La ciencia histórica en el proyecto
interdisciplinario
del doctorado en Humanidades
de la Universidad del Valle
Es muy difícil que la ciencia histórica esté por fuera
de cualquier apuesta interdisciplinar. Primero, la propia historia de las
ciencias humanas y sociales ha puesto a la Historiografía o ciencia histórica
en un lugar central en la integración de formas de conocimiento sobre el hombre
y la sociedad. La Historiografía fue, por mucho tiempo, la ciencia que devoró a
las demás; en la tradición francesa fue la ciencia integradora y, como se decía
a mediados del siglo XX, “totalizante”. Ella reconstruía las relaciones de los
seres humanos con el tiempo y el espacio, categorías abarcadoras; hacer
investigación histórica era establecer conversaciones con la economía, la
sociología, la psicología, la geografía. Las ciencias humanas, dominadas en el
siglo XX por el proyecto estructuralista era expresión del triunfo de ese
proyecto, ella podía despedazar el tiempo en estructuras cortas, medianas y
largas, podía dar cuenta de la vida de los hombres en las dimensiones más
inmediatas y en las más duraderas, casi a escala geológica. En fin, la Historia
ha sido ciencia aglutinadora, devoradora.
Alguien, con mayor autoridad, advirtió que la ciencia
histórica es la playa por la cual caminan las demás ciencias humanas. Y todo
porque en ella se sintetizan tiempo y espacio, categorías imprescindibles.
Siempre acudimos a la historia para situar cualquier hecho, la dimensión
histórica es aquella que nos remite a las condiciones que ayudan a explicar
cualquier hecho o fenómeno en la vida de los seres humanos, por eso su carácter
explicativo imprescindible.
Al ser la ciencia que lograba tantas síntesis, puso en
el pináculo de los recursos de investigación a sus oficiantes. En el caso
francés, los historiadores pudieron inventarse y administrar la Maison des
Sciences de l´Homme y allí decidieron sobre cuáles eran las prioridades de
financiación de la investigación en las Humanidades de ese país. Ser
historiador era estar en el centro dominante de un campo científico. De tal
manera que a la bulimia de una disciplina, tan dispuesta a integrarlo todo para
logar alguna explicación plausible de los hechos del pasado, se le agregaba la
hegemonía en el control de los procesos administrativos del conocimiento. Todo
este legado, vertido en las condiciones de un país de muy corta tradición en la
investigación humanística, como Colombia, no deja de convertirse en una enorme
paradoja. Una cosa es, por tanto, la tradición de una disciplina y otra cosa es
el estado de formación de las comunidades científicas de cada lugar. Ese legado
es, para nosotros, apenas un referente que puede volverse en un horizonte de
deseo. Ojalá, alguna vez, investigar en Historia, en Colombia, entrañe acaparar
el dominio de las ciencias humanas y sociales.
Todo esto para decir que, por sus propios orígenes y
tradiciones, la Historiografía es una ciencia expansiva, abarcadora, ecléctica,
dispuesta a establecer todos los vínculos que sean necesarios. Atraviesa sin
dificultad las fronteras ficticias de las ciencias humanas. Además, está
asociada a tradiciones diversas por su propia naturaleza epistemológica y discursiva.
En lo epistemológico, porque sus métodos de indagación parten de la íntima
relación con todas las formas de lo textual; la ciencia histórica demanda saber
hacer operaciones ante los archivos, ante todas las formas de expresión
documental; en lo discursivo, porque la forma culminante de la investigación
histórica sigue siendo la escritura, el máximo esfuerzo por borrar la distancia
entre un pasado muerto y nuestras existencias en el presente. La escritura de
la Historia transita en las brumas de lo ficticio y lo real, lo conjetural y lo
fáctico, lo probable y lo cierto. La escritura histórica mezcla relato y
explicación, es narración documentada que intenta reconstituir lo que ya no es.
Por esa condición ambivalente de su escritura, la Historiografía está, en
ciertas tradiciones, más cerca de las artes y las letras (por ejemplo en la
tradición británica) que de las ciencias sociales (caso francés) y, también por
eso, hace parte de las experimentaciones postmodernas de nuestros días.
Gilberto Loaiza Cano, junio de 2017
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