Qué se investiga y cómo se
investiga en las ciencias humanas son preguntas que nos hacemos con frecuencia
en las universidades. ¿De dónde salen los problemas de investigación? Eso
equivale a preguntarnos de dónde surgen nuestras preocupaciones o, quizás mejor,
qué delatan esas preocupaciones. Lo que nos interesa investigar surge de muchas
partes, pero procede principalmente de nuestras relaciones con la sociedad, con
el mundo, con la vida. Alguien decía que investigar en las ciencias humanas
proviene de un ejercicio de auto-psicoanálisis. Quienes investigamos y
dirigimos investigaciones de nuestros pupilos sabemos del complejo proceso de
definición de un problema de investigación o de un objeto de estudio; muchas
veces es un auténtico parto de los montes. Decidir qué investigamos es una
manera de situarnos en el mundo, es una manera de revelar cómo queremos
situarnos en el mundo. Escoger tal o cual fragmento de la vida social para
estudiarla nos define, dice mucho de nosotros como investigadores, como seres humanos;
señala tendencias, afectos, militancias, gustos, opciones de existencia. Un
resorte de motivación de nuestras prioridades en investigación es nuestras
adhesiones; si pertenecemos a algo, esa pertenencia nos sitúa en un régimen de
valoraciones, de expectativas.
Ese tipo de motivaciones es muy
frecuente, por no decir que predominante, y es el que menos me agrada porque
delata a un investigador que depende de la red de relaciones en que está
inmerso. A eso lo pueden llamar otros “intelectual orgánico”, “intelectual
comprometido”, yo creo que se trata, mejor, de un ser demasiado obediente,
demasiado subordinado a lo que la pertenencia a algo le indique. Su agenda es
una agenda que proviene de lo que el grupo al que pertenece le ha indicado;
asume como su deber primordial responder por las aspiraciones de su grupo.
Quiere satisfacer de modo inmediato al lugar social en que se ha situado. Si es
militante en los asuntos reivindicativos del género, hacia allá conducirá todas
sus intenciones de investigador; si es miembro de un activismo que exalta tales especificidades en asuntos
étnicos, hacia allá conducirá sus principales preguntas que desea satisfacer;
si es una víctima de un grupo armado legal o ilegal, su vida tendrá una marca
indeleble y volcará sus esfuerzos de investigador por escudriñar las causas de
la violencia de su comunidad más cercana.
Hay otro espécimen cada vez más
raro, pero aún existe; aquel ser curioso cuyas preocupaciones son casi
obsesiones. Necesita satisfacer su curiosidad y desde muy joven se dedica con
pasión a escudriñar. Son espíritus inquietos, casi monotemáticos, que
construyen sus propias parábolas; sus vidas, sus comportamientos se han
organizado de tal modo que corresponden plenamente con aquello que les obsede.
Es gente talentosa y solitaria que se inventa sus problemas y sus propias
soluciones. La academia universitaria les sirve de apoyo, pero son
fundamentalmente autodidactas, desordenados, generosos en erudición. Algunos
que conozco son especialmente fecundos en escritura; son proclives a escribir
mamotretos que concuerdan con su espíritu barroco. Repito, no se hallan con
frecuencia; son casos excepcionales que se nos atraviesan muy de vez en cuando.
Pero existen, por fortuna.
Y están aquellos que privilegian
el ritmo sistemático de la disciplina científica a la que se adhieren; son
perfectamente institucionales. Absorben metódicamente la tradición disciplinar;
trabajan al lado de sus profesores; leen ordenadamente en las bibliotecas,
aceptan sugerencias de lecturas, dan informes juiciosos, escuchan y siguen con
atención. Son aplicados hasta el servilismo; memorizan detalles biográficos,
citan literalmente, ubican con facilidad escuelas, corrientes, tendencias,
generaciones que han forjado su campo disciplinar. Sus intereses investigativos
son previsibles, corresponden con el dictado de las modas; saben cuáles son los
vacíos e intentan colmarlos. Son disciplinados porque siguen obedientemente el
ritmo de su disciplina. Suelen ser los mejores estudiantes, diligencian con precisión
y rapidez cualquier formato, llegan
puntualmente a cualquier evento, preparan muy bien sus exposiciones, reciben
fácilmente financiación para sus proyectos. El éxito y el reconocimiento parece
asegurado, salvo si no se les atraviesa el duende del desorden y se pierden en
un amor desenfrenado o en las bocanadas de un alucinógeno que los deja
extraviados en un paraíso artificial. Pero, en fin, están hechos para subir con
paciencia los peldaños de la disciplina y agregarle a la ciencia unos cuantos
adoquines sólidos.
Estas tres variantes del
investigador en las ciencias humanas pueden darse completamente puras, ajenas a
la mezcla. Pero las mezclas, además de ser posibles son necesarias. Lo ideal, a
mi juicio, es el equilibrio entre ellas. Tener un poco de cada cosa: ser un
individuo con relaciones en el mundo, con preocupaciones propias de un
ciudadano activo; ser un individuo con
inquietudes propias, forjadas en la intimidad de sus dudas y obsesiones; y ser un individuo dispuesto a conocer el
capital simbólico de la disciplina para saber dónde están su carencias o sus
excesos.
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