Dos aspectos, como mínimo, parecen distinguir a profesoras
y profesores universitarios. Gozan de la libertad de cátedra y son individuos
públicos. Aunque aquello de gozar una libertad resulte relativo, se trata de la
posibilidad, bien o mal aprovechada, de ejercer la opinión propia, de disponer
del criterio para decidir qué enseñar y cómo, qué decir y cómo. Es una
soberanía que puede o no ejercerse, depende de la índole individual o colectiva de
grupos humanos formados para gozar o no de esa libertad. En cuanto a su
condición de personas públicas, se trata de un compromiso, de una advertencia
que es bueno enfatizarla en estos tiempos en que tantas cosas que antes eran
privadas, y hasta íntimas, se han vuelto públicas o, mejor, expuestas a
públicos más o menos amplios. El profesor universitario es público porque es un
agente cultural y todo lo que es cultura es actividad pública y por serlo se
vuelve documento, deja huella, trasciende. Nada de lo que haga, diga o escriba
un profesor queda sin evidencia y sin trascendencia.
Enseñar, por ejemplo, es una acción evidentemente
pública; enseñar es mostrar, señalar, indicar, según la etimología. Cualquier
profesor, en principio, hace eso: indicar, dar orientaciones, señalarles a los
demás los caminos posibles. Ese acto continuo de enseñar se va envolviendo en
una autoridad obtenida y conferida principalmente por la experiencia acumulada.
De un modo muy explícito, el profesor enseña en ese ritual repetitivo de la
sesión en un aula, pero esa acción se multiplica, se expande en varios
entornos. En el libro, en la práctica de laboratorio, en la conferencia, en la
salida de campo, en la asesoría de tesis. En muchas formas, en muchas partes,
de modo deliberado y hasta involuntario, el profesor enseña.
La condición pública de cualquier profesor
universitario es, por tanto, enorme compromiso. Significa que le ha sido
otorgada o delegada una gran confianza y que a esa confianza debe responder a
diario; significa, también, que es un ser culturalmente activo. No hablemos
tanto en términos de lo productivo que pueda ser según las mediciones que nos
abruman por diversos flancos; es productivo porque es un agente que produce
cotidianamente enunciados, así sea en los registros especializados de ciertas
zonas de saber. Puede ser que muchos de sus enunciados sean reproducciones,
repeticiones, cosas muchas veces dichas por otros y por él (o por ella). Aun
así, esos enunciados se actualizan en cada uso y producen nuevos efectos en los
destinatarios.
Libertad, autoridad y
compromiso se vuelven, entonces, términos contiguos de definición de un agente
cultural mal valorado; mal valorado por otros y por ese mismo
agente. Aparentemente enclaustrado en las burbujas de las especialidades, su impacto
puede tener más trascendencia de la que superficialmente alcanzamos a percibir.
Ese impacto está institucionalmente mal establecido, mal organizado. En cada
sociedad, con su peculiar historia, el lugar de las profesoras y los profesores
universitarios va adecuándose, va definiéndose. En la nuestra, ese lugar no lo
hemos precisado del todo.
Pintado en la Pared No. 201