Pintado en la pared No. 250
Ninguno en la elección presidencial de 2022
La
campaña presidencial colombiana de 2022 no es como otras, tiene sus señales de
distinción que informan acerca de un malestar general de la vida pública, de un
punto de declive de las instituciones del Estado y de los agentes políticos. La
sociedad colombiana está en un momento de desasosiego que condensa altos
niveles de frustración y de desorientación. Algunas de esas señales de una
mediocre campaña presidencial en tiempos difíciles para Colombia son las
siguientes:
Los
candidatos son muy malos; los más opcionados procuran ganar sin transmitir un
proyecto político coherente que provoque esperanza. Todos son, al contrario,
decepcionantes por su insuficiencia, por su incapacidad para entender el país y
para proponer soluciones como auténticos estadistas. En Colombia solía decirse
que a este o a aquel “le cabía el país en la cabeza”. Hoy, la magnitud de los
problemas hace ver muy pequeños a los candidatos presidenciales y, al tiempo,
esos candidatos se esmeran por empequeñecerse todavía más ante las
circunstancias.
Lo
anterior testimonia la insatisfactoria condición de la democracia representativa;
las fallas del sistema electoral, unas intencionales y otras producidas por la
mediocridad administrativa de la registraduría nacional del estado civil,
vuelven poco legítimo y alentador cualquier resultado. El porcentaje de
participación electoral es muy bajo; los criterios de selección de los
electores son muy precarios, la capacidad de engaño y de constricción al
ejercicio libre del sufragio es muy grande. A eso se añade que los mecanismos
de vigilancia de la función pública son muy débiles y que la voluntad colectiva
de hacer seguimiento al cumplimiento de las promesas electorales es muy
reducida. La democracia representativa es un campo de acción política muy
restringido e insatisfactorio.
Hay una
especie de desinhibición o de desvergüenza generalizada. El primer
representante de ese nihilismo ético es el presidente de la república. Su comportamiento
cotidiano es de un jefe de debate de uno de los candidatos a sucederlo. Y su comportamiento
está amparado por organismos de control que lo acompañan en su proselitismo. A
partir de ese ejemplo, los funcionarios a nivel de gobernadores y alcaldes
gozan de la misma impunidad.
Los
principales opcionados representan en apariencia extremos políticos que, con
tal de simularlos y de cautivar un electorado indeciso, han hecho alianzas y
deslizamientos que han terminado por causar confusión. El candidato Gutiérrez
cooptó como vicepresidente una figura proveniente del centro político, pero su
discurso político sigue siendo cercano al legado desastroso que deja el
presidente Iván Duque; el candidato Petro en su obsesión por ganar ha hecho
alianzas y anuncios que lo sitúan como una figura domesticada por los grupos
tradicionales de la política colombiana.
La opción
de centro político es muy endeble, no solamente porque los candidatos de los
extremos han sido dominantes, sino porque su candidato ha sido muy tímido. Al
señor Fajardo le ha faltado convicción desde el inicio, tardó más que otros a
definir un programa y aplazó respuestas a asuntos sustanciales. Esa falta de
contundencia del centro político tiene que ver, quizás, con la condición casi
interina de un candidato que tiene las amenazas de investigaciones de la
Fiscalía en su contra.
La sensación
de perder con cualquier candidato contribuye a la parálisis. Ninguno de los
candidatos reúne las condiciones que nos ayuden a pensar en salidas de tantas
encrucijadas reunidas: altos niveles de empobrecimiento, inflación, expansión
del conflicto armado, violencia urbana, aumento de los delitos, deterioro de la
credibilidad de instituciones como la policía y el ejército, incumplimiento de
lo pactado en los acuerdos de paz de 2016. Ninguno de los actuales candidatos
permite avizorar que podamos ganar algo, con todos estamos perdiendo.
Por
tanto, estas elecciones desnudan una ausencia de liderazgo en todos los
sentidos y esa ausencia está siendo exhibida con una desfachatez cínica. Un
montón de señoras y señores que sueñan con ser presidentes y vicepresidentes de
un país que llega a este punto temporal vuelto añicos. Quizás todo esto sea señal de una penosa
inflexión, de una mutación muy confusa que no sabemos aún definir; quizás
solamente asistamos a una deriva obvia de algo que ha venido funcionando muy
mal desde hace mucho tiempo.
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