Sí, la subordinación del profesor universitario tiene
matices; es cierto que su situación no es cómoda en universidades privadas
confesionales ni en aquellas que imponen rutinas de trabajo que obligan la
presencia permanente en salones de clase y oficinas. En las
universidades privadas, el profesor universitario tiene que contribuir a
garantizar ingresos por la ventanilla de tesorería; en la universidad pública,
la vigilancia sobre el profesor es menos burda pero también hay exigencias basadas
en criterios empresariales: número de cursos bajo su responsabilidad, número de
estudiantes en esos cursos, número de horas dedicadas a impartir las clases,
número de horas dedicadas a la investigación, en fin. El profesor universitario
está sometido a estas formas de control, es verdad; pero tiene aún un margen de
maniobra que, bien entendido, es una de sus riquezas que no puede despreciar.
El profesor universitario defiende (o debería
defender) poder tener tiempo para investigar, leer, pensar y escribir; tiempo
presencial difícil de medir en su uso y sus resultados, pero tiempo que hace
parte de su libre iniciativa en su auto-formación y en el ejercicio de un tesoro
preciado: la libertad de cátedra. En medio de las exigencias cuantitativas de
nuestras universidades, el profesor universitario puede y debe dedicarse a la
formación en determinadas dimensiones del conocimiento. Utiliza parte de su
salario en la adquisición de libros; se asocia con colegas de otros lugares con
quienes forma comunidades de conocimiento que discuten y comparten experiencias
en eventos de distinto nivel; investiga y busca publicar avances de sus
investigaciones. Aquí estamos ante una esfera de ocupaciones poco tangible en
la contabilidad de la burocracia que administra las universidades, pero es un
aspecto de la existencia que ayuda a consolidar al profesor universitario y
que, por consecuencia, le agrega capital simbólico a la institución que
pertenece.
Aunque esos logros suelen ser fácilmente atribuibles a
nombres propios, no son fácilmente retribuidos. Unas universidades aprecian más
o menos que otras lo que logran los profesores universitarios en su trayectoria
académica. Sin embargo, es un aura de prestigio (o de desprestigio) que puede
construirse en el buen aprovechamiento de ese tiempo que no es visible ni
cuantificable en las horas presenciales en oficinas y salones de las
universidades. Mucho de eso sucede en el laboratorio, en la práctica externa,
en la lectura y escritura en el cuarto de estudio de la casa, en los premios que otorgan ciertas organizaciones. Visto así, el
profesor universitario extiende su actividad pública en muchas dimensiones que,
incluso él mismo (o ella misma), no sabe determinar.
Y quizás de este modo lleguemos a otro rasgo que
define al profesor universitario. Los profesores universitarios somos, en
general, seres públicos; individuos cuyas acciones cotidianas -dentro, cerca o
lejos de las aulas- tienen una repercusión pública. Nuestros auditorios no
tienen la dimensión multitudinaria de las actividades que realizan otros
individuos, pero aun en los restringidos públicos de la vida universitaria, el
profesor universitario es un ser expuesto de modo cotidiano al intercambio con
estudiantes, colegas, directivos, lectores, periodistas, líderes sociales. Esa
condición pública del oficio de profesor universitario no es muy bien
comprendida por nosotros mismos; es una condición descuidada que merece un
examen.
Pero, bien, al menos saquemos dos cosas en limpio de
esta reflexión: el profesor universitario es aquel individuo capacitado y
dispuesto a practicar la libertad de cátedra cuyos beneficios de tal práctica
pueden contribuir al prestigio de las instituciones a las que pertenece; y es,
además, un individuo cuyas actividades cotidianas tienen impacto público, así
sea en ámbitos de apariencia muy limitada.
Pintado en la Pared No. 200
ResponderEliminarExcelente síntesis de lo que debería ser un profesor universitario, pero la creciente lógica burocrática limita cada año el espacio de libertad del profesor (en todo el mundo, especialmente en Francia)
Me llama la atención la idea de las diversas actividades académicas (ocupaciones) del profesor universitario que le agregan capital simbólico a la institución que pertenece.
ResponderEliminarMe hace evocar aquella idea de Marx de esencia humana, no como algo universal, ni una especie de abstracción, tampoco un denominador común, ni mucho menos la comprensión de algo así como una clase lógica cuya extensión constituirían los individuos aislados. La esencia humana es, como lo planteaba Marx, el conjunto de las relaciones sociales en que participan esos individuos; en otras palabras, un conjunto de estructuras significativas concretas, económicas e intelectuales que se oponen y se engloban mutuamente.
La idea de profesor universitario como figura pública, tal y como como la describe el profesor Loaiza, a mi manera de ver, quiere enfatizar (espero coincidir con él) una idea de sujeto que supone, en cada ocasión, el análisis concreto de las relaciones económicas, sociales, intelectuales y afectivas en que participan los individuos que forman parte de él. Esta idea, me parece, se ve ilustrada cuando afirma que “el profesor universitario es un ser expuesto de modo cotidiano al intercambio con estudiantes, colegas, directivos, lectores, periodistas, líderes sociales”. La "anatomía" de este intercambio es lo interesante y clave aquí. El mismo Marx señalaba que este tipo de relaciones (intercambios, según Loaiza) cambia en el curso de la historia. Desde luego el concepto de lo histórico cobra especial relevancia en este breve análisis que propongo. Y, justamente, cobra relevancia dado que ser un profesor universitario (público) podría tener significados diferentes en el tiempo y en el espacio. Ser un profesor universitario (público) no puede ser un concepto a-histórico y a-cultural. Estamos asistiendo en este tiempo actual a esta breve caracterización de lo público en el profesor universitario, pero muy posiblemente, en el curso de varios años, esta idea se vea transformada por nosotros mismos, pues somos nosotros los encargados de fabricar una nueva concepción de lo público en el profesor universitario que, por supuesto, no solamente pague tributo a una concepción anterior, sino que posicione nuestras ocupaciones (yo diría mejor actividades profesionales) en la idea de formar ciudadanos críticos y éticos que tengan la posibilidad de introducir cambios sustanciales en la sociedad para volverla más justa y democrática y que, en particular, valore la caracterización de lo público en el profesor universitario. Razón tenía Edward Carr en su libro ¿Qué es la historia?, cuando sostenía que el nacimiento de un valor o ideal determinado, en un momento o en un lugar determinado, queda explicado por las condiciones históricas del momento y del lugar.
Finalmente, estas reflexiones que propone el profesor Gilberto Loaiza aportan elementos para avanzar en un camino que nos permita como profesores universitarios comprender más profundamente nuestra labor. Me parece que las palabras de John Russon, un filósofo canadiense especialista en la Filosofía de Hegel, pueden sintonizar con estas reflexiones:
Es solamente arriesgándonos —exponiéndonos más allá de la comodidad de la vida a la que estamos acostumbrados, yendo a lo desconocido— que crecemos y que llegamos a habitar un mundo más profundo y rico”.
Cordialmente,
Rodolfo Vergel