El servicio de salud de la Universidad del Valle
¿Estamos
viviendo el peor momento del servicio de salud de la Universidad del Valle? Para
quienes llevamos veinte o más años como pacientes y cotizantes de ese servicio
es fácil decir que sí porque hemos percibido diferencias notorias entre un
antes y un después. Hemos ido perdiendo en beneficios y, sobre todo, en certezas que
hoy no tenemos. Para aquellos afiliados que recién llegan al servicio quizás no
tengan puntos de referencia para comparar.
Una de
las pérdidas -poco perceptible, pero importante- es la del estatus de
pacientes. De un tiempo para acá comenzamos a ser tratados como clientes y por
eso hay una oficina o, mejor, una dirección electrónica que se llama “servicio
al cliente”. Esa mutación debimos haberla advertido como una mala señal. Luego
nos fuimos acomodando a un modelo de médico familiar con sus baches; muchos
pacientes no pueden elegir su médico, deben aceptar, a disgusto, aquel que es
impuesto al grupo familiar. Antes de la pandemia ya era ostensible que había “médicos
familiares” con agendas saturadas, con citas diferidas a un mes o más, mientras
otros médicos, con agenda disponible, no los podíamos contemplar como
alternativa porque la cita debía acordarse rigurosamente con el “médico de
familia”. Una rigidez administrativa poco eficaz en situaciones prácticas.
En el
difícil año 2020, y aun en el siguiente, el servicio de salud no pudo ser
suficiente para garantizar la vacunación anti-covid de sus afiliados. ¿Hay
alguna estadística de cuántos debimos resolver ese proceso, al menos las dos
primeras dosis, sin la ayuda de nuestro servicio? Quienes estuvimos en esos
días en sitios distintos a Cali tuvimos que lidiar con otras instituciones, tan
o más rígidas que la nuestra, que no querían vacunarnos porque no éramos
afiliados de las EPS autorizadas o porque no había convenios o porque no éramos
oriundos del lugar en que nos puso el azar de la pandemia.
Después
de la pandemia se han acumulado deficiencias mayores; algunas, es cierto, tienen
parte de su explicación en las secuelas administrativas que dejó la peste en
el funcionamiento del sistema de salud colombiano. Sin anuncios y sin
explicaciones, nuestro servicio de salud perdió convenios muy viejos con muchos
especialistas que nos han atendido y tratado durante decenios. Sería bueno que
la dirección de ese servicio explicara por qué hubo casi una desbandada de esos especialistas; como también debe explicarnos por qué ya no hay convenios
con clínicas de reconocido nivel y prestigio en la ciudad. Agreguemos a eso que
ahora no hay convenio con el servicio de salud de la Universidad Nacional.
Antes podíamos ser atendidos en la sede Bogotá; hoy, un viaje a la capital del
país es más incierto en alternativas de atención médica. Igual, debería explicarnos por qué tardan tanto en renovar convenios con laboratorios y centros de diagnóstico.
Algunos
pacientes (o clientes) hemos tenido que resolver de modo particular la necesidad
inminente de alguna cirugía, porque no era posible esperar citas médicas diferidas
a tres o cuatro meses por agendas saturadas de los pocos especialistas
sostenidos en los cada vez más precarios convenios. En estos casos,
el porcentaje de compensación o de reembolso establecido por la dirección administrativa
es deplorable. Otros hemos tenido que pagar de nuestro bolsillo una medicación
post-operatoria o una ecografía. Y mejor no embrollarse en los trámites de un
pírrico reembolso.
A
inicios de este año hubo convocatoria a la elección de representantes ante la
Junta Administradora del servicio de salud de la Universidad del Valle. Ojalá
esos organismos sirvan para que los miembros de la comunidad universitaria y,
especialmente, los afiliados a ese servicio sepamos qué está y qué seguirá
pasando con ese servicio. Lo peor de todas las deficiencias que logro
mencionar aquí, muy de paso, es que no hay información ni oportuna ni confiable
que nos sirva de advertencia para tomar decisiones como pacientes (y como
clientes). Este modelo de servicio de salud en que, aparentemente, los
funcionarios de las universidades públicas podíamos sentirnos privilegiados con
respecto al resto de los mortales, se ha ido desvencijando. Quizás estemos ante un moribundo.
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