Bienvenida la
incertidumbre
En examen muy lúcido, el
profesor de Filosofía de la Universidad del Valle, Delfín Grueso, dice que el
acuerdo entre el gobierno Santos y las Farc-Ep fue el triunfo de la política.
La letra menuda e ilegible de ese acuerdo es, ahora, lo menos importante. Lo
importante es que dos enemigos largamente confrontados hayan acordado el fin
del conflicto, la dejación de las armas y la entrada en una nueva etapa de la
vida pública. Es cierto, será una etapa incierta, imprevisible, llena de
novedosas tensiones, pero basada en la rara apuesta de hacer uso de las formas
persuasivas de la política, con sus bondades y perversiones.
No ganó el gobierno, no
ganó el Estado, no ganó la guerrilla, todos negociaron y concedieron algo para
darle fin a un largo conflicto que ha dejado tanta muerte, tanta herida, tanto
dolor. Nadie quedó completamente satisfecho, nadie ganó ni perdió del todo;
aunque creo que la guerrilla fue la vencida. Viéndolo bien, su proyecto
revolucionario estuvo basado en el dogma de la lucha armada como la forma
superior de lucha, así que entregar las armas y tratar de adaptarse a la vida
civil y a las prácticas de la democracia representativa me parece una gran
claudicación.
Vamos a comenzar a vivir
tiempos de transición; a los historiadores nos encanta narrar esos momentos.
Pero esta vez, en vez de narrarlos, vamos a vivirlos. Son tiempos de mezclas,
de mutaciones, de cosas inesperadas. Vamos a empezar a vivir la continuidad
política de la guerra o, como dijo Michel Foucault, tenemos que dedicarnos a “descifrar
la guerra” que habrá debajo de la paz. El escepticismo puede ser, en adelante,
el mejor antídoto de cualquier desastre. No hay que ilusionarse con el
porvenir, pero tampoco creer que se avecinan tiempos peores. Una cosa es
cierta, un grupo armado se desmoviliza y eso es un alivio para muchas gentes de
Colombia, pero muchos conflictos perviven y se agudizarán. No hay paraíso a la
vuelta de la esquina, y menos una revolución como las que soñamos en nuestras
militancias despreciadas.
Por ejemplo, las carencias
estructurales del Estado colombiano quedarán al desnudo. Quizás se haga
notorio, entonces, que la reconstrucción estatal sea una de las tareas prioritarias.
En la búsqueda de las causas del conflicto armado colombiano, la condición históricamente
precaria del Estado se ha impuesto como uno de los factores más evidentes.
Desaparecida la excusa de la guerra contra un enemigo interno, queda expuesto
el Estado colombiano con todas sus miserias: su escasa majestad, su limitado
poder simbólico, su débil capacidad para servir de árbitro ante la sociedad, su
carencia de proyectos a largo plazo, su dificultad para garantizar la soberanía
territorial. No es la repetida idea del Estado fallido, porque algo se ha
construido, porque algo hemos podido ser gracias a instituciones como las
universidades públicas; se trata de una labor reconstructiva que no sabemos aún
ni cómo ni quiénes podrán realizarla. Un Estado que haga cambiar la sociedad,
pero también una sociedad que pueda cambiar el Estado.
Como lo supo decir el
profesor Grueso, el acuerdo de La Habana pone término a algo y le da inicio a
otra cosa. Sabemos más o menos bien qué terminó, la lección ha sido despiadada,
como en los lúgubres relatos de Kafka; pero no sabemos mucho acerca de lo que
vendrá. Entre todos haremos algo que no le gustará a nadie; esa es la bendita
historia política de cualquier lugar del mundo.
Muy buen enfoque profe aunque difiero en algo con la claudicación de las Farc
ResponderEliminarDesgraciadamente premonitorio el título de la entrada.
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