Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

domingo, 23 de abril de 2023

Pintado en la Pared No. 286

Una vida simple

(Fragmento de la novela Une vie simple (2022), por: Julien Perelman)

Traducción libre del francés por GLC.

 

La historia de una vida simple debe tener un comienzo igual de simple. Una historia de una vida simple debe comenzar, simplemente, por el inicio; pero aparece aquí el primer problema: ¿cuál es el  inicio de la vida de un ser humano? Muchos dirán que la respuesta a esa pregunta es muy sencilla. La vida de cualquier ser humano comienza con el nacimiento; los libros, los diccionarios, las biografías siempre cuentan las vidas de seres humanos con sus fechas de nacimiento y de muerte. Aún más, hemos creído que toda vida de todo ser humano está encerrada entre el momento de su nacimiento y el momento de su muerte. Sin embargo, el simple ser humano de esta historia no está de acuerdo con esta idea tan común acerca del nacimiento y la muerte. El ser humano de esta historia cree que el nacimiento y la muerte son hechos muy emotivos, muy trascendentales, pero no los auténticos momentos ni del comienzo ni del fin de un ser. El nacimiento lo hemos entendido como el momento en que salimos del vientre de la madre; pero ese momento es un hecho físico que no indica el verdadero momento en que el ser humano comienza a ser.

El ser humano de esta historia dice, con simpleza, que el verdadero momento de inicio de un ser es el momento de la concepción. Concebir es fecundar, engendrar; se refiere al momento o a la circunstancia de la concepción, al momento en que generamos una vida nueva. Y, bueno, ¿cuándo generamos una vida nueva? Él dice que concebimos una vida nueva cuando comenzamos a formarnos una idea de alguien. Concebir no es, como lo dice el diccionario de la lengua española, el momento en que una hembra queda preñada. “Es -sigue diciendo él- cuando hemos comenzado a pensar en alguien más como parte de nuestras vidas. Como cuando concebimos un plan, como cuando formulamos un deseo. Así concebimos a un nuevo ser que será parte de nosotros. Cuando empezamos a imaginar y desear a ese ser, hemos comenzado la concepción”. Ahí es cuando comienza a ser ese nuevo ser.

El ser humano de nuestra historia, tan simple, tan elemental como muchos otros, ha decidido obrar en consecuencia con su juicio acerca del momento verdadero en que comenzamos ser. Después de muchísimos años, decidió regresar al lugar de su origen, a la ciudad en que sus padres se conocieron, fueron novios, fueron amantes y lo engendraron. Antes de viajar revisó el viejo álbum de fotos familiares; esas fotos amarillentas en que él era un bebé en brazos de sus padres. Esas fotos de domingo, cuando sus padres eran novios, cuando estaban recién casados, cuando iban al cementerio en cita acostumbrada con sus muertos cercanos.

Nuestro personaje, un hombre común y corriente, recuerda que hubo, antes de él, un hermano que iba a ser su hermano mayor. Y ese ser murió muy pronto, a las pocas horas del nacimiento. Ese hecho –piensa él ahora- debió incidir mucho en lo que iba a ser la concepción de un nuevo hijo. Ante la situación fallida y lamentable de la muerte rápida de quien iba a ser el primer hijo, aquella pareja de padres debió volcar sus ilusiones en la tentativa de un nuevo hijo. Ese nuevo ser fue él. De esa situación nos va a hablar enseguida nuestro personaje, luego de volver a las calles, a la casa, a las habitaciones, a los parientes aún vivientes que podían revelarle algún testimonio, algún recuerdo, cualquier cosa que le permitiera saber cómo fue su concepción. Su concepción, el verdadero inicio para la historia de un ser humano.     


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