(continuación de No. 277) Realidad y verdad en la ciencia histórica
Para el filósofo
alemán, la ciencia histórica “tiene como objeto de estudio al hombre, no al
hombre como objeto biológico, sino al hombre que realiza la idea de cultura a
través de sus producciones espirituales y corporales”.[1]
Luego precisa que esa creación cultural “discurre en el tiempo”. Más adelante
destaca lo que él juzga como “una característica esencial de todo objeto
histórico”; Heidegger dice que “el objeto histórico, en cuanto histórico, es
siempre pasado; en sentido estricto ya no existe más”. Por tanto, se vuelve
indispensable una relación entre pasado y presente, una relación que parte de
admitir una distancia, una separación. Ese pasado se vuelve histórico, toma
algún sentido según la perspectiva que imponga el presente o, mejor, cada
presente.
Para el historiador
francés, la ciencia histórica es “ciencia de los hombres en el tiempo”. Él
subraya la condición plural de “los hombres”, por eso advertirá que la Historia
es ciencia de lo diverso.[2]
Los hechos producidos por los hombres tienen su principio de inteligibilidad en
el tiempo; es en el tiempo de la historia que los hechos tienen una duración,
sufren un proceso de cambio. El ser humano cambia y ese cambio sólo es
perceptible en el tiempo, la duración nos permite reconocer qué permanece y qué
sufre mutaciones. Comparar entre un antes y un después para establecer los
cambios; la necesidad y posibilidad de comprender el presente por el pasado; la
percepción de la diferencia entre el tiempo vivido por unos seres humanos y el
tiempo vivido por otros seres humanos. Todo eso, según la reflexión de Bloch,
vuelve indispensable la conversación entre los vivos y los muertos, entre el
presente y el pasado, entre el tiempo del sujeto historiador y el tiempo de los
seres humanos que ya no están. A su manera, el historiador francés asume que el
presente tiene su primacía al momento de precisar qué le interesa examinar y
por qué del pasado. En suma, Heidegger y Bloch coinciden en que el presente de
los historiadores tiene la capacidad de seleccionar los hechos producidos por
los seres humanos, tiene la capacidad de definir los procesos de cambio que
someterá a su observación.
Punto 2. ¿Qué es la
realidad histórica?
Al llegar aquí, podemos
entonces acercarnos a las siguientes preguntas: ¿Es que todas las experiencias
humanas vividas son realidad histórica? ¿Qué vuelve histórico lo sucedido en el
pasado? Heidegger y Bloch nos siguen sirviendo de ayuda para responder; uno y
otro, y muchos otros oficiantes de las ciencias humanas y sociales, nos dicen
que el pasado es un mundo que ya no es. El historiador francés advirtió que
hacer del pasado -algo que ya no es- objeto de una ciencia era una idea
absurda.[3]
Con respecto a otras ciencias, y esa comparación la hizo el mismo Bloch, la
ciencia histórica está en una situación embarazosa. Claro, pretende tener como
objeto algo que es difícil de aprehender. La realidad del pasado no es un árbol
para el biólogo o una roca para el geólogo o el movimiento de un cuerpo para un
físico. Ante un objeto vago y elusivo, se impone el recurso de un método de
observación adecuado para afrontar la dificultad que el objeto impone.
Vago y difuso, el
pasado no es, sin embargo, una ausencia plena. El pasado es, más bien, una
mezcla muy compleja de ausencias y presencias, una mezcla que produce un peso
sobre nosotros, en el presente, y eso hace que ese objeto llamado pasado se
vuelva un objeto posible; pero esa condición del pasado intentaremos explicarla
más adelante con la ayuda de Heidegger; por ahora, detengámonos en lo que es
constitutivo de la realidad del pasado; la realidad humana pasada es una
ausencia y, por serlo, lo que intentamos hacer los sujetos historiadores es
traer lo que podamos de esa ausencia. Al intentar volver presente el pasado,
entonces construimos re-presentaciones.
A propósito de
esto, Paul Ricoeur nos dirá que la realidad de lo ya sucedido (acciones,
palabras, momentos, agentes de esas acciones y palabras) suele volver de dos
maneras; la una, mediante el recuerdo inconsciente, involuntario e inesperado;
la otra, mediante el recuerdo intencionado, conscientemente elaborado. En esta
segunda modalidad nos situamos, por supuesto, los historiadores.
Esa realidad del
pasado que los sujetos cognoscentes intentamos volver presente es la realidad
histórica; es decir, cuando elaboramos intencionadamente recuerdos,
re-presentaciones del pasado, estamos obrando mediante una selección de
aquellos aspectos del pasado que, por una u otra razón, tienen algún interés
para nosotros. Aquí se impone, por tanto, una importante distinción entre el
tiempo pasado como una totalidad inconmensurable e inefable y el tiempo
histórico como una totalidad mensurable,
aprehensible, narrable.
Cuando Paul Ricoeur
evoca a Wilhelm Dilthey para hablar del pasado histórico como una realidad
sometida a una situación interpretativa, nos está diciendo que el objeto de
estudio de las y los historiadores es aquel o aquellos fragmentos de la
realidad pasada que han escogido para hacer una tentativa de re-presentación.
Someter la realidad del pasado a una situación interpretativa implica unas
operaciones cognoscitivas que las hará, claro está, el sujeto cognoscente
interesado en elaborar un recuerdo. El objeto que estudian las y los
historiadores es el tiempo recordado, seleccionado, interpretado y, diría
Heidegger, el tiempo “objeto de cuidado”.
Las reflexiones
previas conducen de modo inexorable a concebir la existencia de un sujeto muy
activo en el presente; el tiempo histórico es una elaboración producida por un
sujeto cognoscente, por un sujeto situado en una condición temporal distinta a
la realidad pasada que pretende re-presentar. Por supuesto, esa re-presentación
que logra hacer ese sujeto no será jamás el pasado tal como fue; el pasado
nunca volverá a ser. Sin embargo, ese sujeto producirá un conocimiento acerca
del pasado, una re-presentación que procura ser aproximada y convincente en el
mejor de los casos.
En definitiva, para
recapitular, la realidad histórica es una elaboración subjetiva provocada por
la acción consciente, sistemática de interpretación producida en el diálogo
entre el pasado y el presente.
[1] M. Heidegger, Tiempo e historia,
Madrid, Editorial Trotta, 2009 [1925], p. 31.
[2] M. Bloch, p. 4.
[3] M Bloch, Apologia por la historia,
p. 54.
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