Un lector y Diez narradores
Harold Alvarado Tenorio escogió nueve narradores
latinoamericanos y uno español, todos del siglo XX, y no nos dice por qué. No
sólo los eligió a ellos por alguna razón; también por alguna razón decidió
decir lo que dice de ellos. En estos tiempos en que poco bueno se escribe y
pocos leen, leer lo que dice este lector puede ser buen inicio. No sé quiénes leerán
estas diez semblanzas, pero el libro puede ser provocativo para aquellos cuya
experiencia de leer apenas empieza.
Alvarado Tenorio es un lector con experiencia. Todo
aquí obedece a algún criterio y a mí se me ocurrió averiguarlo. Las semblanzas
son distintas y parecen desiguales; en unas interesa más lo que escribió el
autor, en otras parece interesar más la vida que la obra y en otras ni lo uno
ni lo otro. Aun así, conjeturo algo en común. Todos aquellos escritores
escogidos vivieron vidas raras, casi todos marginales, casi todos parecieron
vivir experiencias adversas para sus escrituras, casi todos con algún lado
oscuro. Sin embargo, sucedió todo lo contrario: lo que escribieron fue
precisamente porque sus vidas no reprodujeron, sumisas, la rutina de todos los
demás. Al final, todos ellos lograron, deseándolo o no, algún reconocimiento
por sus ficciones.
Cada autor es un pretexto. El lector experto disfruta
la anécdota. En el caso de Felisberto Hernández, parece que poco o nada
interesa ni el qué ni el cómo de sus escritos, porque Alvarado se entretuvo con
la espía soviética que sedujo al novelista uruguayo. Las peripecias
cosmopolitas y la homosexualidad como padecimiento de Manuel Puig ocupan más
detalle que las apuestas narrativas de sus novelas. ¿De qué servirá saber que
Guimaraes Rosa era “modesto e inclinado a la introspección” o que era miope
desde niño? Sin embargo, el inicio del libro es una vigorosa exposición de la
obra de Alejo Carpentier y sigue con una especie de acto de justicia
retrospectivo para Benito Pérez Galdós.
Conjeturo además una motivación. Alvarado Tenorio ha
querido demostrar algo. Ningún escritor pudo escribir solo; digamos, mejor, que
cada obra es resultado del escritor y sus circunstancias. Si esa no fue la
principal motivación del culto a la anécdota, entonces es por lo menos el
resultado de su modo de leer. Él no puede entender una obra sin la vida vivida
por el autor, sin los padecimientos o goces provenientes de la conversación con
su tiempo, con las encrucijadas de cada país. Así me explico lo que resultó ser
la obra del abogado y detective Rubem Fonseca o así hay que entender el mundo
que se inventó Juan Carlos Onetti para descifrar su propia vida o así hay que conectar
los padecimientos físicos de Machado de Assis con los hallazgos afortunados de
su estilo literario. La escritura barroca de Lezama Lima tendrá que ver algo
con que era católico y homosexual. En fin, el oficio de escritor recorre muchas
veces caminos tortuosos.
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