París,
viernes 13
“Je ne viendrai plus à Paris”.
Madre
de una de las víctimas en el salón de conciertos Bataclan.
Europa ha padecido la
atrocidad; eso que parecía asunto lejano ya no lo es. Para ser precisos, desde
el derribamiento de las torres gemelas, en Nueva York, en 2001, el mundo está
viviendo una guerra de otro orden. Estados militarmente organizados incapaces
de evitar la acción despiadada de individuos dispuestos a matar y morir de las
maneras más audaces. Francia no podrá olvidar fácilmente las masacres en la
revista Charlie Hebdo y luego en
diversos lugares de París. Mucha gente inerme e inocente fue asesinada en París
durante 2015. Pero, ¿por qué en París? ¿Por qué los ejecutores de esos actos son
gente joven con lazos que los sitúan entre Europa y Asia o entre Europa y
Africa? Mucha tinta se ha derramado para señalar culpables, causas y
explicaciones. Yo me quedo con una de tantas: el problema está más dentro que
fuera de Francia, y buena parte del problema es la misma dirigencia política
francesa.
En términos más
globales, Europa central está padeciendo lo que suele ahora llamarse el efecto
bumerán. Todos los daños que cometieron los países europeos en su expansión
imperialista por Asia y África están retornando de un modo mortífero. La
destrucción que ha provocado la depredación europea de los recursos
naturales en otros continentes, en el
vecindario magrebí, se ha devuelto
en forma de migraciones forzosas. Su riqueza, su confort, hasta la soberbia de
sus acciones presentes están teñidos de ese histórico arrasamiento de otros
lugares en nombre de las supuestas civilización y razón de Occidente.
La reacción del
presidente François Hollande con bombardeos en busca del Daesh sólo va a servir para avanzar en el vértigo de la violencia,
para acelerar la espiral de resentimientos y odios contra las potencias
europeas. En esos bombardeos muere mucha gente inocente e indefensa. Las ruinas
y la desolación servirán de paisaje para futuros embates pletóricos de rabia,
así sean aislados y desesperados. Hace falta más introspección, mirar qué ha
venido sucediendo dentro del país de la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Desde tiempos del presidente Nicolas
Sarkozy, las calles de Saint-Denis, al norte de París, el “cuarto mundo”,
porque es más pobre y olvidado que el “tercer mundo”, ese barrio ha enviado
mensajes de alerta porque se trata de gente excluida, condenada por sus
nombres, por sus variantes étnicas, por su diversidad religiosa, por sus cruces
lingüísticos. Ahí se halla una primera tarea en la agenda reconstructiva de los
franceses; la dirigencia política tiene que pensar en cómo incluir en sus
proyectos de nación a todas aquellas gentes que son ciudadanos de Francia pero
que no han sido integrados plenamente a la vida nacional, porque todavía
arrastran el fardo de las antiguas colonias, de quienes fueron sometidos a las
arbitrariedades del viejo imperio.
No va a ser sencillo
convencer a la dirigencia política francesa de los errores cometidos en Oriente
medio, de sus injerencias militares, de los apoyos y traiciones a ciertos
líderes de esa región. Parece más probable que el gobierno de Hollande se hunda
en la ceguera de la venganza y brinde la oportunidad de acelerar el ciclo de
las atrocidades; los bombardeos en Siria servirán para darle sustento al
resentimiento organizado de jóvenes dispuestos a destruir lugares emblemáticos
del mundo occidental. Y no va a ser sencillo porque no asoman alternativas
sencillas. El daño provocado por la voracidad del capitalismo en el mundo es
muy grande, los odios están dispersos en muchas partes,
viajan rápido y actúan con destreza.
Quizás un principio,
muy lento, de solución, sea buscar otra clase de líderes; Francia y, en general,
Europa padecen una crisis de liderazgo; el padre de una de las víctimas, en un
esfuerzo conmovedor del pensamiento, logró en su dolor señalar “la dramática erosión
de la competencia política” en su país. Los jefes políticos de los franceses no
son confiables y están embebidos con las ganancias del neoliberalismo
despiadado. Quizás haga falta que la gente común, la que sufre las consecuencias
de las malas decisiones de la dirigencia política, se movilice y empuje hacia algún
tipo de utopía o al menos disuada a su Estado de tomar nuevas decisiones
nefastas. Quizás el pueblo francés tenga que volver a hacer una revolución o
señale rumbos posibles para un mundo encerrado en un círculo de muerte. Hasta
ahora, Francia, Europa, Estados Unidos sólo han demostrado que se han ido acostumbrando
a vivir y morir en su error.
GILBERTO LOAIZA CANO
No hay comentarios:
Publicar un comentario