¿Qué puede ser el pensamiento en
América latina?
Habrá que admitir que hablar de una historia del
pensamiento sugiere un objeto de estudio mucho más elástico y hasta difuso en
contraste con la supuesta pureza restrictiva de una historia de la filosofía.
Pero intentemos precisar ahora qué puede ser lo constitutivo de una historia
del pensamiento. Entenderemos por pensamiento aquellas manifestaciones
conscientes, coherentes y elaboradas por el intelecto, manifestaciones
motivadas, dotadas de intenciones que pueden plasmarse en conceptos,
representaciones, símbolos, lenguajes. Por tanto, el pensamiento es una
revelación de la relación de los seres humanos con la realidad circundante, da
cuenta de sus maneras de concebir el mundo, de producir y resolver problemas.
Según esta apurada definición, la filosofía es uno de los tantos elementos
constitutivos de la acción de pensar, puede ser incluso el principal punto de
referencia de esa acción, pero no el absoluto. Pensar es una creación
intelectual en que pueden intervenir formas de conocimiento más o menos
sistemáticas, como las ciencias humanas, pero también elementos propios de las
creencias religiosas, de las prácticas políticas y artísticas.
No comparto del todo la connotación que Horacio
Cerutti le concede a la actividad del pensamiento en América latina; según él, “la
voluntad de pensar desde nuestra América es voluntad de pensar desde la tensión
ideal/realidad, es voluntad de pensar utópico”(Cerutti, 1999, p. 70). A mi modo
de ver, el filósofo argentino-mexicano anticipa una restricción a lo que haya
podido ser la actividad de pensar en la historia de América latina. Juzgo que
allí hay un determinismo que hace creer que el pensamiento latinoamericano y,
en particular, el pensamiento filosófico, ha estado y estará siempre vinculado
a la praxis y, en consecuencia, siempre ha sido y será un pensamiento político.
Aún más, su reflexión sugiere que esa “voluntad de pensar utópico” hace posible
no solamente la conexión sino la confusión de lo político y las formas de
pensamiento. Según eso, ningún artista, ningún científico social, ningún
filósofo puede pensar sin quedar atrapado en las redes de la acción política.
Por supuesto, no negaremos que esa ha sido una tendencia fuerte en el
pensamiento latinoamericano, pero no podemos anticipar que sea la única forma
posible o admisible de pensar. También es cierto que la realidad socio-política
latinoamericana es fuente de muchas insatisfacciones; sin embargo, las
manifestaciones del pensamiento no se han circunscrito a la enunciación de
ideales y soluciones a la vida en común en América latina.
Me inclino, en definitiva, por orientarnos mediante
una hipótesis menos restringida que admita que pensar en América latina ha sido
una actividad mucho más plural, basada en tensiones de muy diverso tipo, en
enfrentamientos de pensamientos hegemónicos y contra-hegemónicos, en disputas
simbólicas más plurales que hablen de una sociedad mucho más heterogénea que
revela las discusiones entre el Estado y la sociedad, entre grupos humanos muy
activos en la vida pública, entre agentes de epistemologías dominantes y
agentes de epistemologías emergentes, entre intelectuales consolidados e
intelectuales en ascenso, entre saberes afiliados al poder y saberes
disidentes. En fin, sugiero una historicidad del pensamiento latinoamericano
con mayores matices y que obliga al investigador a ser más atento a la
percepción de las regularidades y de las dispersiones, de lo institucional y de
lo marginal.
Ahora bien, luego de esta tentativa de delimitación de
lo que puede contener el pensamiento en América latina, se vuelve indispensable establecer qué alcances puede tener el adjetivo “latinoamericano” como caracterización de ese
pensamiento; qué singularidades pueden dotarlo de una personalidad histórica
más o menos definida.
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