Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Pintado en la Pared No. 132


Al nuevo rector de la Universidad del Valle

El nuevo rector de la Universidad del Valle, doctor Edgar Varela, tiene varios retos que no sé si están en la agenda de sus prioridades. Yo me permito sugerirle dos evidentes y que no vi expuestos ampliamente ni por él ni por los demás candidatos durante sus campañas electorales.
El uno tiene que ver con la calidad de los programas de doctorado, con lo que puede hacer y aportar la dirección universitaria para garantizar formación doctoral de calidad. Hoy, en las universidades públicas colombianas, los doctorados son muy costosos en comparación con los de otros países y la alta cifra de la matrícula no corresponde con los servicios o ventajas que las universidades nuestras puedan ofrecerles a los estudiantes. Eso sucede en la Universidad del Valle; sus doctorados son costosos y no les presentan a sus estudiantes ni alivios económicos, ni incentivos, ni becas, ni servicios que faciliten la investigación y la elaboración de la tesis.
Es hora de que en la Universidad del Valle haya edificio o edificios para los programas de doctorado, con centro de documentación propio, con salas de lectura, con gabinetes para los investigadores; en decisión que lamento, el  edificio que pudo  servir para esas funciones lo vendió el rector anterior. La biblioteca central debería tener una sección de atención exclusiva para doctorandos e investigadores. Es  un poco infame que un estudiante de doctorado tenga que competir con estudiantes de pregrado para tener acceso a un préstamo de libros.
También es hora de que los profesores de los programas de doctorado tengan proyectos propios de investigación que estén insertos en el proceso de formación de doctores y que su asignación académica fundamental sea la de dedicación a los seminarios que impartan a nivel de posgrados. Que un profesor tenga que repartir su asignación semestral entre cursos de pregrado y la docencia en el doctorado es indicio de bajo nivel de investigación y de una pésima definición de prioridades en la universidad. 
La Universidad del Valle tiene que inventarse algún plan de incentivos que alivie el peso económico de los estudios doctorales. Tiene que decidirse por garantizar o no ciclos de formación de posgrado para sus egresados de pregrado o, al contrario, propiciar que sus mejores egresados de pregrado busquen otros rumbos, ojalá fuera del país, porque a la Universidad del Valle no le interesa retenerlos. Y ya sabemos que no se trata solamente de las becas, pírricas, que pueda ofrecer la caótica Colciencias. Quizás hace falta un vínculo estratégico regional con un empresariado dispuesto a contribuir.
El otro tiene que ver con su programa editorial. No es una crítica a los colegas que han asumido la dirección episódica de esa oficina; es una crítica al generalizado desprecio de los buenos libros. La Universidad del Valle se ha especializado en hacer mal los libros porque, entre otras razones, su programa editorial es una oficina pequeñísima, mal dotada, que tiene que afrontar desafíos monumentales. Hay que aprender de otras universidades que les han apostado a crear secciones de una editorial universitaria, con equipo de editores, de correctores, de diagramadores, de distribuidores; todo eso en verdadero plural. El traslado a un lugar más acorde con el peso de sus funciones debería ser lo más inmediato.
Hoy, esa oficina no puede cumplir los  protocolos mínimos de elaboración de un libro. Siempre se va un gazapo protuberante: una carátula sin los créditos, un título equivocado, el archivo con las últimas correcciones se traspapela. A eso se añade que la compra de un ejemplar es un trámite sinuoso. En fin, el reto es crear un programa editorial con personal muy profesional, muy sensible con los procesos del libro y que, por tanto, satisfaga las necesidades de difusión de la vida investigativa.
Mucho de esto puede hacerse, no tengo duda; el asunto está en querer o no hacerlo. 


   

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