Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

domingo, 20 de noviembre de 2022

Pintado en la Pared No. 270

 Un lector y Diez narradores

 

Harold Alvarado Tenorio escogió nueve narradores latinoamericanos y uno español, todos del siglo XX, y no nos dice por qué. No sólo los eligió a ellos por alguna razón; también por alguna razón decidió decir lo que dice de ellos. En estos tiempos en que poco bueno se escribe y pocos leen, leer lo que dice este lector puede ser buen inicio. No sé quiénes leerán estas diez semblanzas, pero el libro puede ser provocativo para aquellos cuya experiencia de leer apenas empieza.

Alvarado Tenorio es un lector con experiencia. Todo aquí obedece a algún criterio y a mí se me ocurrió averiguarlo. Las semblanzas son distintas y parecen desiguales; en unas interesa más lo que escribió el autor, en otras parece interesar más la vida que la obra y en otras ni lo uno ni lo otro. Aun así, conjeturo algo en común. Todos aquellos escritores escogidos vivieron vidas raras, casi todos marginales, casi todos parecieron vivir experiencias adversas para sus escrituras, casi todos con algún lado oscuro. Sin embargo, sucedió todo lo contrario: lo que escribieron fue precisamente porque sus vidas no reprodujeron, sumisas, la rutina de todos los demás. Al final, todos ellos lograron, deseándolo o no, algún reconocimiento por sus ficciones.

Cada autor es un pretexto. El lector experto disfruta la anécdota. En el caso de Felisberto Hernández, parece que poco o nada interesa ni el qué ni el cómo de sus escritos, porque Alvarado se entretuvo con la espía soviética que sedujo al novelista uruguayo. Las peripecias cosmopolitas y la homosexualidad como padecimiento de Manuel Puig ocupan más detalle que las apuestas narrativas de sus novelas. ¿De qué servirá saber que Guimaraes Rosa era “modesto e inclinado a la introspección” o que era miope desde niño? Sin embargo, el inicio del libro es una vigorosa exposición de la obra de Alejo Carpentier y sigue con una especie de acto de justicia retrospectivo para Benito Pérez Galdós.

Conjeturo además una motivación. Alvarado Tenorio ha querido demostrar algo. Ningún escritor pudo escribir solo; digamos, mejor, que cada obra es resultado del escritor y sus circunstancias. Si esa no fue la principal motivación del culto a la anécdota, entonces es por lo menos el resultado de su modo de leer. Él no puede entender una obra sin la vida vivida por el autor, sin los padecimientos o goces provenientes de la conversación con su tiempo, con las encrucijadas de cada país. Así me explico lo que resultó ser la obra del abogado y detective Rubem Fonseca o así hay que entender el mundo que se inventó Juan Carlos Onetti para descifrar su propia vida o así hay que conectar los padecimientos físicos de Machado de Assis con los hallazgos afortunados de su estilo literario. La escritura barroca de Lezama Lima tendrá que ver algo con que era católico y homosexual. En fin, el oficio de escritor recorre muchas veces caminos tortuosos.

Alvarado Tenorio nos ha invitado a no olvidar unos autores, y aun así me resisto a creer que su tarea sea humildemente didáctica. Se impone, más bien, el gusto refinado del lector. Escogió para complacerse más que para complacer. Testamento de lector experto.

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