Para muchos seres humanos la vida es un vaso interminable de amargura y dolor; para ellos, desde la misma gestación comienza un destino de heridas. Vivir se vuelve algo horrible porque vivir es padecer. Eso ha sido vivir para Sorleny. Ella es hija de una prostituta de Manizales cuyo nombre o apodo de combate era Argentina; de la madre no se sabe mucho más. Argentina nunca deseó esa hija, la parió y la amamantó a regañadientes y, según recuerdan algunos, intentó matar varias veces a la bebé o meterla en una bolsa y abandonarla en un tiradero de basura. La pobre puta siniestra estaba agobiada con esa cosa oscura y babosa que salió de sus entrañas. De eso se acuerda muy bien Aurelia Isaza, la dueña del prostíbulo famoso del barrio San Antonio. Ella se encargó de salvarla a medias o, mejor, de cambiarle el rápido destino que tenía con la puta desesperada por un tormento más largo con quienes iban a ser los próximos amos de su existencia.
María recuerda en Montenegro el telegrama que le envió su
prima Aurelia. Debió ser en 1963 o 1964, la fecha exacta es solo conjeturas; el
telegrama decía lo suficiente: “Prima. Venga pronto”. María evoca la larga
incógnita del viaje; su viaje en tren, la maleta de cuero, la pañoleta de
flores, el saco de lana: “Aurelia me recibió en la estación de Manizales,
llegué a mediodía. Me llevó a almorzar a la galería. Comimos sopa de mondongo.
En el camino me contó todo”. El recuerdo de la puta Aurelia es algo distinto: “Le
quité la niña a Argentina, porque iba a matarla. Le pedí a María que se encargara
de ella, yo le mandaba plata para la comida y la ropa, mientras convencía a la
puta esta de querer a su hija. Yo confiaba en María que solía cuidar a mis
hijos cuando los enviaba a pasar vacaciones en la finca de Montenegro y María
además quería tener una hija, porque se le estaba pasando el tiempo para
casarse”.
María llegó a la finca con un regalo extraño que sobresaltó
a su madre Faustina. “¿Qué hace usted con ese tizne aquí?”, preguntó con
rudeza. Ese recibimiento fue el inicio de otra vida para ese tizne, ese pedazo
de carbón que llegaba del prostíbulo de Manizales. “¿Vamos a criar a esa niña?
¿Y de dónde va a salir la plata?”. María explicó, pero no convenció del todo a
su madre. “Nos preguntábamos por el nombre y se me ocurrieron varios – recuerda
María-, pensé en Soraya, en Sorelia, Ofelia y no sé por qué fue quedándose
Sorleny”.
La única certeza de Sorleny es su nombre; ella misma no sabe
fecha exacta de nacimiento, no tiene fotos de su madre. Recuerda que fue dos o
tres años a la escuela de la vereda y luego la pusieron a trabajar en el solar.
El tío Eustacio me enseñó a coger café, me enseñó a hacer escobas de iraca.
La abuela Tina me llevaba los domingos a misa, íbamos caminando desde la vereda.
Me enviaban a comprar leche de vaca, a recoger leña en fincas vecinas, me
enseñaron a robar racimos de plátano. También me mandaban a acompañar a
Teresita Meza, cuando ella era trabajadora social de la vereda. Yo le cargaba
el maletín y la sombrilla. Otras veces me mandaban donde las señoritas Toro,
para que las acompañara y les ayudara en la cocina. Después supe que ellas le
pagaban a mi madre.
María dice que la prima Aurelia olvidó pronto sus
compromisos con Sorleny y que entonces tuvieron que retirarla de la escuela
para que trabajara y se ganara al menos lo de su propia comida, “no la íbamos a
tener de gratis a la hija de una puta”. Argentina desapareció de Manizales y
nunca quiso reconocer a su hija, menos deseó enviarle algo o visitarla.
Sorleny no conoció juegos de infancia, nunca tuvo una
muñeca. Cuando alguien le regalaba un juguete, la abuela Tina o la misma María
lo escondían o lo regalaban a otra niña. Claro, es que Sorleny estaba aquí
para trabajar, para que me ayudara en la cocina. Una vez la vimos jugando a
escondidas con una muñeca y se la quitamos y la quemamos en el fogón de leña y
mamá Tina le dio fuete con el cable de la plancha. Otra vez la pillamos armando
un columpio en un guayabo. Pues mamá Tina la cogió, la empelotó, la amarró y le
dio con el zurriago hasta que le sacó sangre. Fue de la única manera en que la
desgraciada no volvió a jugar.
Así fue creciendo una muchacha más fuerte que muchos
hombres; sabía cargar guadua y troncos de árboles, podía caminar más de una
hora llevando a cuestas un racimo de plátano. Todas las mañanas sacaba más de
diez galones de agua del aljibe. Caminaba siempre descalza, incluso cuando
usaba el vestido dominguero para ir a misa. Hasta que llegó su primera
menstruación y se asustó, se puso bonita, le gustaba mirarse en el espejo a
hurtadillas, porque hasta eso tenía prohibido. Una mañana, mientras lavaba su
ropa en la quebrada y se bañaba, le llegaron tres hombres vecinos de la vereda.
Le taparon la boca, la amarraron debajo de un palo de café y la violaron
durante un día. María la halló en la noche. Después de contar todo lo que le
pasó ese día le dieron una paliza entre María y Faustina. Eso le pasó por
bañarse semidesnuda en la quebrada; claro, como ya se creía bonita y señorita,
se puso a seducir a los vecinos.
Y Sorleny quedó embarazada. Cuando comenzó a crecer su
vientre, María le empacó la ropa en una bolsa y la echó de la casa. No volvimos
a verla sino hasta los días posteriores del terremoto de 1999.
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