Los intelectuales colombianos y el voto
Las últimas semanas,
en Colombia, hemos leído y escuchado las más variopintas opiniones sobre la
disputa electoral por la presidencia de la república. Hay una nota
predominante, no hay un oráculo que nos descifre el enigma ni hay un Dedalus ni
un Ícaro que nos saquen del laberinto. Cada cual participa a su manera de la
monserga de decisiones acerca de por quién votar entre los dos candidatos de la
segunda vuelta. La izquierda, la poca inteligente izquierda que tenemos, fue la
primera en ofrecer el variado menú de vacilaciones. Hay otro rasgo común en los
reportajes, cartas, pronunciamientos y artículos periodísticos: todos
argumentan acerca de por quién hay que votar o contra quién hay que votar. Pero
muy pocos hablan acerca de por qué debe votarse. Tal vez ahí esté el meollo de
la cuestión, el voto, nuestro voto, no está sustentado en un juicio acerca de
lo que pretendemos impulsar, de lo que pretendemos hacer nacer. ¿Es que votamos
porque depositamos nuestra confianza en alguien? ¿Es que votamos para obligar al
próximo gobierno a que se incline hacia un programa de reformas del estado que
garantice un futuro de reconciliación, de reconstrucción, de equidad social, de
justicia y reparación para las víctimas de los agentes armados del Estado, de
las guerrillas y de los paramilitares? ¿Es que votamos porque queremos anunciar
la aparición en la vida pública colombiana de una sociedad civil organizada,
vigilante, dispuesta a movilizarse y a limitar las acciones funestas del
personal político tradicional?
Mientras pensamos, o
dejamos de pensar, en todo lo anterior, me permito trasladarles el listado de
opiniones que he leído o escuchado en estos últimos días:
-Aquellos que como principio nunca votan, no
importa la circunstancia.
-Aquellos que estiman
solamente el voto por convicción y rechazan cualquier voto por conveniencia. Así que se abstienen en la segunda vuelta.
-Aquellos que hacen
matices entre Santos y Zuluaga, para inclinarse por un voto de conveniencia por
el primero.
-Aquellos que hacen
matices entre Santos y Zuluaga, para inclinarse por un voto de conveniencia por
el segundo.
-Aquellos que votarían
por el primero porque creen que el proceso de paz ha llegado esta vez más lejos
que en otras ocasiones, entonces se trata de una oportunidad histórica que no
puede desperdiciarse.
-Aquellos que se
inclinan por el segundo, porque consideran que lo mejor es tener al frente un
enemigo suficientemente claro y sincero, de modo que el enfrentamiento se
agudice y genere definiciones políticas sin ambivalencias.
-Aquellos que
simplemente no entienden ni les interesa entender lo que sucede e, incluso,
reciben mejor información de la circunstancia colombiana por voces y ojos de
personas extranjeras.
-Aquellos que están
poseídos por odios viscerales y hasta bien justificados que no están dispuestos
a que se llegue a algún tipo de conciliación, la única solución para ellos es
eliminar completamente a la guerrilla.
-Aquellos que creen
que la sociedad colombiana ha estado saturada de conflictos y que al solucionar
uno de los conflictos mayores puede haber recurso y oportunidades para hacer
cosas básicas que hemos aplazado de modo lamentable.
-Aquellos que creen
que con la salida negociada se nos viene encima un comunismo ateo.
-Aquellos que creen
que la derecha colombiana es, en términos generales, muy peligrosa y mediocre,
que su proyecto de nación es muy limitado. Y creen más o menos lo mismo de la
dirigencia de izquierda. Como no hallan alternativa en el horizonte,
entonces creen que es mejor seguir pintando y escribiendo mientras se pueda.
El listado seguirá creciendo, sin duda. Todo esto expresa, grosso modo, la situación del mundo intelectual
colombiano. Juzguen ustedes.
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