Una experiencia histórica
Pintado en la Pared No. 236
En Colombia hemos vivido, desde marzo de 2020 y hasta
lo que va de 2021, una experiencia inédita que no tiene registro en los
antecedentes históricos y que muy difícilmente hallará parangón en el futuro.
Como todos los habitantes del planeta, los colombianos compartimos las
mutaciones abruptas en nuestras vidas provocadas por una pandemia, algo que el
mundo había vivido de modo semejante con la pandemia de 1918. Pero los
colombianos no solamente hemos vivido la experiencia singular de una pandemia,
también hemos tenido que padecer el peor gobierno de un presidente del país de,
por lo menos, los últimos cincuenta años y a eso debemos agregarle la protesta
social prolongada que inició como un paro nacional el 28 de abril de este año.
Esos tres hechos juntos nos vuelven, a los colombianos, una comunidad que ha
compartido y debatido una experiencia histórica en que han confluido unos
factores que muy difícilmente volveremos a vivir en la historia pública de
Colombia.
Los científicos sociales y ciudadanos en general nos
preguntábamos si la violenta protesta social que abarcó a por lo menos 700
municipios tuvo en el pasado algún caso análogo; varios se esforzaron en hallar
semejanzas con las protestas estudiantiles y urbanas del siglo XX y yo
considero que los momentos de protesta de ese siglo no contienen nada que tenga
similitud. Más lejos, en las revueltas comuneras de la segunda mitad del siglo
XVIII, hay un remoto antecedente; sobre todo en la década de 1780 hubo
protestas que se expandieron desde lo que hoy es Venezuela hasta lo que hoy es
Chile; en las posesiones españolas del sur de América hubo, en esos años,
protestas cuya violencia y cuya extensión en el tiempo y en el territorio
sugieren un estallido social de envergadura, un descontento contra las
autoridades virreinales que, en algunos lugares, se plasmó en agresiones a
funcionarios locales. Nada de esto hallaremos en los siglos XIX y XX hasta
llegar a esta irrupción masiva de indignación que se prolongó, muy
asimétricamente, en el tiempo y en el territorio durante poco más de dos meses.
Pero insistiré en la confluencia de tres elementos que
constituyen, para nosotros, en Colombia, una experiencia histórica de difícil
repetición, de una complejidad desafiante que merece ser analizada, así sea
preliminar y provisionalmente, en la contribución de cada uno de esos
elementos.
La pandemia del coronavirus.
La llegada de la pandemia por un nuevo virus que
afecta principalmente las vías respiratorias anunció la inminencia global de la
muerte; puso en el mismo rasero a la humanidad, la hizo compartir las mismas
incertidumbres y puso a prueba la capacidad de liderazgo de los dirigentes
políticos. La pandemia impuso una sincronización fatal de tal modo que todos
los humanos estábamos expuestos al mismo enigma, hemos estado pensando, sintiendo
y experimentando en torno a un virus que obligó a una cuarentena casi mundial
en simultáneo.
La pandemia puso a prueba los sistemas nacionales de
salud pública, los logros científicos de la medicina y de la industria
farmacéutica; obligó a tomar medidas económicas y sociales excepcionales con
tal de morigerar las consecuencias de los cierres intempestivos de los ciclos
de producción a gran escala. El frenético intercambio de humanos, de bienes y
mercancías quedó interrumpido con el prolongado cierre de aeropuertos. La
crisis de la pandemia desafió a países ricos y pobres, unos afrontaron mejor
que otros los estragos de la pandemia; también desafió la sensatez y los grados
de generosidad y altruismo de los gobiernos. Unos tomaron decisiones acertadas
y excepcionales, a la altura de las circunstancias inéditas, para evitar ruinas
y hambrunas masivas; otros gobiernos no supieron ni quisieron asumir la
compleja situación y se enfrentaron a caídas brutales en los niveles de
desempleo y al empobrecimiento general de la población.
Colombia fue de los países que no supo asumir los
desafíos de la pandemia por varias razones: por la fragilidad de su sistema de
salud pública y de protección social, por el atraso científico de las
facultades de medicina, por la tardanza con que adoptó las medidas de cierre de
fronteras y aeropuertos, porque también tardó –en comparación con otros países
de América latina- en iniciar las etapas de vacunación. Colombia fue de
aquellos países que prefirió regirse por “la ortodoxia del mercado” y no
recurrió a la medida excepcional, pero posible, de solicitar como gobierno un
crédito al banco emisor. Preocupados por los riesgos inflacionarios de la
circulación de la moneda, nuestros “ortodoxos” ministros de Hacienda optaron
por medidas paliativas de muy corto alcance. Las ayudas sociales que ofreció el
gobierno colombiano durante la pandemia no lograron la cobertura ni frenaron
los estragos sobre la capacidad adquisitiva de las gentes. Colombia, un país
acostumbrado a la mediocridad, se comportó mediocremente en la gestión de la
pandemia.
La pandemia de Covid 19 ha implicado hasta hoy una
prolongada crisis sanitaria; un cuestionamiento de los logros de la ciencia
médica; competición y debates en torno a la eficacia de las vacunas; discusiones
sobre las libertades individuales en aquellos países donde la vacunación fue
impuesta como requisito obligatorio de acceso a determinadas actividades
públicas; según algunos informes científicos que parecen parte de una campaña
comercial, algunas vacunas pierden su capacidad inmunitaria a los seis meses y
sugieren la aplicación de una tercera dosis. Ahora, en agosto de 2021, algunos
países pueden proclamar el logro de la llamada inmunidad de rebaño; en otros,
la sociedad se ha resistido a los programas de vacunación; en otros, nuevas
variantes del virus (especialmente la variante Delta) han obligado a nuevas
cuarentenas. Colombia ha llegado a 13 millones de habitantes con sus dosis
completas, cifra que se acerca a un tercio de la población.
Colombia ha compartido con el resto del mundo la
experiencia de una pandemia; pero a eso le ha agregado elementos de su propia
historia reciente, principalmente aquellos relacionados con su conflicto armado,
con el complejo proceso de transición luego de los acuerdos de paz con la vieja
guerrilla FARC.
(sigue: El peor
de los gobiernos.)
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