Los
años sesenta. Una revolución en la cultura. Álvaro Tirado Mejía. Penguin Random House. Bogotá.
2014, 395 pags.
Por: Juan Guillermo Gómez García
Los
años sesenta. Una revolución en la cultura (2014) de Álvaro Tirado Mejía
es un libro (im)predeciblemente decepcionante. El prometedor título del
reconocido historiador obliga a ello, y el juicio emitido, más que un reproche
caprichoso, es la invitación cordial a la comunidad académica y universitaria a
entablar un diálogo afable y desprejuiciado sobre un libro que cabe calificar
de útil, pertinente y estimulante.
Los
años sesenta
de Tirado Mejía es el universo de ese cambio precipitado, envuelto en un caos
de incesantes espectáculos, de la rebeldía hippie de los nadaístas, de la
aparición de Cien años de soledad, de
la Alianza para el progreso y de los gobiernos del Frente Nacional, de la
reforma universitaria inspirada por Atcon, de la institucionalización de las
ciencias sociales en la universidad, etcétera. Tirado Mejía hace la revista de
esta avalancha de sucesos, figuras y acontecimientos, en la historia más
reciente colombiana. En ellas todavía late la destreza narrativa de su ensayo
de síntesis Estado y Política en el siglo
XIX, aunque abandona el sesgo sociológico exigente de su introducción a Aspectos sociales de las guerras civiles en el
siglo XIX en Colombia.
Tirado Mejía quiere presentar
la década de los sesenta, la década de la “revolución en la cultura” en
Colombia, como historiador, como cronista y como testigo presencial. De ese
ensayo de no lograda mezcla de géneros (que por sí mismo es legítimo, si lo
informa conscientemente un espíritu pedagógico-ilustrativo), deriva la
inquietante sensación de decepción de conjunto. La decepción procede del
contraste del talentoso y osado joven historiador de los setenta y el
historiador que escribe Los años sesenta.
Una revolución… ¿De qué?
Es de suponer –aunque nada
habilita al reseñista a suponer nada- que el historiador Tirado Mejía en su
madurez como hombre de ciencia, deseó combinar e incluso arriesgar este tipo de
exposición por razones que no quedan del todo dilucidadas. El resultado del
libro (mezcla de crónica, historia y testimonio) es un conjunto apenas
ensamblado de 395 páginas, que se caracteriza por su esencial discontinuidad y
no disimula las costuras de un saco con una manga más larga que la otra y un
pantalón que también puede ser una falda. Tirado Mejía va más allá de sus
posibilidades y da menos de lo que es de esperar de alguien que contó con la
explicable confianza de sus millares de lectores en los años setenta.
Es posible conjeturar también que
Tirado Mejía tenía una deuda consigo mismo y con esos lectores que aquí
incumplió. Es decir, deuda que acrecentó con Los años sesenta. Una revolución cultural. Todo el mundo académico
sabe que Tirado Mejía (nacido en Medellín en 1940) es un historiador “muy conocido por sus trabajos científicos y
por su ‘fuerza novedosa’”, como reza su reseña en Wikipedia. También fue
profesor de historia y decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la
Universidad Nacional, co-fundador de la Universidad Autónoma Latinoamericana
(UNAULA), embajador en Suiza y presidente de la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos.
Estos cargos políticos y
diplomáticos son, en general, una escuela complementaria para comprender el
país, comprender mejor los hombres, establecer una distancia penetrante para
abarcar más amplios cuadros históricos. La mundanidad que da los altos cargos
del gobierno y el cosmopolitismo que da la alta diplomacia son una escuela
suplementaria, aprovechable para el historiador profesional y para el
intelectual latinoamericano: de Andrés Bello a hoy. El hombre de ciencia y el hombre
de acción son también compatibles, en una persona, quizá indispensables como lo
resalta en “Notas sobre la inteligencia americana” (1936), don Alfonso Reyes. Pero
en particular…
Mencionemos los capítulos más
relevantes: Tirado Mejía tiene capítulos notables como el tres, “Relaciones
hemisféricas y la política exterior de Colombia”, el cuatro, “El papel de la
CEPAL y la economía colombiana”, el siete, “Control de la natalidad”, y sobre
todo el capítulo 16, “El conflicto universitario en Colombia”. El capítulo 10,
“Del hispanismo al nadaismo” es quizás el más novedoso como historia
intelectual, pero no parece estructurado a Los
años sesenta. Los capítulos ya mencionados justifican los $ 45.000
invertidos por el comprador. En ellos se delata la mirada del especialista
sobre las relaciones internacionales de esa década, el proceso del pensamiento
económico en el país, las políticas de modernización en materias demográficas y
de educación superior; son el núcleo de la argumentación y están muy bien
documentados. Resaltan en ellos la seriedad, la sobriedad expositiva y el trazo
firme con que ordena los argumentos.
Allí, Tirado Mejía pone de
presente los esfuerzos por racionalizar el Estado, la economía y la sociedad
por parte de los voceros de la política del Frente Nacional. Las figuras de
Alberto Lleras Camargo y Carlos Lleras Restrepo (no de Guillermo León Valencia)
son los artífices de esos cambios estructurales, que le dan base y de hecho
legitimidad a estas elites dirigentes modernizadoras. Desde esta perspectiva,
la política exterior e interior colombiana se movía bajo las premisas y
postulados de la Alianza para el progreso y los estudios económicos de la CEPAL
de un modo coherente, convincente y necesario. Gracias a estos cambios
estructurales, para Tirado Mejía, se pudo asegurar la estabilidad institucional
del país, evitar graves crisis económicas o quiebras fiscales y reducir los
índices de crecimiento de población que amenazaban con una miseria social y una
inestabilidad política concomitante.
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