Pintado en la Pared No. 251
Un precario retorno al
campus universitario
Después de dos años de pandemia y después de
una fuerte movilización social, hemos retornado al campus universitario en la
Universidad del Valle. Hemos vivido una experiencia parecida a esos filmes que narran distopías. Durante esos dos años hemos conocido cuarentenas
estrictas, muertes masivas por contagios del nuevo coronavirus, protestas
callejeras, amagos de una tercera guerra mundial, ruinas de empresas, desempleo, aumento de trastornos mentales,
suicidios. Nuestras vidas han cambiado mucho en dos años. Este retorno de la
comunidad universitaria al campus de la Universidad del Valle no es un retorno
cualquiera luego de un largo puente festivo. Es el retorno después de un
padecimiento inédito en nuestras vidas que aún no sabemos medir qué tanto nos
ha transformado.
Sin embargo, el retorno ha sido lánguido. No ha
habido un gran anuncio ni un gran recibimiento. Al contrario, la dirección de
la universidad no transmite nada, quizás un comunicado con algunas
instrucciones básicas, pero nada que sea una expresión de buenos deseos, ningún acto colectivo de reflexión sobre nuestra suerte como comunidad, ningún balance
de lo que nos ha venido sucediendo, tampoco un claro mensaje prospectivo que
sugiera algún rumbo, alguna buena intención. Peor aún, ni siquiera un saludo
efusivo entre colegas, como si no nos alegrara ni el retorno ni el reencuentro
en los pasillos y oficinas. Como si no nos alegrara el hecho de seguir vivos ni
nos entristeciera saber que otros han muerto.
El retorno ha sido precario en palabras y en
gestos. La precariedad en todo sentido; una universidad que se nota pobre como
si hubiese salido damnificada de toda esta tragedia humana. La incuria es
notoria en oficinas polvorientas, baños inservibles, internet deficiente, salones
mal dotados y escasos, un restaurante universitario insuficiente que no logra
atender la demanda de una población estudiantil que regresa empobrecida. Un programa editorial, malo por costumbre, ahora paralizado por pobreza.
La dirección de la Universidad del Valle ha
debido decirnos algo en varios tramos de este extraño paréntesis que hemos
experimentado como humanidad y, más estrictamente, como comunidad
universitaria. Pero estamos regresando al campus casi de la misma manera que
tuvimos que abandonarlo para escondernos en los primeros meses de cuarentena,
en 2020. La incertidumbre de aquel momento es semejante a la de este retorno.
Cada quien a su manera fue acomodándose a la circunstancia y nos sumergimos en
un mundo improvisado de comunicaciones virtuales en que no veíamos estudiantes
ni colegas, a no ser que algunos en particular se encargaran de darle un
pequeño sacudón escandaloso a las redes sociales. Y ahora cada quien intenta
acomodarse al desafío de las clases presenciales con la esperanza de que el
virus haya sido derrotado; pero sobre todo con la esperanza de que la
universidad pueda empezar a ser algo mejor de lo que ha venido siendo.
La dirección de la Universidad del Valle no se
ha distinguido exactamente por su comprensión cabal de la situación que hemos
experimentado en los dos últimos años. Alguna vez se le ocurrió el exabrupto de
preguntarles a los estudiantes de posgrado si se sentían afectados por la
pandemia y los puso a escribir truculentas cartas de justificación de su
situación a ver si las vicerrectorías se conmovían y sugerían algún paliativo
para que los estudiantes de maestría y doctorado pudiesen escribir sus tesis en
plazos más amplios. De ese sinuoso procedimiento no salió nada bueno para los
estudiantes ni mucho menos para la investigación en ciencias humanas.
Hubo un momento en que algunos creímos que la
burocracia universitaria, en la que hay muchos colegas nuestros, era tan
perjudicial para la investigación en ciencias humanas como la misma pandemia
del nuevo coronavirus. A la incomprensión de la gravedad del momento, esa
burocracia le agregó la ignorancia crasa de todo lo que significa investigar. Quién
podía investigar, en cualquier país del mundo, con aeropuertos, museos,
bibliotecas y archivos cerrados; con parientes y amigos muriéndose. Cierto que
hubo generosos actos institucionales para volver disponibles repositorios digitales
de documentación, pero eso sólo resolvía porciones mínimas de las necesidades
de investigaciones que requieren visitas a comunidades, testimonios orales,
observación directa de fenómenos sociales, contacto con documentación en papel,
en fin.
También ha hecho falta reconocer mucho esfuerzo
silencioso, casi heroico, de aquellos trabajadores y empleados que, en los
momentos más duros de la pandemia, debieron salir a la calle y hacer trámites
que permitían el funcionamiento básico de la institución. Algunos salieron
indemnes de esa situación, otros enfermaron y otros más quizás murieron.
Ahora, en mayo de 2022, hay que hacerle a la
dirección de la Universidad del Valle la misma pregunta obvia: ¿se siente
afectada por estos dos años de pandemia y de protesta social? Yo creo que sí,
porque le queda difícil modular un gesto de buenas maneras, porque sigue
encerrada y enredada en procedimientos rutinarios mientras hemos vivido
situaciones excepcionales. Otras preguntas se vuelven indispensables para
estudiantes y colegas: ¿Nos hemos sentido afectados por estos dos años de
pandemia y protesta social? Yo adelanto un sí rotundo. Yo no siento que regrese
al campus como si viniese de un puente festivo. ¿Somos una comunidad
universitaria? Parece que no, parece que fuésemos simplemente empleados
públicos que cumplimos deberes y funciones, adiestrados para llenar formatos y
hacer trámites mientras “el sistema lo permita” (triste metáfora de nuestras
rutinas). Si fuésemos comunidad ya habríamos hecho alguna comunión, alguien con
algún liderazgo habría dicho algo.
Tanto laconismo, tanto ánimo frío en este
trópico es mal síntoma. La universidad pública sale maltrecha de esta peste y
nadie se atreve decirlo. Quizás no sea necesario.
Yo..por mi parte sigo esperando que mi alma retorne al cuerpo, tengo la sensación que se me fue por algo así como dos años..
ResponderEliminarUy. Tremendo diagnóstico. Lo siento.
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