Un
país históricamente bloqueado
Pintado
en la Pared No. 232.
La sociedad colombiana
ha vivido bloqueada durante más de treinta años. Lo que ha venido sucediendo en
los dos últimos meses en Colombia es el resultado de una acumulación histórica
de bloqueos, de frustraciones que han provocado la irrupción, casi volcánica, de
múltiples movimientos sociales que desde hace muchos años han estado tratando
de desbloquear un régimen político cerrado, hostil.
Es poco serio y
honesto atribuir esta heterogénea protesta callejera a la locuacidad de Gustavo
Petro o a los dineros de las disidencias de las antiguas Farc o al influjo
venezolano; tampoco es serio y honesto pensar que los manifestantes son
milicias con una disciplinada organización militar dispuesta a dar un golpe de
estado o que el máximo propósito de todo esto es tumbar al presidente Duque.
Todas esas afirmaciones delirantes son muy útiles para aquellos que quieren
banalizar o desprestigiar las raíces de la protesta social; también lo son para
aquellos que quieren atizar la reacción armada en contra de las manifestaciones
pacíficas. Todas esas formas delirantes de explicar las causas, las
motivaciones y los agentes provienen de publicistas muy degradados cuya
capacidad de engaño y distracción, en estos tiempos de las redes sociales, es
desafortunadamente muy grande. Una especie de delincuencia organizada de la
desinformación asedia cualquier tentativa de interpretar esta difícil coyuntura
colombiana.
El gobierno Duque ha
puesto como condición de un pre-acuerdo, antes de iniciar cualquier negociación
con el comité del paro, el levantamiento de todos los desbloqueos que habían
paralizado la economía en el último mes; las “gentes de bien” (una categoría de
muy dudoso valor en estos días) y los empresarios clamaban por dejar mover por
las carreteras del país sus jugosos negocios. Aceptemos que esos bloqueos han
atentado contra la salud y la vida de mucha gente humilde que requería recibir
con urgencia un servicio hospitalario y que muchos pequeños comerciantes han
sido arruinados por las barricadas en las carreteras y en las calles de las
ciudades. Sin embargo, estos bloqueos son algo episódico, circunstancial y
mucho menos pérfidos que los bloqueos históricos que ha padecido la sociedad
colombiana por varias décadas. Caerán los actuales bloqueos, pero seguirán los
bloqueos propios de un régimen político que ha impedido que la sociedad colombiana disfrute plenamente sus derechos a la vida, a la paz, a la salud, a
la educación, al empleo.
Este paro es la
convergencia de múltiples movimientos sociales con sus historias particulares;
convergencia provocada por la incapacidad del gobierno Duque para sentir los
padecimientos cotidianos del pueblo colombiano; si Duque y su gabinete
ministerial hubiesen sido sensibles ante los ruidos de la calle, habría evitado
este desborde popular o al menos lo habría postergado. Un ministro de Hacienda
que ignoraba el precio del huevo -un elemento que para la gente pobre del
país (21 millones de habitantes) es la
única proteína importante en su alimentación diaria- es el más patético
testimonio de la brecha que separa en Colombia a una clase dirigente, cuya
única gran preocupación es mimar la inversión extranjera, de las carencias
básicas de los sectores populares. Haber presentado un proyecto de reforma
tributaria en medio del aumento de la pobreza, del crecimiento desempleo
juvenil y de la caída de los ingresos de la clase media es triste ejemplo de la
insensibilidad y arrogancia del
gobierno de Iván Duque.
