Pintado en la Pared No. 237
(continuación de Una experiencia histórica)
El peor de los gobiernos.
A la experiencia inédita de vivir una pandemia, los
colombianos debemos agregarle el peor de los presidentes del país de los
últimos cincuenta años. Muchos creíamos que el gobierno mediocre de Andrés
Pastrana Arango (1998-2002) era difícil de superar; sin embargo, el gobierno de
Iván Duque Márquez ha reunido unos rasgos que lo han llevado a cifras
históricas de impopularidad cuando apenas se acercaba a la mitad de su mandato.
En el presidente Duque han confluido la inexperiencia, la ineptitud, la
arrogancia y el autoritarismo, todos esos elementos juntos aceleraron el
descontento social que tuvo expresión multitudinaria en la segunda mitad de
2019 y que se acentuó con su pésimo manejo de la pandemia.
Duque llegó a la presidencia del país porque fue el
candidato aprobado por el señor Álvaro Uribe Vélez, erigido en árbitro
electoral de la derecha colombiana; Duque no reunía trayectoria en la
administración pública. Su campaña por la presidencia estuvo concentrada en el
propósito de “hacer trizas” los acuerdos de paz firmados en 2016 entre el
gobierno Santos y las Farc. Al llegar al poder quedo atrapado entre el frenesí
destructivo de su partido y de su mentor político y la necesidad de cumplir por
exigencia estatal y por presión internacional con los compromisos firmados con
la extinta guerrilla. El resultado, en ese aspecto, ha sido un gobierno que ha
administrado sin convicción la transición política anunciada por el histórico
acuerdo que selló la desmovilización militar de la vieja guerrilla. Atrapado
entre cumplir o no con los acuerdos de paz, el gobierno Duque no satisface ni a
sus amigos de la derecha que lo catapultaron ni a los opositores que le
reclaman honrar los compromisos.
A la inexperiencia debe sumarse su arrogancia y
autoritarismo que le han impedido dialogar con aquellos grupos y organizaciones
sociales que han esperado su presencia y su acción; las comunidades indígenas
del Cauca han solicitado que el presidente Duque sea su principal interlocutor, pero él ha
eludido sistemáticamente esa demanda diálogo. Fue, en gran medida, esa incapacidad
para escuchar lo que le impidió percibir el creciente descontento social que
tuvo su primera expresión multitudinaria a fines del 2019, antes del paréntesis
abrupto de la pandemia. Esa arrogancia, mezclada con ineptitud, propició las
protestas que iniciaron el 28 de abril de 2021; Duque y su ministro de Hacienda
parece que no escucharon los informes del director del Departamento
Administrativo Nacional de Estadística (DANE) que, en ese mismo mes, anticipaba
cifras de niveles históricos de desempleo y de empobrecimiento monetario. Aun
con semejante advertencia, su ministro de Hacienda se empecinó en presentar un
proyecto de reforma tributaria que golpeaba principalmente a la ya diezmada
clase media colombiana. Como lo han dicho otros comentaristas, sólo a un
presidente imbécil se le pudo ocurrir presentar una lesiva reforma tributaria
en plena pandemia, cuando la economía colombiana padecía uno de sus peores
momentos. En vez de imaginarse soluciones audaces y favorables para los
sectores sociales más golpeados, prefirió azotarlos con un nuevo arsenal
tributario; en vez de intentar paliar las desigualdades económicas que
crecieron en esta dura coyuntura mundial, el presidente colombiano prefirió promover
una reforma que ampliaba la base social de los contribuyentes sin tocar los
privilegios de los banqueros y grandes empresarios.
Semejantes decisiones y actitudes del gobierno fueron
la principal motivación del paro nacional iniciado el 28 de abril de 2021; el presidente Duque creyó que la pandemia
iniciada en marzo de 2020 había hecho olvidar las razones de la protesta social
del año anterior y que podía encerrarse impasible en la burbuja de las alocuciones
televisivas diarias en que reportaba cifras y medidas relacionadas con la
crisis sanitaria y las restricciones en la movilidad ciudadana provocadas por
el nuevo coronavirus. No hubo tal, las relaciones entre su gobierno y los
sectores populares estaban deterioradas desde noviembre de 2019 y su soberbia
le hizo creer que no tenía obstáculos para montar un régimen tributario sin
contemplar la crisis económica general.
Hoy, luego de tres años de su gobierno y cuando entra en la recta final de su mandato, la presidencia de Iván Duque tiene un pésimo balance en el cumplimiento de los acuerdos de paz; el país llegó a ocupar el segundo lugar en el número de muertes por Covid por cada 100 mil habitantes; su errática política económica contribuyó a una pobreza monetaria que, en 2020, llegó al 42.5%. Las protestas en las calles de Colombia, cuya duración se prolongó más de dos meses, fueron una bofetada para su arrogancia y un duro aterrizaje en la cruda realidad de un país que no estaba dispuesto a soportar más iniquidad.
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