La Covid-19 ha sido una pandemia poderosa; un virus
potente nos ha arrinconado en una cuarentena global acompañada de hambruna,
ruina empresarial, mortandad, vileza política, desigualdad crónica; muerte,
pobreza, marginalidad, corrupción se han juntado como amalgama en basurero.
Este virus potente, se dice, será pasajero y vendrán otros. Muy curioso, desde
fines del siglo 20 los científicos lanzaron alertas, iban a venir tiempos
pandémicos y era necesario aumentar presupuestos de investigación para
prevenirnos ante la multiplicación y mutación de los virus. Sin embargo, en las
ciencias mismas habían despreciado el tema; los Estados concentraron sus presupuestos
en otras prioridades: armamento, transporte, tecnología de comunicaciones. Las
advertencias de la ciencia quedaron a un lado. Quienes advirtieron hace más de
veinte años han tenido la razón, pero tenerla, ahora, es insuficiente.
Los políticos han venido equivocándose de varias
maneras. Al no atender los llamados apremiantes de los científicos; al no dedicar
recursos a la educación en salud preventiva; al no asesorarse adecuadamente
para diagnosticar, pronosticar y calcular; al concentrarse en la depredación de
recursos naturales, Desde los tiempos de Sócrates, Platón y Aristóteles se
exhortaba a que los pueblos supiesen escoger a los más sabios para las tareas
de gobierno. La experiencia y la sabiduría eran premisas reclamadas para
garantizar bienestar, justicia, libertad, igualdad, en fin. Los políticos
debían ser individuos que supiesen de aritmética, geometría, astronomía,
conocedores de las bellas artes, de la reflexión filosófica; experimentados en
la retórica argumentativa, en la persuasión pública. Hoy hemos retrocedido en
los ideales de liderazgo político; en vez de aquello, nos hemos prosternado
ante hampones con recorrido de “empresarios” (¿o al revés?). Nuestros líderes
son aliados de fanatismos religiosos, xenófobos, mitómanos; la política, que en
los tiempos modernos ha pretendido ser ciencia, ha sido reducida a una práctica
despiadada en favor de intereses muy particulares, nada de convicciones acerca
del bien común.
El neoliberalismo formó la masa de los consumidores
compulsivos, de los competidores feroces; los ciudadanos responsables, autónomos,
altruistas siguen siendo una ilusión. El Estado dejó de cumplir el papel
modelador de ciudadanía, Algunas omisiones muy graves hemos tenido en las
ciencias y en la política para que prevalezcan, en la contingencia pandémica de
estos días, supersticiones, erróneas interpretaciones, teorías conspirativas, desestima
del riesgo de contagio. Peor quizás, la dirigencia política desmanteló el sistema
hospitalario; volvió precarias la formación, la práctica y la ética médicas;
impuso la lógica del lucro sobre el principio del servicio público de salud.
Si hay ánimo para arrancarle una moraleja a la
encrucijada presente, el Estado tiene que recuperar funciones que nunca debió
haber perdido; entre ellas la modelación de la salud pública, la dirección y
administración de un sistema de salud universal, la formación de una ciudadanía
activa, capacitada para reclamar y ejercer derechos y deberes. Eso entraña que
la escuela y las universidades asuman un magisterio basado en una modificación sustancial
de los vínculos con la sociedad.
Pintado en la Pared No. 212.
No hay comentarios:
Publicar un comentario