Apuntes de historiografía
(III)
Una historia del
pensamiento en América latina.
En vez de una historia de la filosofía en América
latina, propongo una historia del pensamiento. En vez de una limitada historia
de la filosofía, una historia del pensamiento. El pensamiento como objeto
demanda otros criterios de búsqueda y de selección; claro, también demanda
establecer qué es pensamiento y qué puede incluir. En principio, se trata de una categoría de análisis más amplia, quizás difusa y ambigua. Intentemos precisar.
“Pensamiento” es, a mi modo deber, una designación genérica para aquello que se
piensa y se dice. La historia pública de América latina ha tenido una
producción más o menos intensa de pensamientos que han circulado, que se han
impuesto circunstancialmente como categorías centrales de la discusión
cotidiana. Esos “pensamientos” han tenido contenidos particulares, sus énfasis
históricos, también sus agentes creadores y reproductores. Esos pensamientos
pueden incluir reflexiones filosóficas, ideas acerca del orden político, acerca
del orden social, acerca de la belleza, de la verdad, de la moral. Pensamientos
políticos, pensamientos filosóficos, pensamientos científicos, pensamientos
estéticos. Por supuesto, esto amplia el corpus documental y también el conjunto
de agentes sociales que intervienen.
De tal manera que una historia del pensamiento nos
obliga a ser más elásticos y plurales en nuestras búsquedas; nos vuelve más
extenso el archivo, nos exige enriquecer nuestros medios de interpretación, nos
pide aceptar formatos de expresión del pensamiento muy diversos: un poema, una
carta, un mapa, un manual de enseñanza de la filosofía, un curso de lógica, una
memoria científica, un reclamo colectivo. En suma, el pensamiento puede ser una
elaboración exclusiva y refinada de un sujeto individual; por ejemplo, un
filósofo, un científico, un artista. Pero también puede ser una elaboración
menos sistemática, incluso esporádica, de un sujeto cuya labor cotidiana no
contiene la misión sistemática de pensar; aquí se trata de un pensador ocasional. Igualmente,
puede ser una actividad excepcional, incluso no intencionada, de un grupo de
individuos que de un modo momentáneo ocupan un lugar en la vida pública.
Una historia del pensamiento, vista así, es una
historia de la discursividad de una
sociedad, una historia de su permanente producción de signos, símbolos, ideas,
con sus reflujos, sus dispersiones, sus confluencias, sus predominios. Una
historia del pensamiento, según esto, parte de suponer que en América latina
siempre ha habido agentes productores de pensamientos, que siempre ha habido situaciones
que han obligado a pensar, que siempre ha habido agentes que enuncian sus
pensamientos.
Todo esto último, entraña modificar nuestro campo de
percepción, saber establecer distinciones entre momentos históricos; qué se
pensaba y por qué en determinados momentos de la historia de América latina;
cuándo dejó de pensarse acerca de esto y aquello e inició otra cosa, con los
mismos o con otros agentes sociales. Eso nos lleva a afirmar, en consecuencia,
que estaremos ante pensamientos históricamente situados, atados a
circunstancias de la vida en común de nuestras sociedades, a conflictos o
encrucijadas dominantes, con agentes portadores de pensamientos que también han
estado históricamente situados.
El historiador o la historiadora del pensamiento
tendrá, entonces, el reto de saber discernir etapas, de hallar tendencias y,
por supuesto, tendrá que saber asociar lo dicho y lo pensado con las
circunstancias que hicieron posible la aparición de esos pensamientos o de esas
ideas o de esas creaciones intelectuales.
El ortodoxo historiador de la filosofía quedará, ante
esto, muy confundido. Claro, no puede ser de otra manera. Es cierto que la
filosofía, su quehacer, quedará disuelto dentro de un espectro amplio de
pensamientos. Y diré que, precisamente, de eso se trata, de situar el
pensamiento filosófico en la historia más general del pensamiento; se trata de
poner en relación lo que pareciera recluido a una expresión aislada, exclusiva,
elitista de un presunto filósofo. Poner en relación es integrar a una
discursividad más amplia el hecho de pensar filosóficamente o de intentar
hacerlo. Integrar el pensamiento filosófico a una cadena significativa de
acciones discursivas en que los agentes que intervienen, muchas veces sin
saberlo, están haciendo parte de un conjunto de pensamientos que tienen que ver
con algo. A esa forma de trabajar del historiador del pensamiento lo llamó alguien arqueología y la búsqueda arqueológica nos pide hallar regularidades,
establecer conexiones, vínculos de significación.
La historia del pensamiento, según estos supuestos, se
vuelve algo más ambicioso, más documentado, con mayores desafíos hermenéuticos y,
quizás lo más importante, con un mayor volumen de hallazgos. Esa historia será,
por tanto, mucho más generosa que una raquítica historia de la filosofía.
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