Francisco
José de Caldas
Es el año del
bicentenario de la muerte de Francisco José de Caldas. Su nombre aparece en
muchos lugares públicos del país queriendo recordarlo en relación con el origen
trágico de la nación colombiana. Su nombre se asocia con un martirio, con un sacrificio,
con un momento heroico; pertenece, dijo alguien, a una generación trágica.
Colombia no se distingue por tener abundantes lugares de fijación de la
memoria, pero entre lo poco que tenemos en los sitios públicos aparece, aquí y
allá, el nombre de Francisco José de Caldas.
Los
historiadores colombianos hemos hecho un esfuerzo, no el suficiente, para
entender su vida. Hay algunos ejercicios biográficos y algunos exámenes
monográficos de aspectos muy precisos de su trayectoria. Aun así, su vida
truncada por el fusilamiento de 1816 alcanza a mostrar los dilemas que tuvo que
enfrentar un hombre ilustrado criollo. Caldas intentó ser hombre de ciencia,
hombre de acción política y, en últimas, hombre influyente en la organización
de la sociedad. Primero creyó que por la vía de la ciencia podía tener
injerencia en el control de la sociedad, que se volvería funcionario
imprescindible en los propósitos reformistas de la Corona; luego se inclinó por
la publicidad del cambio revolucionario y fue difusor de las virtudes de un
nuevo orden político.
Como científico,
se adhirió al principio ilustrado de la utilidad del conocimiento en el
gobierno de los hombres. La ciencia tenía sentido si contribuía al dominio
imperial, a la administración de los recursos naturales y de la población. Como
criollo letrado padeció la lejanía con respecto a los lugares estratégicos
europeos en la producción de novedades científicas; se sintió aislado de los
circuitos de producción y circulación del libro científico e intentó sacudirse
de su soledad con un esfuerzo inventivo que alcanzó a brindarle alguna
notoriedad, pero no la suficiente para adquirir autoridad, ya fuese como
funcionario o como hombre de ciencia.
Dirigió
un periódico que reunía el pensamiento científico de la élite criolla
neogranadina, el Semanario del Nuevo
Reyno de Granada; allí fue vocero de un proyecto
ilustrado de variado espectro. Bajo la dirección del “sabio” Francisco José de
Caldas, varios escritores propusieron sus memorias científicas que incluyeron proyectos
de reforma de la educación y en la administración de la Iglesia católica; la
pretendida escritura “científica” estaba guiada por la intención de ser útil al
gobierno y a la sociedad hablando de asuntos de “primera necesidad”, según el
anuncio del prospecto de 1808. Al inicio, Caldas exhibió su interés por los
conocimientos geográficos en estrecha conexión con su utilidad política: “La
Geografía –decía- es la base fundamental de toda especulación política; ella da
la extensión del país sobre que se quiere obrar” (F.J. de Caldas, “Estado de la Geografía del Virreinato de
Santafé de Bogotá…”, Semanario del Nuevo Reyno de
Granada No1, enero 3 de 1808, p. 1). La ciencia tuvo en el Semanario
neogranadino un inmediato vínculo con expectativas políticas y presentaba un
denso pensamiento criollo ilustrado, de funcionarios que estaban dispuestos
para asumir labores tutelares en el conocimiento del territorio y de la
población. Por eso no sorprende que el fundador de este periódico haya pasado,
casi de inmediato, de la redacción de memorias científicas, bajo la vigilancia
virreinal, a la responsabilidad de la publicidad política en el momento del
tránsito revolucionario concretado en la existencia de una Junta Suprema en
Santafé de Bogotá.
El nacimiento del Diario
Político de Santafé de Bogotá obligó a Caldas a cumplir una función
publicitaria central, algo que ya había hecho en su Semanario, pero esta vez el énfasis estaba en la
auto-representación de un personal criollo. Caldas había pasado a una situación
contigua, era el criollo exaltado que, por vía del prestigio de la ciencia o
ante una transitoria situación política privilegiada, veía la oportunidad de
ejercer una labor persuasora y de tutela sobre la sociedad. Los hombres
ilustrados que, en el Semanario del Nuevo
Reyno de Granada, habían hecho exhibición de conocimientos científicos
sobre la naturaleza y la sociedad, y que se postulaban para ejercer funciones
tutelares, se traslaparon en un nuevo periódico, cuyo fin primordial era
informar de los eventos políticos y de promover una rápida y apremiante unidad
en torno a la nueva forma de gobierno. En ese traslape, el científico, el sabio
ilustrado, pasó a ser ciudadano, miembro activo de un cuerpo político en busca
de consolidación que ya se sabía capacitado para tareas de gobierno.
La vida trunca del “sabio” Caldas, su paso de la ciencia a
la política fueron el preludio histórico de lo que les sigue sucediendo a muchos científicos
e intelectuales en Colombia. Ante el angosto y subordinado mundo de la ciencia,
ante la mezquindad de un medio muy dependiente de la estructura del poder, los
intelectuales nos deslizamos a la política en busca de la autoridad y el
reconocimiento que no se consiguen fácilmente intentando crear algo en el
frágil ámbito de la ciencia. Su tragedia es la tragedia institucional continua de la
ciencia en Colombia, de ahí la ironía que una institución como Colciencias,
hoy, haya adoptado su nombre como guía.
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