Al nuevo rector de la Universidad
del Valle
El nuevo rector de la Universidad del Valle, doctor Edgar
Varela, tiene varios retos que no sé si están en la agenda de sus prioridades.
Yo me permito sugerirle dos evidentes y que no vi expuestos ampliamente ni por él ni por los demás candidatos
durante sus campañas electorales.
El uno tiene que ver con la calidad de los programas de
doctorado, con lo que puede hacer y aportar la dirección universitaria para
garantizar formación doctoral de calidad. Hoy, en las universidades públicas
colombianas, los doctorados son muy costosos en comparación con los de otros
países y la alta cifra de la matrícula no corresponde con los servicios o
ventajas que las universidades nuestras puedan ofrecerles a los estudiantes. Eso sucede
en la Universidad del Valle; sus doctorados son costosos y no les presentan a
sus estudiantes ni alivios económicos, ni incentivos, ni becas, ni servicios
que faciliten la investigación y la elaboración de la tesis.
Es hora de que en la Universidad del Valle haya edificio o
edificios para los programas de doctorado, con centro de documentación propio,
con salas de lectura, con gabinetes para los investigadores; en decisión que
lamento, el edificio que pudo servir para esas funciones lo vendió el rector
anterior. La biblioteca central debería tener una sección de atención exclusiva
para doctorandos e investigadores. Es un
poco infame que un estudiante de doctorado tenga que competir con estudiantes
de pregrado para tener acceso a un préstamo de libros.
También es hora de que los profesores de los programas de
doctorado tengan proyectos propios de investigación que estén insertos en el
proceso de formación de doctores y que su asignación académica fundamental sea
la de dedicación a los seminarios que impartan a nivel de posgrados. Que un
profesor tenga que repartir su asignación semestral entre cursos de pregrado y
la docencia en el doctorado es indicio de bajo nivel de investigación y de una
pésima definición de prioridades en la universidad.
La Universidad del Valle tiene que inventarse algún plan de
incentivos que alivie el peso económico de los estudios doctorales. Tiene que
decidirse por garantizar o no ciclos de formación de posgrado para sus
egresados de pregrado o, al contrario, propiciar que sus mejores egresados de
pregrado busquen otros rumbos, ojalá fuera del país, porque a la Universidad
del Valle no le interesa retenerlos. Y ya sabemos que no se trata solamente de
las becas, pírricas, que pueda ofrecer la caótica Colciencias. Quizás hace
falta un vínculo estratégico regional con un empresariado dispuesto a
contribuir.
El otro tiene que ver con su programa editorial. No es una
crítica a los colegas que han asumido la dirección episódica de esa oficina; es
una crítica al generalizado desprecio de los buenos libros. La Universidad del
Valle se ha especializado en hacer mal los libros porque, entre otras razones,
su programa editorial es una oficina pequeñísima, mal dotada, que tiene que
afrontar desafíos monumentales. Hay que aprender de otras universidades que les
han apostado a crear secciones de una editorial universitaria, con
equipo de editores, de correctores, de diagramadores, de distribuidores; todo eso en verdadero plural. El traslado a un lugar más acorde con el peso de sus funciones debería ser lo más inmediato.
Hoy, esa oficina no puede cumplir los
protocolos mínimos de elaboración de un libro. Siempre se va un gazapo
protuberante: una carátula sin los créditos, un título equivocado, el archivo con
las últimas correcciones se traspapela. A eso se añade que la compra de un
ejemplar es un trámite sinuoso. En fin, el reto es crear un programa editorial con
personal muy profesional, muy sensible con los procesos del libro y que, por tanto, satisfaga las necesidades de
difusión de la vida investigativa.
Mucho de esto puede hacerse, no tengo duda; el asunto está en querer o no hacerlo.
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