Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

viernes, 16 de enero de 2015

Pintado en la Pared No. 116

Pour la liberté d´expression

La masacre perpetrada en París contra la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo ha movilizado a los franceses y ha puesto a discutir en muchas partes del mundo acerca de la libertad de expresión y del respeto a los credos religiosos. Los sucesos sangrientos de París colmaron los noticieros y dejaron en la sombra otros hechos violentos en el mundo, como lo que sucedió casi de modo simultáneo en Nigeria, también en nombre de un fundamentalismo religioso.

Creo que hay razones suficientes para concentrar las cámaras, las plumas y los micrófonos en los tristes sucesos de París. Primero, porque lo sucedido en aquella ciudad es excepcional y rompe brutalmente con lo que ha sido para sus ciudadanos y para los visitantes la atractiva capital de Francia. Ver las calles de París sitiadas por hombres fuertemente armados y en un despliegue militar de la gendarmería nos pone en una situación de guerra y miedo a la que sus habitantes y los turistas no estaban acostumbrados. La sociedad francesa tiene muchos problemas por resolver, es cierto, tiene encrucijadas sociales y raciales enormes y hay injusticias y desigualdades que se amontonan peligrosamente en las comunas que rodean a París, pero aun así Francia se ha distinguido por debatir cotidianamente sus odios y adhesiones; los periódicos, los informativos radiales y televisivos reúnen frecuentemente en mesas redondas a los contendientes políticos. El fogueo argumentativo ante el público ha sido algo común en la vida pública francesa, así que un salto a las situaciones violentas del 7, 8 y 9 de enero constituye un golpe muy fuerte a la sensibilidad colectiva y al imaginario que Francia había logrado difuminar por el mundo. La ciudad de los museos, las universidades y los cafés estuvo asediada por hombres que mataron sin piedad a unos intelectuales en plena reunión del equipo de redacción de un periódico que ofendía a todo el mundo con sus dibujos y que se auto-calificaba como un semanario “irresponsable”.  

Y la segunda razón me parece aún más dramática: un dogma armado hasta los dientes y que se siente ofendido por unos dibujantes cree que lo mejor que puede hacer en nombre de su credo religioso es matar a quienes sólo han sabido usar un lápiz. La desproporción es aplastante y habla terriblemente mal de los dogmáticos; demuestra que la adhesión a cualquier credo es siempre ciega e ilusa; que los dogmas son tan débiles que no soportan ni la risa. Ante esto, los matices que el papa Francisco I ha querido poner en consideración son inaceptables; una de las conquistas humanas contemporáneas es la emancipación de la escritura de las formas de censura institucionalizadas por las creencias religiosas. En los primeros pasos de la libertad de prensa, la opinión estuvo controlada para proteger de la palabra y de la risa a las Iglesias; pero luego se logró la libertad absoluta de opinión y se dejó que fuese el mercado de la opinión el propio regulador de lo que triunfaba y lo que perdía en la discusión cotidiana. La máxima volteriana parecía, hasta hoy, haber triunfado: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero haré hasta lo imposible para que puedas decirlo”. Para el jerarca de los católicos, quien se meta con su madre podrá ganarse un puñetazo, de modo que quien se meta con su dios corre el riesgo de algo peor.


Antes de los hechos del 7 de enero, Charlie Hebdo era un semanario que apenas circulaba entre unos sesenta mil suscriptores y era una voz marginal y disonante en la discusión diaria entre los franceses. Era una de las tantas publicaciones de dibujantes satíricos que quedaban colgadas en los quioscos parisinos, incluso podía ser intrascendente para la clase media educada de ese país. Hoy, catapultada por la masacre, la publicación tuvo dos millones de compradores. Muchos de los compradores circunstanciales hicieron largas filas a pesar del frío matutino y compraron el periódico no porque fueran furibundos admiradores de Charlie Hebdo, sino porque como buenos franceses aman la libertad de expresión.

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