sangre por muchas partes.
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