Un libro, que puede ser
imprescindible en cualquier curso introductorio para aquellos que se inician en
las ciencias humanas y sociales o en las humanidades, dice que las ciencias
sociales adolecen de varios defectos; uno de ellos es su heteronomía, lo que significa su vulnerabilidad ante factores
externos a los del propio saber. En las ciencias humanas y sociales, múltiples
factores y agentes externos inciden en la vida de las disciplinas que deambulan
bajo el paraguas de las humanidades o las ciencias humanas y sociales.
El estatuto “legal” de
las ciencias humanas y sociales es muy débil, deja penetrar fácilmente las
presiones externas. Su agenda parece expuesta a motivaciones que no provienen
de la vida propia de la disciplina. Su régimen de sanciones y de censura es muy
débil: cualquiera puede entrar y salir de las ciencias humanas, decir y hacer
algo sin ser advertido o rechazado o denunciado por sus inconsistencias. Las
ciencias humanas y sociales, por tanto, no solamente se forman o deforman con
las discusiones entre los pares científicos que han logrado alguna autoridad en
el desarrollo de una u otra disciplina, su personalidad también depende de las
injerencias externas, de los transeúntes que en nombre de algún retazo del
mundo social se sienten autorizados para decir algo con presunción científica.
Son, en consecuencia,
ciencias porosas cuyos científicos padecen un doble esfuerzo: persuadir a sus
colegas y persuadir el mundo social que lo asedia. Pero a ese doble esfuerzo se
agregan otras dificultades; el propio mundo interno de las disciplinas no es
muy sólido, las inconsistencias, los fraudes, los defectos y los excesos pueden
prosperar porque no hay una rígida censura. La autoridad científica se
construye de modo muy relativo, muchas veces depende de los posibles consensos
intersubjetivos. Puede haber acuerdos y aprobaciones sobre una falsedad y, al
contrario, una verdad finamente construida puede sufrir de ostracismo.
El científico social
puede sentirse encerrado en varios mundos hostiles; el del escaso
reconocimiento dentro de su universo disciplinar y el de la escasa y hasta nula
incidencia en la sociedad. Y puede suceder todo lo contrario, un dudoso
científico puede haber conquistado con sus encantos a un auditorio incauto dentro
de las ciencias humanas y, al tiempo, gozar de una audiencia solicita en el
mundo exterior. Por eso es que muchísimas veces el silencio y la soledad son un
buen indicio de algo importante. Claro, eso será percatado por alguien sensato
en su soledad de otro tiempo. Habituarse a esa trayectoria en el mundo de las
ciencias humanas y sociales debería hacer parte del proceso formativo; el
fracaso social del científico humanista debería ser un sello de su identidad.
El libro referido es:
Pierre Bourdieu, El oficio de científico.
Ciencia de la ciencia y reflexividad. Curso del Collège de France,
2000-2001, Barcelona, Anagrama, 2003 (2001)
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