Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

martes, 12 de abril de 2016

Pintado en la Pared No. 138

Francisco José de Caldas
Es el año del bicentenario de la muerte de Francisco José de Caldas. Su nombre aparece en muchos lugares públicos del país queriendo recordarlo en relación con el origen trágico de la nación colombiana. Su nombre se asocia con un martirio, con un sacrificio, con un momento heroico; pertenece, dijo alguien, a una generación trágica. Colombia no se distingue por tener abundantes lugares de fijación de la memoria, pero entre lo poco que tenemos en los sitios públicos aparece, aquí y allá, el nombre de Francisco José de Caldas.
Los historiadores colombianos hemos hecho un esfuerzo, no el suficiente, para entender su vida. Hay algunos ejercicios biográficos y algunos exámenes monográficos de aspectos muy precisos de su trayectoria. Aun así, su vida truncada por el fusilamiento de 1816 alcanza a mostrar los dilemas que tuvo que enfrentar un hombre ilustrado criollo. Caldas intentó ser hombre de ciencia, hombre de acción política y, en últimas, hombre influyente en la organización de la sociedad. Primero creyó que por la vía de la ciencia podía tener injerencia en el control de la sociedad, que se volvería funcionario imprescindible en los propósitos reformistas de la Corona; luego se inclinó por la publicidad del cambio revolucionario y fue difusor de las virtudes de un nuevo orden político.
Como científico, se adhirió al principio ilustrado de la utilidad del conocimiento en el gobierno de los hombres. La ciencia tenía sentido si contribuía al dominio imperial, a la administración de los recursos naturales y de la población. Como criollo letrado padeció la lejanía con respecto a los lugares estratégicos europeos en la producción de novedades científicas; se sintió aislado de los circuitos de producción y circulación del libro científico e intentó sacudirse de su soledad con un esfuerzo inventivo que alcanzó a brindarle alguna notoriedad, pero no la suficiente para adquirir autoridad, ya fuese como funcionario o como hombre de ciencia.
Dirigió un periódico que reunía el pensamiento científico de la élite criolla neogranadina, el Semanario del Nuevo Reyno de Granada; allí fue vocero de un proyecto ilustrado de variado espectro. Bajo la dirección del “sabio” Francisco José de Caldas, varios escritores propusieron sus memorias científicas que incluyeron proyectos de reforma de la educación y en la administración de la Iglesia católica; la pretendida escritura “científica” estaba guiada por la intención de ser útil al gobierno y a la sociedad hablando de asuntos de “primera necesidad”, según el anuncio del prospecto de 1808. Al inicio, Caldas exhibió su interés por los conocimientos geográficos en estrecha conexión con su utilidad política: “La Geografía –decía- es la base fundamental de toda especulación política; ella da la extensión del país sobre que se quiere obrar” (F.J. de Caldas, “Estado de la Geografía del Virreinato de Santafé de Bogotá…”, Semanario del Nuevo Reyno de Granada No1, enero 3 de 1808, p. 1). La ciencia tuvo en el Semanario neogranadino un inmediato vínculo con expectativas políticas y presentaba un denso pensamiento criollo ilustrado, de funcionarios que estaban dispuestos para asumir labores tutelares en el conocimiento del territorio y de la población. Por eso no sorprende que el fundador de este periódico haya pasado, casi de inmediato, de la redacción de memorias científicas, bajo la vigilancia virreinal, a la responsabilidad de la publicidad política en el momento del tránsito revolucionario concretado en la existencia de una Junta Suprema en Santafé de Bogotá.

El nacimiento del Diario Político de Santafé de Bogotá obligó a Caldas a cumplir una función publicitaria central, algo que ya había hecho en su Semanario, pero esta vez el énfasis estaba en la auto-representación de un personal criollo. Caldas había pasado a una situación contigua, era el criollo exaltado que, por vía del prestigio de la ciencia o ante una transitoria situación política privilegiada, veía la oportunidad de ejercer una labor persuasora y de tutela sobre la sociedad. Los hombres ilustrados que, en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada, habían hecho exhibición de conocimientos científicos sobre la naturaleza y la sociedad, y que se postulaban para ejercer funciones tutelares, se traslaparon en un nuevo periódico, cuyo fin primordial era informar de los eventos políticos y de promover una rápida y apremiante unidad en torno a la nueva forma de gobierno. En ese traslape, el científico, el sabio ilustrado, pasó a ser ciudadano, miembro activo de un cuerpo político en busca de consolidación que ya se sabía capacitado para tareas de gobierno.
La vida trunca del “sabio” Caldas, su paso de la ciencia a la política fueron el preludio histórico de lo que les sigue sucediendo a muchos científicos e intelectuales en Colombia. Ante el angosto y subordinado mundo de la ciencia, ante la mezquindad de un medio muy dependiente de la estructura del poder, los intelectuales nos deslizamos a la política en busca de la autoridad y el reconocimiento que no se consiguen fácilmente intentando crear algo en el frágil ámbito de la ciencia. Su tragedia es la tragedia institucional continua de la ciencia en Colombia, de ahí la ironía que una institución como Colciencias, hoy, haya adoptado su nombre como guía.


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