Prioridades
Hoy es más o menos
sencillo para la clase media colombiana salir del país y conocer otros mundos
posibles, cercanos o lejanos. Antes, salir de Colombia era un asunto más
elitista. La clase política colombiana ha tenido la buena o mala costumbre no solamente
de viajar sino de vivir largas temporadas en otros países. Eso, de algún modo,
ha nutrido una inevitable visión comparada. Es posible que esa comparación haya
servido de acicate para hacer o tratar de hacer algunas cosas que hemos visto
funcionar más o menos bien en otros lares. Es posible que la intención de ser
modernos, en algún sentido, nos haya animado a promover o a hacer algunos
cambios en nuestras vidas. Si seguimos saliendo del país, nos daremos cuenta,
eso sí, de que en lugares con tantas o peores dificultades que las nuestras han
hecho cosas importantes que son signos de algún grado de bienestar o de
capacidad de cohesión colectiva para cumplir con tareas prioritarias para la
sociedad.
Miremos el asunto de
este modo; mientras en La Habana, con o sin nuestro gusto, dos agentes históricos
del poder en Colombia discuten una posible solución negociada a un largo
conflicto armado; mientras en el Congreso de la república, los mal llamados
“padres de la patria” siguen empantanados en discusiones acerca de quiénes
merecen ser reconocidos como víctimas y victimarios de ese largo enfrentamiento
entre el Estado y la guerrilla, el país real de todos los días, el país de la
vida pueblerina sigue atascado. El suroccidente colombiano es una mezcla de
desastre social y natural, las comunidades negras siguen siendo expoliadas como
en los tiempos pretéritos de la trata de esclavos. Todavía no existe una vía
que comunique fluida y cómodamente a la costa pacífica con la capital del país anclada
en el altiplano. Nuestro país alguna vez tuvo tren y tranvía, y de eso sólo
quedan algunas ruinas. Casi todas las ciudades principales de Colombia tienen
serios problemas en la construcción de sistemas de transporte masivo; la
corrupción, la falta de miras, las incapacidades técnicas agobian a las
dirigencias políticas regionales.
Quienes hayan dado
una vuelta por el vecindario latinoamericano, habrán notado que países con
problemas sociales y políticos tan serios como los nuestros, han logrado
construir, hace tiempo, formas colectivas de transporte o tienen una
infraestructura vial más moderna. En Santiago de Chile, en Caracas, en Buenos
Aires, en ciudad de México, en Sao Paulo, en Rio de Janeiro, en Lima. En
Colombia, sólo Medellín puede decir que tiene un metro que resultó ser, además,
oneroso para la nación. Mientras tanto, Bogotá, la capital, sigue discutiendo
de modo bizantino si debe o no construirse un metro o un tranvía o un tren de
cercanías o un bus articulado. El sentido común dice que la pobre capital
colombiana necesita todo eso junto y que ha debido tener todos esos sistemas de
transporte funcionando hace cincuenta o más años.
Ir a otros países de
América latina y volver a Colombia debería servir para moralejas despiadadas.
Debería servir para darnos cuenta de que hemos tenido una clase política, de
izquierda a derecha, muy corrupta y muy incapaz, cuyos mejores esfuerzos los
invierte en saquear los recursos públicos y en debates lengüilargos que
exacerban odios. También debería servir para percatarnos que, como sociedad,
nos hemos dejado aplastar como cucarachas. Una clase política que roba y mata
sin freno (insisto, de izquierda a derecha); una sociedad acostumbrada a vivir
mal, humillada, incapacitada para la crítica. Colombia necesita sacudirse de un
conflicto armado y deshacerse de una clase política corrupta para enderezar su
agenda de prioridades. Al menos para ponerse al día en una agenda atrasada
desde el siglo XIX.
No hay comentarios:
Publicar un comentario