Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

lunes, 17 de abril de 2023

Pintado en la Pared No. 285

 

Apuntes para una historia del pensamiento latinoamericano

El archivo del segundo periodo: la disputa por la nación.

La disputa por la nación arropó varios agentes y momentos discursivos; en algunos países esos momentos pudieron haber tenido una clara distinción cronológica, en otras partes esos momentos y agentes se superpusieron en, claro, una disputa continua por imponer en el espacio público sus proyectos de nación. Proyectos o ideales de nación que entrañaron, por ejemplo, definiciones de pueblo, de ciudadanía, de igualdad según sus concepciones de civilización y progreso.

Hay compilaciones que, en principio, contribuyen a hallar secuencias de, por ejemplo, lo que fueron el pensamiento conservador y el pensamiento liberal en Latinoamérica. Según esas compilaciones, algunas acompañadas de luminosos ensayos, hay unos lugares comunes historiográficos que nos llevan a unos nombres propios que son moneda corriente. Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento en Argentina; Andrés Bello y José Victorino Lastarria en Chile; Ezequiel Rojas y los hermanos Samper en Colombia; José María Luis Mora en México, por dar algunos ejemplos.

Pero no perdamos de vista que entre los decenios 1840 y 1890 fueron producidas algunas “filosofías del entendimiento”, algunos tratados de moral universal y de lógica.  Al lado de eso, los manuales de urbanidad y de ciudadanía; los cuadros de costumbres; las novelas que tuvieron la pretensión de convertirse en novelas nacionales. Para algunos se trata de una documentación muy variopinta que poco sugiere una relación con la historia del pensamiento de ese periodo. Nosotros suponemos todo lo contrario, el pensamiento latinoamericano fue plasmado en formatos y géneros muy diversos, sobre todo en estos tiempos de una fuerte disputa simbólica -y muchas veces no tan simbólica- por imponer proyectos de nación.

Un buen repertorio documental que informa acerca de esos proyectos de nación están contenidos en la bibliografía para las escuelas de primeras letras; el reformismo educativo de la segunda mitad de siglo incentivó la producción de manuales escolares, puso en el debate la enseñanza de la religión, de la geografía, de la historia, de la gramática; y en torno a esas asignaturas siempre hubo una discusión que puso en la palestra tentativas de secularización, la discusión sobre la figura laica o confesional del maestro de escuela, el debate sobre las concepciones de raza y población.

Precisamente, la entrada en escena del positivismo, tanto en la variante comtiana como spenceriana, implicó un largo debate que llegó a las primeras décadas del siglo XX sobre las virtudes o defectos del mestizaje, sobre la inmigración europea, sobre la medicalización del cuerpo social. Hubo una especie de prolongada analogía entre las ideas médicas de regeneración y degeneración y su discusión y aplicación políticas. La lectura de las tesis de Morel, Darwin y Pasteur tuvo una fructífera y a la vez perversa proyección en algunos regímenes políticos. De modo que las secuelas documentales del positivismo pueden adquirir un aspecto muy variado para los investigadores. Un buen ejemplo sobre el asunto fue la intensa producción de ensayos acerca de una presunta degeneración racial latinoamericana que, para algunos especialistas, terminó siendo la exhibición de una “intelectualidad enferma” que halló por todas partes pruebas de degeneración, deformación y atraso en el mestizaje. El decenio 1890 fue particularmente rico en este tipo de discursos.   

A eso debemos agregar que el mundo intelectual de los artesanos intentó forjar, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX, un pensamiento en muchos casos próximo con los socialismos e igualitarismos que deambularon con fuerza después de la revolución francesa de 1848. Las disidencias anti-católicas, en algunos lugares, alimentaron en el artesanado cierto interés por las novedades científicas y eso incluyó, así parezca una paradoja, vínculos con el espiritismo.

En fin, este periodo es muy atractivo para una historia del pensamiento por su profusión, porque ofrece un archivo prolijo que obliga al historiador a ser muy elástico en su capacidad de interpretación de una abigarrada masa documental.

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