Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

viernes, 4 de marzo de 2022

Memoria de la peste

 

Pintado en la Pared No. 248

 

La invasión a Ucrania

 

Cuando comenzábamos a sacudirnos de los temores provocados por el coronavirus, el mundo ha tenido que afrontar algo peor. La cruenta invasión rusa a Ucrania ha puesto a temblar a Europa y el mundo ante los riesgos de una amenaza nuclear. Estamos viviendo un tiempo de terrible inflexión en que el desorden del mundo ha sido puesto en evidencia por la pandemia del coronavirus, por los desastres asociados con el cambio climático y, ahora, por la amenaza de una guerra mundial. Vladimir Putin, desde Moscú, ha ordenado la invasión de Ucrania. Cuando muchos creíamos que en este invierno la gente de Europa y del resto del planeta podía por fin sacudirse de los estragos de la peste y salir a caminar plácidamente por las calles sin tapabocas, el jefe del Kremlin decidió invadir un pequeño país colocado en el umbral de la Europa occidental y el viejo imperio de lo que fue la Unión Soviética.

La invasión rusa a Ucrania no es una sorpresa; la acción militar de Putin corresponde plenamente con su trayectoria bélica desde que se instaló en el poder en 1999 y, especialmente, cuando en febrero de 2007 pronunció el amenazador discurso en la Conferencia de Seguridad de Munich. En ese momento, el antiguo funcionario de la extinta KGB cuestionó el papel de Estados Unidos de América y el orden mundial unipolar que pretendía instaurar y anunció una lucha sin tregua por recuperar la primacía política y militar de Rusia; también condenó el expansionismo de la OTAN. Sin duda, aquel discurso fue el punto de partida de la escalada militar rusa orientada a tener injerencia en Oriente medio, en disputarle influencia a Europa en buena parte de África y a recuperar los antiguos estados federados perdidos con la disolución de la Unión Soviética. Dentro de esas pretensiones, la invasión a Ucrania tuvo varios episodios, como fue, entre 2012 y 2014, la revolución del Euromaidán o de la Dignidad; en aquel momento hubo un fuerte enfrentamiento interno entre el presidente pro-ruso Viktor Yanukovich y aquellos grupos que aspiraban a la inserción de Ucrania en la Unión Europea. Cuando todo parecía listo para el ingreso de Ucrania, Yanukovich dio paso atrás y provocó una movilización de masas que dejó centenares de civiles muertos. El desenlace fue la huida de Yanukovich, el ascenso del espíritu nacionalista ucraniano y la reafirmación de la intención de adherirse a la Unión Europea. Pero la consecuencia más inmediata y funesta de aquella coyuntura fue la invasión rusa a Crimea y Sebastopol que quedaron definitivamente controlados por Moscú desde marzo de 2014; Putin iniciaba así el proceso de recuperación militar de Ucrania para alejarla de su sueño europeísta.

La invasión a Ucrania es una agresión rusa injustificada en que Putin ha sido un despiadado y sistemático violador de los derechos humanos. Durante sus dos décadas en la cabeza del poder ruso, Putin se ha distinguido por emplear métodos sangrientos para aniquilar opositores políticos, para expandirse territorialmente y para controlar gobiernos en otros países; suele usar mercenarios para realizar el trabajo sucio y evitar el señalamiento directo al ejército ruso. Sin embargo, lo que ha venido sucediendo y lo que seguirá sucediendo en Europa y en el mundo no será obra solamente de la crueldad del jefe del Kremlin; Estados Unidos y la Unión Europea también tienen un prontuario de excesos y comportamientos erráticos. Desde 2008, insistamos, Putin exhibe un enorme resentimiento por las acciones de la OTAN a favor de la adhesión de países que habían estado bajo la órbita rusa y, además, se da el lujo de actuar como un desbocado criminal de guerra, porque ha percibido y aprovechado las debilidades y contradicciones de la comunidad europea.

Putin viola impunemente la Carta de la ONU porque sus rivales geopolíticos también la han violado. En 1999, la OTAN bombardeó a Serbia sin permiso del Consejo de Seguridad de la ONU; en 2001, Estados Unidos emprendió la “guerra contra el terrorismo” bajo la consigna de una legítima defensa preventiva y con esa justificación invadió a Afganistán en octubre de ese año. Con el pretexto de destruir unas supuestas armas de destrucción masiva –que nunca fueron halladas- Estados Unidos invadió a Irak en 2003. Con permiso del Consejo de Seguridad, la OTAN intervino en Libia, en 2011. Todas esas acciones han sido violatorias del derecho internacional y han servido para incrementar la arbitrariedad en la cartografía mundial desde la caída del muro de Berlín hasta nuestros días.

Pero la Unión Europea es, quizás, la más errática en sus acciones durante las últimas décadas y puede ser, también, la más damnificada por su larga comedia de equivocaciones. Primero, ante la disolución de la Unión Soviética, en 1991, la OTAN perdió justificación y ha debido dejar de existir. Segundo, en vez de procurar una organización autónoma, Europa occidental dejó que Estados Unidos tomará la iniciativa militar y plantará bases militares y armamento de gran alcance en varios de sus países. Tercero, la OTAN, con el peligroso liderazgo norteamericano, lanzó una ofensiva de expansión hacia el Este que sólo logró inquietar aún más a Moscú. Cuarto, al tiempo que la OTAN lanzaba gestos hostiles contra Rusia, algunas potencias como Alemania y Francia se volvían dependientes de los recursos energéticos rusos y algunos dirigentes políticos, como el exministro francés Francois Fillon y el excanciller alemán Gerhard Schroder, fungen como representantes oficiales de empresas rusas. Quinto, los quince años del supuesto liderazgo de la canciller Ángela Merkel se distinguieron por la inmovilidad europea, por el estancamiento; bajo su égida, Europa no supo resolver la invasión de Georgia en 2008 ni la crisis ucraniana de 2014, tampoco supo contrarrestar la avanzada de Putin en varios países africanos ni su intervención en la guerra siria. En definitiva, Europa no ha sabido tomar decisiones para deslindarse tanto de Estados Unidos como de Rusia. No ha tenido líderes políticos a la altura de esta encrucijada.

La sangrienta fuerza de los hechos obligará a modificar el formato de las relaciones internacionales y a inventar nuevos mecanismos de control entre las principales potencias. La apuesta de Putin es arriesgada y costosa en vidas humanas y tendrá consecuencias difíciles de medir en la reorganización del tablero mundial. Lo que suceda en los próximos días será el resultado de su feroz iniciativa, de la hipocresía de Washington y de los titubeos de París, Londres y Berlín.

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