El pasado 31 de marzo murió, en
Colombia, el abogado y profesor universitario Carlos Gaviria Díaz, quien en sus
últimos años fue un dirigente muy activo de la izquierda colombiana y hasta
llegó a ser el candidato presidencial que mayor votación obtuvo en nombre de
las organizaciones izquierdistas colombianas, cuando se enfrentó en 2006 a la
reelección de Álvaro Uribe Vélez. Fue presidente, entre 2006 y 2009, del Polo
Democrático, movimiento de oposición democrática y civilista durante los ocho años de dominio uribista. No será fácil clasificar a Gaviria Díaz,
porque fue, más que un dirigente político, un guía intelectual en un momento de
reorganización de las muy diversas tendencias de la izquierda en nuestro
país. Hasta sus rivales políticos (no creo que haya tenido enemigos) reconocen
en él a un maestro, a un hombre capacitado para la deliberación pública en tono
pausado, argumentativo y humilde.
La vida pública del maestro
Gaviria Díaz plasmó unos valores que la izquierda colombiana debería cultivar,
sobre todo en este álgido tránsito hacia una sociedad del post-conflicto armado.
Él personificó la civilidad, las buenas maneras en la discusión pública.
Proveniente de la academia universitaria y con larga trayectoria como
magistrado de la Corte Constitucional, Gaviria Díaz fue modelo de discusión
basada en argumentos y sin el afán de imponer sus juicios. Si era necesario
admitirle razones al interlocutor, lo hacía sin reservas. En medio de odios
viscerales y de una tradición armada en la lucha política, Gaviria Díaz logró
demostrar la eficacia y hasta la estética de la deliberación fundada en
elementos racionales. Una izquierda de ideas, alejada de los machismos
revolucionarios, eso alcanzó a enunciar el maestro.
La integridad en la vida pública, la honestidad a toda prueba fue otro rasgo que distinguió al extinto dirigente. La figura de Gaviria Díaz no fue arrastrada por la debacle de la izquierda que ha gobernado en los últimos años en la Alcaldía de Bogotá, hoy con ex-alcalde encarcelado incluido. Mucho menos pretencioso que otros, dio varias veces un paso al costado para no ser obstáculo de las ínfulas de quienes aún creen en los caudillismos de izquierda. Eso habla muy bien de otro atributo suyo: la humildad, que tanta falta hace entre los políticos colombianos y, en especial, en algunos de nuestros dirigentes de izquierda.
Gaviria Díaz, incluso antes de su definida militancia en la izquierda colombiana, fue un intelectual que abanderó una legislación moderna a favor de libertades individuales. Como muchos lo han reconocido, estuvo entre los primeros que hablaron en Colombia de temas tan controvertidos como el aborto, la eutanasia y los derechos de los homosexuales. El reconocimiento de grupos sociales y étnicos, que antes habían estado marginados de las reflexiones de nuestra clase política, contó con el apoyo de las agudas reflexiones, las ponencias y las sentencias de quien fue presidente de la Corte Constitucional en Colombia desde 1996 hasta 2001. Por supuesto, sus posturas en temas tan híspidos provocaron agrias controversias en un país todavía muy mojigato.
A propósito, su otro rasgo ostensible
y que bien debería ser un elemento distintivo de la izquierda latinoamericana,
fue la proclamación de su espíritu incrédulo. Gaviria Díaz no solamente
propendió por prácticas de un auténtico Estado laico, sino que también dio
muestras de ser un individuo liberado de los dogmas religiosos y,
particularmente, del pesado fardo del catolicismo. Mientras en otras partes la
izquierda ha sido incapaz de hacer deslindes con el populismo católico, la
figura de Gaviria Díaz expresó continuamente sin tapujos sus bien adoptadas
convicciones de hombre agnóstico.
Se ha ido un hombre que puede y
debe ser paradigma de una izquierda civil, civilista, libertaria y laica que
tanto hace falta en el porvenir político inmediato de Colombia.Gloria eterna a Carlos Gaviria Díaz, como exclamaron sus camaradas en un postrero homenaje.
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