Enemigos
públicos
Daniel Llano Parra. Enemigos públicos. Contexto intelectual y sociabilidad literaria del
movimiento nadaísta, 1958-1971, Fondo Editorial FCSH, Universidad de
Antioquia, 2015.
El nadaísmo
pudo ser una broma colectiva, un suceso urbano muy efímero
circunscrito
al estado de ánimo de unos cuantos jóvenes cuya irreverencia terminó adormecida
en los laureles de la fama o de la necesidad de empleo para no morir de hambre.
Lo que haya sido, sigue siendo, hoy, un fenómeno muy mal estudiado porque suele
estar mal documentado, porque quienes hablan de aquella época son analistas
ocasionales e interesados que juegan a ser investigadores y testigos al mismo
tiempo. El nadaísmo tiende a ser mitificado, arropado en la buena o mala
memoria de algunos. En fin, todavía es un objeto mal atrapado por las ciencias sociales.
Por
eso, el libro recién publicado del joven historiador Daniel Llano Parra, en una
colección naciente del Fondo Editorial de la Facultad de Ciencias Sociales y
Humanas de la Universidad de Antioquia, es una demostración muy refrescante de
todo lo que puede empezar a decirse seriamente, con proposiciones consistentes,
con fundamento documental, con escritura fluida, con sugerencias metodológicas
en el análisis. La historia intelectual, una franja de la historiografía
colombiana que ha ido adquiriendo una personalidad definida, tiene en este
libro un buen testimonio de los avances en la investigación sobre lo que ha
sido la vida intelectual colombiana del siglo XX.
El
nadaísmo no fue un hecho estrictamente literario; es más, literariamente dejó
una impronta estética muy débil. Fue, más bien, un hecho socio-cultural, una
vivencia colectiva que tuvo como escenario las principales ciudades colombianas;
fue la manifestación de una transformación del país, de una tentativa de
modernidad cultural con todas las dificultades inherentes. El nadaísmo reunió a
jóvenes provincianos con alguna iniciación literaria, una clase media culta
emergente que llegó a las ciudades colombianas en busca de relaciones que le
permitiera hacer parte del campo intelectual.
Su
principal valor como movimiento fue la “transgresión”, así su impulso
transgresor se haya extinguido pronto y sus principales protagonistas hayan
evolucionado hacia la rutinaria aceptación del orden institucional. Mientras
fueron transgresores fueron nadaístas y esa transgresión dejó huellas, quizás
tenues, en una bibliografía propia de aquellos que se consideraron miembros del
movimiento; en archivos de baúl que guardan testimonios de algunos desplantes
que sacudieron el ritmo de producción y
consumo de bienes simbólicos.
El
nadaísmo hay verlo como un hecho socio-cultural en la historia contemporánea
colombiana que informa de una condición pérdida en nuestra vida pública.
¿Después del nadaísmo qué grupo de semejantes características ha aparecido en
la sociedad colombiana? Yo creo que después del nadaísmo, la vida pública
colombiana se ha caracterizado por un déficit de sociabilidad. Persecución y
asesinato contra el movimiento sindical, contra la izquierda democrática, contra
defensores de los derechos humanos, desprestigio generalizado de los partidos
políticos. En los últimos cuarenta años hemos asistido a una desmovilización
general de la sociedad colombiana, cada vez menos capacitada para relaciones
solidarias y sistemáticas entre los individuos. La neoliberalización de la vida
cotidiana ha dado sus frutos, un individualismo in extremis, pequeñas
ocupaciones y preocupaciones cuya capacidad de convocatoria es muy limitada;
ninguna utopía que movilice y produzca hechos estéticos o políticos relevantes.
Una sociedad disuelta en la desconfianza, el miedo, la lucha personalizada por
la supervivencia en las lógicas despiadadas del mercado; los individuos
convertidos en clientes, mientras que la ciudadanía es una categoría cada vez
más abstracta que no se plasma en comportamientos colectivos. El nadaísmo fue
el último momento de rebeldía juvenil en la historia política reciente de
Colombia.
Daniel
Llano Parra, en Enemigos públicos,
pone el acento en el contexto intelectual y en la sociabilidad literaria que
recubrió el fenómeno nadaista. De entrada hace una caracterización que
considero acertada, el nadaísmo “se encargó de aglomerar diversos inconformismos”.
No fue una secta, no fue un partido, no fue el grupo disciplinado de redactores
de una revista. Fue, mejor, una aglomeración episódica de jóvenes que
compartían un estado de ánimo. Eran muchachos que antes de congregarse en aquel
rótulo movilizador, estaban acostumbrados a reunirse con “gentes raras”.
Muchachos inquietos e inquietantes en unas ciudades que apenas comenzaban a
sentir el peso de una transformación demográfica que le dio vuelco al país, el
paso de la Colombia rural a la Colombia urbana.
Algo
que el autor no tuvo muy en cuenta es que la aparición y vigencia del nadaísmo
concuerdan con otros sucesos decisivos en la producción y consumo de símbolos
de todo orden. Principalmente, son tiempos de la imagen, de la formación de una
teleaudiencia; el mundo de los impresos dejaba de ser el principal elemento de
comunicación entre intelectuales y entre diversos sectores de la sociedad. La
radio, el cine y luego la televisión irrumpieron y fueron fijando otras pautas
de consumo cultural, posiblemente más democráticas por masivas y posiblemente
más dañinas.
El
capítulo tres me ha llamado poderosamente la atención porque examina las
limitaciones del mundo editorial colombiano. Quizás ha hecho falta mejor
sustento en estadísticas y una perspectiva comparada, con tal de precisar el
atraso o no del mundo del libro en Colombia. Sin embargo, muestra muy bien otro
mundo perdido para los intelectuales, el delas revistas. Las revistas con
vocación de difusión amplia o, al menos, como vehículo de expresión de un grupo
más o menos cohesionado de escritores y artistas, ha sido en todas partes una
forma de sociabilidad que alimentaba cohesión, identidad, afinidad de
intereses. Pero, sobre todo, permitía la divulgación de formas de sentir y
pensar que ampliaban el paisaje simbólico. Eran síntoma de un mundo intelectual
activo, crítico, dispuesto a la discusión pública permanente.
Llano
Parra, joven historiador recién graduado de la Universidad de Antioquia, tiene
por delante una veta de investigación apasionante; ojalá pueda y quiera seguir
revelándonos el complejo carácter del nadaísmo, un hecho intelectual cuyas
interrelaciones, bien reconstituidas, pueden llevarnos a comprender las
tendencias, los estilos de escritura, los comportamientos que fueron definiendo
la organización del campo intelectual colombiano, sus relaciones con el poder
político y sus implicaciones en la configuración de campos específicos de
conocimiento.
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