Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

domingo, 25 de febrero de 2018

Colombia, la mal educada



Los ocho años de gobierno del presidente Juan Manuel Santos, en Colombia, están en su crepúsculo. Su logro más conocido en el mundo y reconocido con el Premio Nobel de Paz fue la desmovilización de una vieja guerrilla; sin embargo, en otros ámbitos, sus logros son discretos y, en particular en la educación, su gobierno deja como balance algo parecido a un desastre cultural. Varios datos elementales son señal de un evidente retroceso de la educación y la investigación en Colombia.
Para empezar, el sistema universitario colombiano sigue teniendo una tasa de cobertura muy rezagada en comparación con otros países de América del sur, está muy atrás de Chile, Brasil y Argentina. Esos países, por demás, han sido en el último decenio grandes receptores de estudiantes colombianos que buscan condiciones menos desventajosas para asegurar una formación de posgrado. Durante los gobiernos de Uribe Vélez (2002-2010) y Santos (2010-2018), se afianzó un modelo privado, y por supuesto muy oneroso, en la matrícula para estudios de maestría y doctorado, y esa es quizás la principal causa de la ya conocida diáspora de jóvenes colombianos por el resto de América latina.
Durante el gobierno de Santos aumentó la brecha de matrículas de estudiantes entre universidades públicas y universidades privadas; hoy en día se estima que las últimas abarcan casi el 55% de estudiantes matriculados y las públicas están recibiendo el porcentaje restante. Eso indica un debilitamiento del sistema de universidades públicas. El presupuesto para las universidades públicas es deficitario y eso tiene ostensible expresión en la ruinosa situación de edificios e instalaciones de varias universidades públicas mientras que las universidades privadas realizan ambiciosos proyectos inmobiliarios en las principales ciudades.
El balance desastroso lo completa el declive académico y financiero de Colciencias, la institución encargada de guiar y sostener el sistema de investigación en Colombia. Un titular de la prensa colombiana fue lapidario al respecto: en investigación han sido “ocho años perdidos”. En ese lapso, ha habido el mismo número de directores. Ninguno de ellos ha logrado definirle un derrotero a ese organismo y, al contrario, nos hemos acostumbrado a una historia de incoherencias, de cambios abruptos en sus criterios y prioridades pero, aún peor, a una sistemática disminución de su presupuesto. De modo que tenemos como resultado una institución incapacitada económica y académicamente para liderar la política investigativa del país.
Quien sea el próximo presidente de Colombia tiene un gran desafío en la reorientación de la política educativa e investigativa del país. Mientras tanto, quienes somos agentes centrales del funcionamiento del sistema universitario público colombiano necesitamos proponer soluciones que enderecen la decadencia de nuestras universidades y que pongan el acento en la creación de una nueva estructura institucional para orientar la investigación y la creación artística.

Pintado en la Pared No. 173


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