Y si esos movimientos
sociales, tan distintos, han coincidido en las protestas callejeras que
iniciaron el 28 de abril, es porque la magnitud de los problemas acumulados es muy
grande como para despreciarla. La raíz de las masivas movilizaciones de agentes
sociales y étnicos tan diversos se halla, en muy buena medida, en un régimen
político bloqueado que desde hace mucho rato perdió conexión con las
aspiraciones ciudadanas. Los jóvenes de orígenes populares tienen bloqueado el
acceso a la educación superior de calidad. Las mujeres siguen bloqueadas para actuar
libremente sobre sus mentes y sus cuerpos, porque sigue encima de ellas la
cerrazón del Estado, de la religión y del machismo. Los artistas e
intelectuales llevan varias décadas bloqueados en el acceso a recursos para
financiar sus actividades de creación e investigación, porque el control de las
burocracias del ministerio de la cultura y de la ciencia y la tecnología sigue
en manos de políticos que ignoran las prioridades en el arte, en la ciencia y
en la educación. La mayoría de los colombianos sigue sin tener acceso al
sistema de salud de calidad, sin acceso a medicamentos baratos, a tratamientos
con especialistas. El sistema bancario sigue cerrado para la ciudadanía; sus
clientes le aportamos recursos en cada transacción (verbigracia, el impuesto del
4 por mil), pero los bancos han sido despiadados con aquellos que no han podido
cumplir con el pago de onerosos créditos. Los jóvenes profesionales tienen
cerrado desde hace muchos años el acceso a empleos bien remunerados; esos
jóvenes, en tal condición, no tienen el derecho a soñar con un futuro de
bienestar porque sus empleos son de bajos salarios y contratación inestable. En
suma, son muchos los bloqueos persistentes que han agobiado a la sociedad
colombiana cuyo detonante fue el gesto despectivo y ramplón de un gobierno que
no ha sabido, ni sabrá, sintonizarse con las necesidades de ciudadano
común.
La sociedad colombiana
lleva varios decenios atascada. Varias generaciones hemos vivido frustraciones
enormes, como el genocidio de la Unión Patriótica en la década 1980;
presenciamos los magnicidios de Jaime Pardo Leal, Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro León-Gómez, Bernardo Jaramillo Ossa y con ellos se fueron las pocas
ilusiones de cambio. Quienes éramos estudiantes de la Universidad Nacional de
Colombia, en 1984, vimos cómo para sabotear las negociaciones entre el movimiento
guerrillero M-19 y el gobierno de Belisario Betancur (1982-1986) cerraron casi
un año el campus y eliminaron los servicios de restaurantes y de residencias
estudiantiles; desde entonces, la principal universidad pública colombiana dejó
de ser universidad para los jóvenes de las provincias y regiones lejanas del
país. Más recientemente asistimos a la eliminación sistemática de guerrilleros
desmovilizados, de líderes y lideresas sociales, de dirigentes ambientalistas
protectores de nuestra biodiversidad, de miembros de las comunidades indígenas.
Las ambiciones de inversionistas extranjeros, de transnacionales que pretenden
el control de territorios ricos en minerales y en agua han impuesto a sangre y
fuego sus lógicas de depredación y lucro sobre nuestra nación con la
connivencia de legisladores y ministros. La sociedad colombiana ha estado
obstruida violentamente por mucho tiempo; sobre ella se ha impuesto la violación
sistemática de los derechos humanos, la clausura de cualquier posibilidad de
una vida digna para la población, el despojo armado, el destierro, la
desaparición forzada.
Podemos seguir con el
largo inventario de bloqueos históricos; por algo este país ha logrado ser el
segundo país más desigual de un continente que es la región más desigual del
mundo. Para lograrlo no ha necesitado los empujones ficticios del “castro-chavismo”;
Colombia está bloqueada desde antes de que el coronel Hugo Chávez asumiera el
poder en Venezuela. Ante esos bloqueos, las barricadas de hoy son hechos
menores y hasta fáciles de resolver porque las gentes inmiscuidas en esos
puntos de resistencia piden cosas muy elementales: vida, educación, salud,
derechos fundamentales consagrados en la Constitución política de 1991. Pero
este gobierno es incapaz de comprometerse con satisfacer las peticiones de esos
pequeños bloqueos y tampoco podrá, por supuesto, con los grandes bloqueos que
arrastramos por largas décadas.
Agradezcan,
agradezcamos que la sociedad colombiana ha sido demasiado paciente hasta ahora,
cuando la sacudió la indignación por el precio ignorado de un huevo.
Muy buen análisis profesor. Infortunadamente todavía hay muchas personas con las mentes bloqueadas, que no ven esta realidad y creen todo lo que circula en las redes
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