Pintado en la Pared No. 240
El sufrimiento
¿Qué
nos va quedando, como experiencia humana, del hecho de haber padecido una
pandemia? ¿Podremos decir que hemos disfrutado o padecido esa experiencia? ¿Esa
experiencia nos ha provocado placer, felicidad o, al contrario, nos ha
provocado sufrimiento? Antes de responder es preciso decir que la pandemia ha
sido una dura puesta a prueba de los sistemas de gobierno, de los líderes
políticos, de los organismos de salud, de los científicos. La pandemia puso a
prueba el sentimiento de compasión, de piedad o de misericordia de
instituciones estatales y privadas, de los individuos. Las respuestas a esa
prueba fueron, por supuesto, muy diversas; unos ejercieron genuinamente la
solidaridad ante el sufrimiento de los demás; otros aprovecharon la
circunstancia como una inmejorable oportunidad para el lucro, para aumentar
ganancias o, simplemente, para ser aún más despiadado ante los más débiles.
Algunos
podrán decir que el duro paréntesis de la pandemia significó el disfrute de una
forma de vivir que, a pesar de lo sorprendente e improvisada, le permitió ser
feliz. Dejar de ir al puesto de trabajo, refugiarse en el campo, pasar unas
largas vacaciones en alguna isla del Caribe, como sucedió con varios magnates;
todo eso y más fue posible para algunos en los momentos de la obligada
cuarentena para otros.
Es
posible testimoniar este disfrute privilegiado de la vida en tiempos de
pandemia; pero eso no puede hacernos olvidar que la inmensa mayoría de seres
humanos hemos padecido esta experiencia, la hemos sufrido. Nuestros cuerpos han
estado expuestos al dolor prolongado, a la agonía, a la postración en la cama
de un hospital. Nuestros cuerpos han padecido el encierro en pequeños espacios;
nos hemos distanciado de seres cotidianamente próximos; nos hemos abstenido de
actividades expansivas en el parque, en la calle, en la plaza, en auditorios,
en supermercados. Nuestros cuerpos han quedado aniquilados o exánimes o
asfixiados. Quienes han sufrido el contagio han quedado expuestos a secuelas
imprevistas: pérdida de la memoria, dislexia, desmayos súbitos, respiración
débil, pérdida prolongada del gusto y el olfato, dificultades para caminar,
episodios de depresión. En fin, nuestros cuerpos han estado sometidos al dolor.
A
esta forma de padecimiento se agrega todo lo que ha implicado la muerte de un
pariente o de gran parte de la familia, la pérdida del empleo, la ruina de una
pequeña empresa. Agreguemos también el cierre de universidades, colegios
bibliotecas, archivos; el aplazamiento de cirugías, la suspensión de
tratamientos médicos. El cuerpo socio-económico también ha padecido y perdido
en estos casi dos años de pandemia.
Todo
esto ha agudizado, en algunos países, y especialmente en América latina, las
desigualdades económicas y sociales; la pobreza extrema, el desempleo, la
delincuencia común y la criminalidad urbana han aumentado. La pandemia será,
para esta parte del mundo, el punto de partida de una etapa social y económica
muy compleja que va a necesitar audacia y, sobre todo, generosidad de nuestros
líderes políticos; aunque audacia y generosidad son virtudes exóticas en
nuestros gobernantes.
Las
cifras mostrarán históricamente que los seres humanos padecimos, entre 2020 y
2021, una situación de sufrimiento; pero no sé aún cómo se hará palpable que
los seres humanos, las instituciones estatales y los gobiernos aprendimos o no
a compadecer, a acompañar el dolor de los demás; ¿la compasión, la
misericordia, la piedad, términos sustantivos del lenguaje cristiano, habrán
ganado sentido o habrán sucumbido en esta encrucijada?
Algunos
comportamientos y acciones estuvieron desconectados de esta realidad dolorosa.
En determinadas circunstancias, olvidamos que estábamos viviendo una situación
excepcional. Recuerdo que, a mediados de 2020, la institución a la que
pertenezco se le ocurrió preguntar si nos sentíamos afectados o no por la
pandemia y de qué manera. La pregunta me pareció, por lo menos, superflua; como
si fuese necesario certificar de algún modo el padecimiento obvio de
poblaciones sometidas a cuarentenas estrictas y al temor de contagio y muerte
inminentes. Salvo algunos magnates frívolos o algunos gobernantes despiadados, el
resto de los seres humanos hemos sufrido este tiempo pestífero.
Muchos
funcionarios de Estado y gobernantes actuaron con retraso y torpeza, como si
hubiesen tardado en asimilar la magnitud de la situación; y ese comportamiento
incidió en la calidad de las respuestas a las necesidades de sociedades
constreñida y temerosas. Hubo y habrá mucho sufrimiento que no necesita
explicación y mucho menos una certificación notarial; y habrá necesidad de
acciones asertivas de los gobernantes latinoamericanos para paliar el retroceso
social y económico de nuestros países.
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