Pintado en la Pared No. 248
La invasión a Ucrania
Cuando comenzábamos a sacudirnos de los temores
provocados por el coronavirus, el mundo ha tenido que afrontar algo peor. La
cruenta invasión rusa a Ucrania ha puesto a temblar a Europa y el mundo ante
los riesgos de una amenaza nuclear. Estamos viviendo un tiempo de terrible
inflexión en que el desorden del mundo ha sido puesto en evidencia por la
pandemia del coronavirus, por los desastres asociados con el cambio climático
y, ahora, por la amenaza de una guerra mundial. Vladimir Putin, desde Moscú, ha
ordenado la invasión de Ucrania. Cuando muchos creíamos que en este invierno la
gente de Europa y del resto del planeta podía por fin sacudirse de los estragos
de la peste y salir a caminar plácidamente por las calles sin tapabocas, el
jefe del Kremlin decidió invadir un pequeño país colocado en el umbral de la
Europa occidental y el viejo imperio de lo que fue la Unión Soviética.
La invasión rusa a Ucrania no es una sorpresa; la
acción militar de Putin corresponde plenamente con su trayectoria bélica desde
que se instaló en el poder en 1999 y, especialmente, cuando en febrero de 2007 pronunció
el amenazador discurso en la Conferencia de Seguridad de Munich. En ese
momento, el antiguo funcionario de la extinta KGB cuestionó el papel de Estados
Unidos de América y el orden mundial unipolar que pretendía instaurar y anunció
una lucha sin tregua por recuperar la primacía política y militar de Rusia;
también condenó el expansionismo de la OTAN. Sin duda, aquel discurso fue el
punto de partida de la escalada militar rusa orientada a tener injerencia en
Oriente medio, en disputarle influencia a Europa en buena parte de África y a
recuperar los antiguos estados federados perdidos con la disolución de la Unión
Soviética. Dentro de esas pretensiones, la invasión a Ucrania tuvo varios
episodios, como fue, entre 2012 y 2014, la revolución del Euromaidán o de la
Dignidad; en aquel momento hubo un fuerte enfrentamiento interno entre el
presidente pro-ruso Viktor Yanukovich y aquellos grupos que aspiraban a la
inserción de Ucrania en la Unión Europea. Cuando todo parecía listo para el
ingreso de Ucrania, Yanukovich dio paso atrás y provocó una movilización de masas
que dejó centenares de civiles muertos. El desenlace fue la huida de
Yanukovich, el ascenso del espíritu nacionalista ucraniano y la reafirmación de
la intención de adherirse a la Unión Europea. Pero la consecuencia más
inmediata y funesta de aquella coyuntura fue la invasión rusa a Crimea y
Sebastopol que quedaron definitivamente controlados por Moscú desde marzo de
2014; Putin iniciaba así el proceso de recuperación militar de Ucrania para
alejarla de su sueño europeísta.
La invasión a Ucrania es una agresión rusa
injustificada en que Putin ha sido un despiadado y sistemático violador de los
derechos humanos. Durante sus dos décadas en la cabeza del poder ruso, Putin se
ha distinguido por emplear métodos sangrientos para aniquilar opositores
políticos, para expandirse territorialmente y para controlar gobiernos en otros
países; suele usar mercenarios para realizar el trabajo sucio y evitar el
señalamiento directo al ejército ruso. Sin embargo, lo que ha venido sucediendo
y lo que seguirá sucediendo en Europa y en el mundo no será obra solamente de
la crueldad del jefe del Kremlin; Estados Unidos y la Unión Europea también
tienen un prontuario de excesos y comportamientos erráticos. Desde 2008,
insistamos, Putin exhibe un enorme resentimiento por las acciones de la OTAN a
favor de la adhesión de países que habían estado bajo la órbita rusa y, además,
se da el lujo de actuar como un desbocado criminal de guerra, porque ha
percibido y aprovechado las debilidades y contradicciones de la comunidad
europea.
Putin viola impunemente la Carta de la ONU porque sus
rivales geopolíticos también la han violado. En 1999, la OTAN bombardeó a
Serbia sin permiso del Consejo de Seguridad de la ONU; en 2001, Estados Unidos
emprendió la “guerra contra el terrorismo” bajo la consigna de una legítima
defensa preventiva y con esa justificación invadió a Afganistán en octubre de
ese año. Con el pretexto de destruir unas supuestas armas de destrucción masiva
–que nunca fueron halladas- Estados Unidos invadió a Irak en 2003. Con permiso
del Consejo de Seguridad, la OTAN intervino en Libia, en 2011. Todas esas
acciones han sido violatorias del derecho internacional y han servido para
incrementar la arbitrariedad en la cartografía mundial desde la caída del muro
de Berlín hasta nuestros días.
Pero la Unión Europea es, quizás, la más errática en
sus acciones durante las últimas décadas y puede ser, también, la más
damnificada por su larga comedia de equivocaciones. Primero, ante la disolución
de la Unión Soviética, en 1991, la OTAN perdió justificación y ha debido dejar
de existir. Segundo, en vez de procurar una organización autónoma, Europa
occidental dejó que Estados Unidos tomará la iniciativa militar y plantará
bases militares y armamento de gran alcance en varios de sus países. Tercero, la
OTAN, con el peligroso liderazgo norteamericano, lanzó una ofensiva de
expansión hacia el Este que sólo logró inquietar aún más a Moscú. Cuarto, al
tiempo que la OTAN lanzaba gestos hostiles contra Rusia, algunas potencias como
Alemania y Francia se volvían dependientes de los recursos energéticos rusos y
algunos dirigentes políticos, como el exministro francés Francois Fillon y el excanciller
alemán Gerhard Schroder, fungen como representantes oficiales de empresas rusas.
Quinto, los quince años del supuesto liderazgo de la canciller Ángela Merkel se
distinguieron por la inmovilidad europea, por el estancamiento; bajo
su égida, Europa no supo resolver la invasión de Georgia en 2008 ni la crisis
ucraniana de 2014, tampoco supo contrarrestar la avanzada de Putin en varios
países africanos ni su intervención en la guerra siria. En definitiva, Europa
no ha sabido tomar decisiones para deslindarse tanto de Estados Unidos como de
Rusia. No ha tenido líderes políticos a la altura de esta encrucijada.
La sangrienta fuerza de los hechos obligará a
modificar el formato de las relaciones internacionales y a inventar nuevos
mecanismos de control entre las principales potencias. La apuesta de Putin es
arriesgada y costosa en vidas humanas y tendrá consecuencias difíciles de medir
en la reorganización del tablero mundial. Lo que suceda en los próximos días
será el resultado de su feroz iniciativa, de la hipocresía de Washington y de
los titubeos de París, Londres y Berlín.
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