Una
vida simple
(Fragmento
de la novela Une vie simple (2022),
por: Julien Perelman)
Traducción
libre del francés por GLC.
La historia de una vida
simple debe tener un comienzo igual de simple. Una historia de una vida simple
debe comenzar, simplemente, por el inicio; pero aparece aquí el primer
problema: ¿cuál es el inicio de la vida
de un ser humano? Muchos dirán que la respuesta a esa pregunta es muy sencilla.
La vida de cualquier ser humano comienza con el nacimiento; los libros, los
diccionarios, las biografías siempre cuentan las vidas de seres humanos con sus
fechas de nacimiento y de muerte. Aún más, hemos creído que toda vida de todo
ser humano está encerrada entre el momento de su nacimiento y el momento de su
muerte. Sin embargo, el simple ser humano de esta historia no está de acuerdo
con esta idea tan común acerca del nacimiento y la muerte. El ser humano de esta
historia cree que el nacimiento y la muerte son hechos muy emotivos, muy
trascendentales, pero no los auténticos momentos ni del comienzo ni del fin de
un ser. El nacimiento lo hemos entendido como el momento en que salimos del
vientre de la madre; pero ese momento es un hecho físico que no indica el
verdadero momento en que el ser humano comienza a ser.
El ser humano de esta
historia dice, con simpleza, que el verdadero momento de inicio de un ser es el
momento de la concepción. Concebir es fecundar, engendrar; se refiere al
momento o a la circunstancia de la concepción, al momento en que generamos una
vida nueva. Y, bueno, ¿cuándo generamos una vida nueva? Él dice que concebimos
una vida nueva cuando comenzamos a formarnos una idea de alguien. Concebir no
es, como lo dice el diccionario de la lengua española, el momento en que una
hembra queda preñada. “Es -sigue diciendo él- cuando hemos comenzado a pensar
en alguien más como parte de nuestras vidas. Como cuando concebimos un plan,
como cuando formulamos un deseo. Así concebimos a un nuevo ser que será parte
de nosotros. Cuando empezamos a imaginar y desear a ese ser, hemos comenzado la
concepción”. Ahí es cuando comienza a ser ese nuevo ser.
El ser humano de
nuestra historia, tan simple, tan elemental como muchos otros, ha decidido
obrar en consecuencia con su juicio acerca del momento verdadero en que
comenzamos ser. Después de muchísimos años, decidió regresar al lugar de su
origen, a la ciudad en que sus padres se conocieron, fueron novios, fueron
amantes y lo engendraron. Antes de viajar revisó el viejo álbum de fotos
familiares; esas fotos amarillentas en que él era un bebé en brazos de sus padres.
Esas fotos de domingo, cuando sus padres eran novios, cuando estaban recién casados,
cuando iban al cementerio en cita acostumbrada con sus muertos cercanos.
Nuestro personaje, un
hombre común y corriente, recuerda que hubo, antes de él, un hermano que iba a
ser su hermano mayor. Y ese ser murió muy pronto, a las pocas horas del
nacimiento. Ese hecho –piensa él ahora- debió incidir mucho en lo que iba a ser
la concepción de un nuevo hijo. Ante la situación fallida y lamentable de la
muerte rápida de quien iba a ser el primer hijo, aquella pareja de padres debió
volcar sus ilusiones en la tentativa de un nuevo hijo. Ese nuevo ser fue él. De
esa situación nos va a hablar enseguida nuestro personaje, luego de volver a
las calles, a la casa, a las habitaciones, a los parientes aún vivientes que
podían revelarle algún testimonio, algún recuerdo, cualquier cosa que le
permitiera saber cómo fue su concepción. Su concepción, el verdadero inicio para
la historia de un ser humano.
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