La miseria de América
latina
Pintado en la Pared No. 241
La pandemia introdujo una pausa brutal en el frenesí
de producción y consumo del capitalismo. Las palabras de hoy en día son “desaceleración”,
“escasez”, “desempleo”, “alza de precios”. Si antes el mundo padecía una crisis
de abundancia ahora se vislumbra una crisis de escasez. No hay papel para hacer
libros, porque la madera ha sido utilizada prioritariamente para la
construcción y para los empaques de cartón que han aumentado en la creciente
modalidad de ventas por medios digitales. La industria del automóvil ha frenado
en seco por la falta de insumos necesarios para la fabricación de piezas
básicas. Escasean el carbón, el aluminio, el manganeso, el acero, elementos
indispensables para la calefacción en invierno, para la construcción de
vivienda, para la fabricación de automóviles y computadores. Los puertos están
saturados de contenedores y las embarcaciones hacen largas filas en alta mar a
la espera del momento que autorice el desembarco de las mercancías. Las bodegas
de muchos almacenes están raramente vacías, sin las mercancías previstas para
las ventas normales de la navidad. La pandemia acabó con la vida normal del
capitalismo; por lo menos obligó a hacer una pausa.
Los países industrializados experimentan una crisis de
recursos energéticos que hace temer un invierno precario con fuertes alzas en
las tarifas de servicios de energía eléctrica y de los combustibles que
garantizan la calefacción en las viviendas. A esas carencias se une, en varios
países de Europa, las consecuencias del cabio climático; gentes que han perdido
sus bienes y sus empleos a causa de inundaciones, incendios y erupciones
volcánicas.
El mapa parece ser más desastroso en América latina;
las cifras de migración económica se dispararon durante este 2021. Los
haitianos, que habían vivido con relativa calma en Brasil y Chile, hacen una
larga y peligrosa peregrinación por la selva del Darién para llegar a la
frontera con Estados Unidos; continúa el éxodo venezolano por el sur de América.
Guatemaltecos, salvadoreños, nicaragüenses se unen a los mexicanos en el tropel
que busca un agujero para penetrar la frontera con el imperio del norte. Las
capitales de los países de América latina se degradan en inmensos tugurios; las
tasas de desempleo aumentaron este año y sus efectos se plasman en el aumento
de la delincuencia urbana y del número de homicidios.
¿Las soluciones? La dirigencia política latinoamericana no está a la altura de las circunstancias; Bolsonaro en Brasil es campeón de la necrofilia; Lasso en Ecuador está recién posesionado y ya lo investigan por tener su fortuna en paraísos fiscales; Castillo en Perú exhibe más flaquezas que virtudes; Piñera en Chile ha tenido un segundo gobierno desastroso y está dedicado a perseguir a la población mapuche; Fernández en Argentina no puede contener ni la devaluación ni el desempleo ni la pobreza; Daniel Ortega se lanzó definitivamente por el precipicio de los dictadorzuelos. Duque, en Colombia, en vez de entender los reclamos de las protestas sociales que ahogaron su gobierno, está resuelto al contra-ataque rabioso. Maduro y la oposición política venezolana no se ponen de acuerdo para darle al pueblo venezolano siquiera un atisbo de esperanza. Algunos dirán que se salva de esta lista López Obrador en México, pero su popularidad está sostenida por su laxitud, casi connivencia, con el narcotráfico.
Ante esta carencia de líderes y modelos de gobierno, al pueblo latinoamericano le queda como recurso salir a las calles, movilizarse hasta incluso sacrificar la vida por un futuro mejor. Los jóvenes son hoy los más perjudicados por esta debacle y los más comprometidos con la lucha por cambios radicales; ellos seguirán siendo los principales mártires y, ojalá también, los próximos líderes de sociedades que buscan ser más igualitarias. Por ahora, la pandemia y los estragos económicos y sociales quedarán en el recuerdo como otra llaga de una América latina que no tenía alternativas.
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