¿Nuevos liderazgos?
Pintado en la Pared No.
234.
Luego de más dos meses de protesta social iniciada con
el paro convocado el 28 de abril, la pregunta que nos hacemos ahora es sobre el
porvenir inmediato. Hubo protestas masivas en más de 700 municipios de Colombia
y eso es un indicio de la magnitud de la participación de la gente. Algunos
analistas consideran que luego de un cruento balance de víctimas de los excesos
de fuerza de la policía y sus aliados paramilitares –especialmente en Cali- los
logros son muy pocos; otros creen que se trata del prometedor despertar
político de los jóvenes cuyos reclamos no hallan expresión ni en los
sindicatos, ni en los partidos políticos y ni en los movimientos sociales
tradicionales; otros más hacen destacan la microcósmica dispersión de las
demandas que no encuentran un cauce genuino de representación política. Alguien
lo dijo: en Colombia nadie representa a nadie y esa es la principal tragedia de
la movilización política y social; pero puede ser, agrego yo, el punto de
partida para lo que debería esbozarse en el futuro próximo.
El logro más concreto del paro iniciado el 28 de abril
fue el retiro del proyecto de reforma tributaria y la despedida del ministro de
Hacienda, aunque llegó a remplazarlo otro señor que cree en “la ortodoxia de
los mercados” y en la necesidad de recuperar “la confianza de la inversión
extranjera”. Eso quiere decir que no hay todavía un punto de quiebre en el
modelo económico en que se empecinaron los gobiernos colombianos desde la
década de 1990, modelo que es la principal causa de la desigualdad social y el
descontento de la población pobre de Colombia.
Pero el otro logro, también muy concreto, y que no se
reduce a un triunfo coyuntural, es la aparición en el espacio urbano del país
de una juventud muy dispuesta a sacrificar su vida por cambios más radicales en
la institucionalidad política. La incógnita es, ahora, si esos jóvenes lograrán
consolidar una fuerza que arrastre cambios en la composición de las
instituciones tradicionales de representación política; algunos de los grupos
juveniles se inclinan por el desprecio de los mecanismos de la participación
electoral y creen que los ejercicios de la democracia directa pueden ser más
eficaces. A mi modo de ver, esa apreciación es errónea porque la aplicación de
las fórmulas de la democracia directa es mucho más compleja y entraña un grado
de movilización cotidiana muy difícil de sostener en el tiempo.
Ahora bien, esta protesta social es la antesala de las
elecciones legislativas y presidenciales del año próximo. Quizás lo más sensato
es poner a prueba la capacidad organizativa hasta ahora existente, la
indignación acumulada para intentar hacer cambios profundos en la composición
del Congreso de la república, de tal forma que pudiese garantizarse un conjunto
de reformas que lleven al país por la senda de la paz y la justicia social.
Reformar el mismo Congreso para volverlo más austero y cercano a la ciudadanía;
reformar la policía nacional que, en este paro, demostró ser una especie de
banda criminal al servicio de la clase política; reformar el sistema de salud
pública aplicando el principio de cobertura integral garantizada por el Estado.
Para decirlo en breve, el país necesita nuevos liderazgos que garanticen un
viraje sustancial en el modelo socio-económico.
Sin embargo, estamos en una zona de incertidumbre en
que no sabemos si asomara en el horizonte inmediato ese nuevo liderazgo que
mande al carajo a la clase política (de izquierda y de derecha). Los días venideros
son cruciales para saber hacia dónde vamos; para saber si tanta muerte
violenta, tanta violación de derechos humanos y tanta verborragia conduce a
cambios radicales en la dirección política del país.
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