El joven que soñaba (final)
Esa noche fue larga en la montaña. La incertidumbre se
apoderó del grupo de cuatro excursionistas que descendieron adelante. El grito
los conmovió y dos de ellos intentaron regresar a averiguar qué había sucedido,
pero la oscuridad y las dificultades de aquella zona les impidió avanzar rápidamente
en la búsqueda. Midiendo cada paso, lograron aproximarse a uno de los
desfiladeros que era necesario atravesar en el peligroso ascenso. Decidieron
detenerse allí y con las luces de las linternas intentaron vislumbrar algo.
Lograron escuchar lejanamente unos quejidos, pero provenían de un punto más
lejano.
Los cuatro excursionistas de la avanzada decidieron
acampar muy cerca del desfiladero, fue una larga vigilia plagada de
suposiciones y temores hasta que por fin los primeros destellos del amanecer
les permitieron prepararse para la inminente búsqueda de la pareja que quedó
rezagada. Deseaban que no tuviesen que afrontar una penosa labor de rescate. Mientras
caminaban, gritaban los nombres de los dos jóvenes. Hasta que por fin
escucharon un quejido que venía de una hondonada de unos veinte metros de
profundidad. Era el joven, alcanzaron a ver su cuerpo; le gritaron desde arriba
y él alcanzó a agitar un brazo. Le preguntaron por la joven y hubo silencio por
respuesta.
El joven fue rescatado, pero el cuerpo de la joven no
fue encontrado. Según el testimonio de aquel, ambos cayeron. La caída fue su
culpa; ella le había pasado un poco antes su casco con linterna y aun así fue
ella la que guiaba el peligroso descenso. Él resbaló y ella intentó atraparlo
antes de caer, pero en el esfuerzo perdió el equilibrio y cayó al precipicio
primero que él. Mientras ella rodó más profundamente, el joven tuvo la fortuna
de caer amortiguado por las ramas de los árboles. Logró quedar atascado en un pequeño
promontorio que evitó caer por un precipicio a mayor profundidad.
Organismos de rescate participaron de una búsqueda
infructuosa que se prolongó durante tres semanas. El cuerpo de la amiga nunca
fue encontrado. El joven sufrió una fractura de columna que lo condenó a una
silla de ruedas de por vida.
Han pasado varios años de aquella tragedia y él no
puede olvidar la experiencia de esa excursión. En aquella ocasión había soñado
su propia muerte y, sin embargo, por una sola vez en su vida su sueño no se
cumplió. Su amiga impidió trágicamente el vaticinio. Él no falleció, pero ella
sí. Triste demostración de la falsedad de un sueño. Desde entonces, el joven
desprecia todo lo que sueña y trata de vivir a pesar de las limitaciones de su
cuerpo. Desde entonces se ha dedicado a escribir y un día tomó fuerzas para
escribir este relato que recuerda a la mujer que lo hace vivir.
Arles, Francia, noviembre de 2022.
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