El
libro escrito por el economista francés Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, ha tenido una difusión excepcional. Por
lo menos en América Latina el autor y su obra han tenido un generoso
despliegue, quizás con la ayuda de la relativamente rápida traducción al
español por el Fondo de Cultura Económica. Una razón inmediata, entre otras,
puede explicar el interés que ha suscitado la obra; el asunto que trata, la
distribución de la riqueza en el mundo, es un tema sensible. Algo más: es
posible que intelectuales y políticos busquen, además de explicaciones,
ventanas de solución a un problema distintivo de la historia del capitalismo.
Por
ahora comparto algunos atributos del libro de Piketty dignos de ser destacados:
Uno.
El libro es resultado de una investigación colectiva y transnacional que
vincula equipos de científicos sociales que le dieron importancia a la
dimensión histórica de las economías en lugares distintos del planeta. En la
mejor tradición de las ciencias sociales francesas, trata de proporcionar una
visión totalizante de un problema; aunque la obra termina muy concentrada en la
información que le proporcionan los archivos franceses, británicos y
norteamericanos. Aun así, el análisis es convincente.
Dos.
Es una inteligente conversación entre las ciencias sociales. Piketty sacude la
econometría y, en vez de concentrarse en la apariencia objetiva de las
matemáticas, se apoya en los testimonios brindados por novelistas, sociólogos e
historiadores. A eso se agrega que el científico francés propone otras
categorías conceptuales que desbordan fórmulas e interpretaciones que han sido
lugar común de la ciencia económica. Por ejemplo, su definición de capital
humano es discutible, claro, pero interesante.
Tres.
El libro es una forma moderna de distopía del mundo contemporáneo. Es más
diagnóstico de las desigualdades socio-económicas que propuesta de soluciones. Además,
como tentativa de visión general es incompleta; los países de América latina
fueron débilmente examinados en su libro, aunque hay un par de menciones muy
básicas del caso colombiano. Lo que afirma no alcanza para comprender
plenamente el caso nuestro, así que lo que agreguemos como moraleja es más una
ocurrencia de nuestra cosecha.
La
parte más angosta de este libro es, precisamente, la enunciación de soluciones
o salidas posibles. La mirada al porvenir es muy limitada; pero lo que alcanza
a decir puede ser inspirador para movilizarse y organizarse en pos de una forma
de relación entre el Estado y la sociedad en que no se exacerbe la desigualdad.
“Modernizar el Estado social, y no desmantelarlo”, alcanza a sugerir el joven investigador
francés.
Para
terminar, en un pasaje de El nombre de la
rosa, novela de Umberto Eco, dice
que en París suelen estar muy seguros de sus errores. Es probable que Piketty
sea aún representante de esa presuntuosa certeza de los franceses. El paisaje
que evoca El capital en el siglo XXI
hace pensar que la desigualdad es condición inherente del capitalismo en
cualquier parte del mundo. Quizás ni hace falta que lo digan con tanto número,
la vida lo dice.
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