Más
allá de un problema de investigación
Hallar un problema de
investigación, saber formularlo y medianamente resolverlo suele ser parte de la
rutina universitaria y deja como resultado un montón de monografías de pregrado
de calidad muy desigual; unas merecen ser consultadas con alguna recurrencia,
otras pasarán rápidamente a los anaqueles del olvido. Hasta el propio autor
olvidará que alguna vez se interesó por un asunto más o menos minúsculo que le
provocó algunas dificultades para graduarse en la universidad.
Uno puede hallar su
problema de investigación como una actividad rutinaria y obligatoria que
permite cumplir con algunas condiciones impuestas por las universidades; pero
puede suceder que el problema de investigación lo halle a uno y se establezca
una conversación que podrá prolongarse por mucho tiempo, más allá del
cumplimiento de un trámite formal para obtener un título universitario.
A veces olvidamos que
puede suceder que el investigador haga su problema de investigación y que el problema haga al investigador. Este
encuentro se vuelve crucial, aunque pocos lo perciban. Adoptar un problema de
investigación puede entrañar una experiencia decisiva para buena parte del
destino de un investigador. La adopción de un problema de investigación puede
ser el inicio de una trayectoria definida y, por tanto, la construcción de la
propia personalidad del investigador. En este mundo de la
hiper-especialización, la elección de un problema de investigación es entrar en
un microcosmos disciplinar, comenzar a hacer parte de una conversación en una
comunidad científica muy particular.
Un problema de
investigación escogido en un arduo proceso reflexivo puede significar, además,
el inicio de un largo y sinuoso camino cuyos resultados y satisfacciones no se
verán ni pronto ni todos los días. Un problema es una continua y prolongada
conversación que forja la personalidad del investigador, lo somete a desafíos,
a carencias, a debates, a derrotas y a pequeñas o grandes glorias, al
reconocimiento momentáneo de sus hallazgos. Un problema es, muchas veces, la punta
de un iceberg, un pretexto para agregar consecuentes y nuevas preguntas que
necesitan alguna respuesta nuestra. Investigar, así, se vuelve un compromiso
permanente en que cada día contiene una pequeña aventura.
Un verdadero
investigador se descubre en esta situación. Si ha escogido un problema para
salir del paso, para cumplir con un rito de la academia universitaria, para
complacer las exigencias de un profesor, para no desentonar en un grupo, pronto
abandonara su preocupación porque fue superflua. Una convicción débil está
acompañada de una curiosidad muy superficial; allí no hallaremos nada
sistemático ni permanente; estaremos ante alguien cuyas preocupaciones serán
efímeras y sus aportes científicos muy discretos, por no decir que mediocres.
Un verdadero
investigador se pule en las asperezas de cada día, quizás sin saber del todo en
el lío que se ha metido. Llegará el momento en que comprenda que ha tomado una
decisión definitiva para su vida, que cada avance lo ha comprometido y luego
verá que su hoja de vida comienza a contener una personalidad; el investigador
se ha vuelto especialista en algo muy determinado, está inmiscuido en una
competencia entre amigos, enemigos y colegas. Varias veces habrá pensado en
evadir su situación, en dedicarse a otros menesteres; sin embargo, su nombre
propio ya es inseparable de un área de estudios y se sentirá irremediablemente
atrapado.
Esas situaciones
parecen muy raras, casos excepcionales que nutren muy de vez en cuando un
microcosmos disciplinar; creo que no es así. Los casos son frecuentes y revelan
personalidades jóvenes y talentosas; su impulso suele ser un reto para un
sistema de investigación muy precario, como el nuestro. De modo que lo más
posible es que muchas trayectorias investigativas queden truncas o forjadas en
condiciones muy adversas. Todo ese entusiasmo de jóvenes investigadores se
vuelve rápidamente amargura de decepción. Entonces del entusiasmo se tiene que
pasar a la obstinación, a la pertinacia. Ese es otro aditamento, casi
inesperado, en la formación de un investigador.
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