El Estado colombiano ha sido, desde sus inicios
republicanos, insuficiente, ruinoso, incompleto. La fundación de la república,
luego de la separación española, estuvo hipotecada por la falta de recursos,
por la deuda externa, especialmente con el imperio británico; cualquier sueño
de una grandiosa nación americana se diluyó porque no había ni el dinero ni los
individuos ni la formación de una burocracia racional, técnica y moderna para cumplir
tareas de control de la población y del territorio. Desde la década de 1820 ya
era imposible, para algunos dirigentes en apariencia esclarecidos, sostener un
ejército, tampoco había recaudadores eficientes de impuestos, no había científicos
para elaborar censos, estadísticas, mapas; tampoco ingenieros para hacer
carreteras y, aún más, ni siquiera había manuales y reglamentos que dijeran
cómo seleccionar a un empleado para la secretaría (denominación antigua para
los ministerios) de Hacienda o para la de relaciones exteriores. El nacimiento
estatal fue improvisado e incompleto, sobre la marcha, siempre tratando de
responder a las afugias de cada circunstancia.
Desde entonces, el Estado era incapaz de situarse en
las fronteras territoriales y decir "aquí están las instituciones y los
funcionarios que guían a la sociedad". Al contrario, la sociedad ha sido más
móvil y rápida que el Estado, tanto que esa sociedad, en muchos puntos del mapa
(hubo tardanza en tener mapas) colombiano, se acostumbró a vivir sin las normas
que dicta el Estado. La iniciativa ha venido de los individuos, de la fuerza de
las costumbres lugareñas con sus propias pautas de orden o de desorden y,
luego, el Estado lejano y lento, que intenta enviar una abstracta idea de
armonía.
En un libro muy sugerente y actual, Mauricio García
Villegas examina las “raíces de nuestro desprecio por las reglas y el orden”;
su búsqueda de una explicación histórica lo lleva a admitir que hemos tenido un
“Estado endeble” que intenta envolver su debilidad en autoritarismo y, mientras
tanto, hemos tenido una sociedad briosa, muy difícil de sujetar. Pero quizás la
mayor debilidad de ese Estado que examina García reside en el ámbito simbólico,
en su incapacidad para distribuir lenguajes de inclusión y de cohesión, de
convivencia y legitimidad.
Hoy se nota por todas partes la falta de lo que
podríamos llamar una cultura estatal, una cultura del servicio público, de la
eficiencia administrativa para cumplir propósitos que legitimen al Estado y le
brinde confianza a la sociedad. Quienes llegan a los cargos de dirección del
Estado no están imbuidos de nociones básicas de compromiso, piensan en el
usufructo personal de un puesto público; llegar a cargos del Estado es una oportunidad
de ascenso social o político o económico; ninguna idea elemental de bien común.
Por eso el Estado no cumple fácilmente con lo que pacta y firma, está
acostumbrado a fallarle a la sociedad; pero no podemos olvidar que aquello que
hoy es el Estado está hecho de lo que somos como sociedad, y como tal hemos
estado demasiado acostumbrados a sacar ventaja, en una especie de sálvese quien
pueda. Con esos principios como lemas de
acción es muy difícil que el Estado, tal como es hoy, pueda garantizar memoria,
justicia, verdad, reparación, inclusión, equidad, protección a desmovilizados
de la guerrilla y a líderes sociales.
Tenemos, parece, mucha sociedad fragmentada en
intereses diversos y un Estado insuficiente e impedido para saber entender las
múltiples caras de la multitud. La tarea, por tanto, es ardua y ocupará varias
generaciones.
Pintado en la Pared No. 206.
Interesante su reflexion de la realidad de nuestra historia, con vicios ancestrales de corrupcion, conductas sectarias de la politica en donde los dialogos nacionales han estado ceñidos de traiciones y de homicidios. Nos ha faltado encontrarnos en nuestros males. Gracias por el articulo.
ResponderEliminarProfesor, excelente reflexión.
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