Pintado en la Pared No. 242
La salud del planeta.
¿Estamos en un punto de inflexión de la historia de la
humanidad en el planeta Tierra? Los dos años de la pandemia del nuevo
coronavirus han estado acompañados de muestras dramáticas del deterioro del
entorno natural. Inundaciones que han arrasado poblados en Alemania, lluvias
inesperadas y de gran magnitud en Francia, calentamiento de la otrora fría estepa siberiana, incendios forestales, aumento de la tala de bosques, temporadas
extensas de lluvias torrenciales en América del sur. En fin, suficiente
acumulación de desastres en varios puntos del planeta que son señal inequívoca
de que hay daños profundos y quizás irreversibles en el vínculo del hombre con
el medio natural.
A ese paisaje de deterioro general del planeta se une
la metáfora de los viajes turísticos espaciales sucedidos en este 2021, con el patrocinio
de algunos magnates. El mensaje de ellos parece ser que la Tierra está
desahuciada, que hemos comenzado a despedirnos de ella y debemos buscar desde
ahora refugio exclusivo en otros puntos del universo; que este planeta será pronto un basurero que hacinará a los desharrapados y que los poderosos del mundo hallarán una segunda oportunidad para sus ambiciones en otra esquina de la galaxia.
La reunión mundial sobre el cambio climático, en el
penumbroso noviembre de Glasgow, produjo resultados irrisorios que los mismos
organizadores del evento han deplorado. El anfitrión británico admitió que los
acuerdos son insuficientes y no van a garantizar mejorías ni siquiera en tiempo
lejano en la condición del planeta. La Conferencia convocada por la ONU
adoleció de varias debilidades; no asistieron ni Rusia ni China, dos de los
principales responsables de las emisiones de CO2; y los compromisos asumidos
para reducción progresiva del uso del carbón y otros combustibles fósiles son
poco ambiciosos. Lo único alentador del evento que reunió a casi 200 países es
que hubo anuncios unilaterales de propósitos de cambio, entre ellos el de
detener las deforestaciones.
Prevalece entre muchos gobernantes y la gente común la
curiosa tesis según la cual el deterioro del planeta es irremediable y
corresponde con un ciclo de formas de vida que tendrá que terminar; es decir,
lo que está sucediendo no es responsabilidad de las acciones o las omisiones de
los seres humanos, es un proceso inevitable que ninguna voluntad colectiva
podrá modificar. Aun suponiendo que la tesis sea cierta, ha sido el ser humano
el que ha acelerado el fin de ese ciclo. Hemos sido los humanos que hemos
provocado la desaparición de áreas de bosque, la extinción de especies de fauna
y flora. La depredación humana en nombre del progreso material ha sido un
factor que ha destruido el paisaje natural con rapidez inusitada.
Aquella tesis solo sirve para conformarnos y para
justificar la insensatez humana. No es lo mismo un cuerpo que llega al final de
su ciclo de vida por un desgaste natural de sus facultades que un cuerpo que ha
sido sometido a tempranas y violentas mutilaciones. Lo más difícil sigue siendo
persuadirnos nosotros, los humanos, de las responsabilidades que tenemos ante
la vida del planeta; persuadirnos de lo que podemos y debemos hacer para que
ese ciclo de vida de nuestra casa no se derrumbe. Si no extraemos una moraleja
de estos dos años de desastres en la vida en común, seguiremos siendo seres no
conscientes de nuestras decisiones y acciones. Si no aprendemos de este momento tan despiadado, en que los mensajes han sido tan contundentes, es porque estamos enceguecidos y no captamos la magnitud del desastre por venir. La pérdida de esa consciencia es
la debacle preliminar que anuncia cosas peores para nuestro planeta.
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